Buscando viejos filones pop para estos tiempos amnésicos, el cine español tira del repertorio clásico del tebeo local (Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Anacleto) para insuflarle testosterona digital y parodia posmoderna en busca de nuevos públicos para los que la idiosincrasia española no deja de ser hoy una colección de memes o un simpático vídeo de Youtube.
Nacido de la pluma de Jan en 1973, Superlópez venía a reivindicar la caspa, el cutrerío local y el achantado espíritu nacional como argumentos de competencia y orgulloso complejo de inferioridad ante los superhéroes yanquis, algo que, mucho me temo, queda en muy segundo plano en esta adaptación en carne, hueso, bigotillo y decorados amplios que firman Cobeaga y San José con demasiados peajes para contentar a un público amplio y transversal, niños incluidos, y dirige sometido por el diseño de producción un Javier Ruiz Caldera al que ya dejamos atrás como gran esperanza de la comedia mainstream después de 3 bodas de más.
El producto cojea y aburre así en su aséptica apuesta por el espectáculo postproducido, el humor blanco, el romance infantil y la caspa perfumada, como si en el proceso se hubieran ido puliendo todos aquellos elementos que olieran a ajo, sudor y fritanga para canjearlos por un modelo autorizado en el que el perfil romo de Dani Rovira terminara por contagiar de chistes malos y demasiadas ganas de agradar al resto de personajes que pululan por la cinta, de los padres que encarnan Casablanc y Olayo a la archienemiga Verdú, pasando por nuestra particular Lois Lane (Jiménez) o el amigo pesado de la oficina que interpreta un Julián López también bastante por debajo de su salvaje potencial cómico.