MONKEY MAN | CRÍTICA

Dev Patel renace como actor y nace como director

Dev Patel dirige y protagoniza el filme.

Dev Patel dirige y protagoniza el filme. / D. S.

Tras saltar a la fama interpretando al concursante Slumdog Millonaire en 2008 el actor británico de origen indio Dev Patel desarrolló una buena carrera interpretativa en la que destacan las dos entregas de El exótico hotel Marigold, El hombre que conocía el infinito, Hotel Mumbai, Lion, La increíble historia de David Copperfield o El caballero verde. Con Monkey Man salta a la dirección basándose en un guión escrito por él y el también debutante Paul Angunawela con la sólida colaboración del experimentado John Collee (Master and Commander, La duda de Darwin u Hotel Mumbai, en la que coincidieron). Se trata de una combinación de cine de venganza, mañas y tortazos que parece moverse a medio camino entre Bollywood (por lo melodramático hasta lo demagógico del planteamiento inicial y sus alusiones mitológicas) y el cine de artes marciales oriental (por las muchas piñas con filigrana que se atizan).

Lo primero, lo más indio, es la tremebunda historia de la destrucción de una comunidad por unos crueles y ambiciosos sátrapas, el asesinato de una madre ante los ojos de su hijo y la venganza que este trama para vengarse de ellos y de cuantos poderosos sin escrúpulos se ceben con otros desgraciados: este es el pack indio de melodrama, denuncia, lucha de clases y justicia adornado con color local por las referencias al dios mono Hanuman y a la comunidad hijra, un tercer sexo distinto al masculino y el femenino que adora a la diosa Bajuchara Mata, que se cortó los senos para no ser violada.

Lo segundo, la forma en que lo hace, lo vincula al cine de luchas y artes marciales: partiendo de ganarse la vida luchando en garitos con una máscara de simio que evoca su infantil fascinación por el dios mono. El protagonista se irá infiltrando en poderosas redes de corrupción persiguiendo a los causantes de su tragedia y, en un desarrollo de guión febril, se convertirá también en defensor de los hijras haciendo de su venganza personal una causa colectiva.

Los guionistas parecen haberse empeñado en sumar al núcleo central y razón de ser de la película -la violencia extrema de las luchas cuerpo a cuerpo filmadas con ensañamiento- adornos folclóricos y mitológicos para darle más peso dramático y cultural, y una dimensión de denuncia de la corrupción institucional y transversal de la India para redimirla del reproche de ser solo exaltación de la más brutal violencia -el John Wick indio la han llamado y a la saga se hace un guiño- y seguramente para las tres cosas: violencia, folclore y denuncia.

Está dirigida e interpretada por Patel con una entrega y una convicción que se aprecian en su trabajo tras y ante la cámara. El hombre cree en lo que hace y se deja casi literalmente el pellejo en lo que presumiblemente sea, además de su nacimiento como director, su segundo nacimiento como actor. No es en absoluto un producto desdeñable en su afán por dar una nueva perspectiva a un género sobreexplotado.

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