Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
La Marina Real británica ha dado un nuevo paso en la modernización de sus equipos para controlar el Estrecho al incorporar drones ligeros en el Escuadrón de Gibraltar. La medida, anunciada como un avance tecnológico para reforzar la vigilancia las aguas que rodean al Peñón y más allá de estas, representa un acto de reivindicación de soberanía sobre un espacio, hasta tres millas de la costa, que España considera como propio.
La cuestión no es menor: los pequeños cuadricópteros equipados con cámaras permiten a los patrulleros HMS Dagger y HMS Cutlass ver más allá de lo que alcanza la vista de sus tripulaciones, detectar embarcaciones a distancia y seguir sus movimientos en tiempo real. En un espacio tan reducido y disputado como el Estrecho. A nadie se escapa que este refuerzo tecnológico puede tener consecuencias directas en la relación con España , cuyos patrulleros operan en esas mismas aguas.
Para comprender por qué la incorporación de drones multiplica la tensión, conviene detenerse en lo que dice la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, 1982), cuya aplicación rige para los espacios aéreos. Este tratado internacional reconoce a todo Estado ribereño el derecho a establecer un mar territorial de hasta 12 millas náuticas desde su costa. La soberanía se extiende a las aguas, el lecho marino, el subsuelo y también al espacio aéreo, aunque se mantiene el derecho de paso inocente para buques extranjeros.
Reino Unido, como Estado firmante, aplica este marco también a Gibraltar, aunque limita su reclamación a tres millas náuticas alrededor del Peñón. Londres nunca ha intentado formalizar las 12 millas que la convención le permitiría, en parte por la estrechez del Estrecho y, sobre todo, para evitar una colisión directa con la soberanía que reclama España.
Madrid, sin embargo, no reconoce en absoluto la existencia de esas aguas británicas. La posición española, reiterada en todos los foros internacionales, es clara: el Tratado de Utrecht de 1713, que cedió Gibraltar al Reino Unido, solo mencionaba la cesión de "la ciudad y el castillo de Gibraltar, junto con su puerto, defensas y fortalezas", sin incluir el mar circundante. Es la llamada teoría de la costa seca.
Por ello, España sostiene que la única zona sobre la que Londres puede ejercer control son las aguas interiores de su puerto, y denuncia cualquier patrulla británica fuera de ellas como una "incursión en aguas españolas". Otro tanto ocurre sobre el espacio aéreo: España únicamente reconoce la jurisdicción llanita sobre el espacio situado justo sobre Gibraltar, nada más. Eso no afecta a las inevitables maniobras de los aviones que despegan y aterrizan del aeropuerto situado en el istmo, que por fuerza deben volar por el espacio aéreo español.
En la práctica, la introducción de drones en el Escuadrón de Gibraltar encaja con la estrategia británica de reforzar su presencia en un punto considerado vital. El Estrecho de Gibraltar es uno de los pasos marítimos más transitados del mundo y la base naval británica del Peñón actúa como enclave clave para las operaciones de la Royal Navy en el Mediterráneo occidental, más allá de las 3 millas.
Con los nuevos UAV (Unmanned Aerial Vehicle), los patrulleros británicos no sustituyen sus capacidades tripuladas, pero sí las amplían. Los drones funcionan como una prolongación de la vista de los buques, ofreciendo imágenes en tiempo real y permitiendo una reacción más rápida ante cualquier actividad en la zona. Según el capitán de corbeta Cameron Walters, comandante del escuadrón, este avance supone "una ventaja táctica real" que marcará la diferencia en futuras operaciones.
El entrenamiento para operar estos aparatos ha sido impartido por especialistas de la 700X Naval Air Squadron, con base en Cornualles, y ha permitido que varios marineros del escuadrón se certifiquen como operadores. Entre ellos, la marinera Francesca Savage, que asegura que los UAV "marcarán una gran diferencia en las operaciones diarias".
Para la Royal Navy, este paso es parte de una tendencia más amplia: la adaptación a un futuro donde buques y drones trabajarán de manera conjunta. La introducción de vehículos aéreos no tripulados en una unidad pequeña como el Escuadrón de Gibraltar es, según sus mandos, un "ensayo" de lo que será la vigilancia marítima en las próximas décadas.
Pero más allá del discurso británico, lo cierto es que esta modernización militar coloca un nuevo ingrediente en una receta ya cargada de tensiones diplomáticas y roces en el mar. Cada vuelo de dron en las aguas que rodean el Peñón no solo amplía la capacidad de observación británica: también reabre el debate sobre a quién pertenecen realmente el espacio aéreo. Y en esa disputa histórica, España y Reino Unido siguen navegando y volando en paralelo, sin signos de acercamiento.
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