La salamanquesa feliz
Cuentos de estío: Los animales felices
El mundo del revés, veía la salamanquesa de pie ¿colgada? del techo. Desde allí miró la cabeza bamboleante de la hembra humana, pelo suelto que volaba hacia delante, hacia detrás y, a veces, el rostro elevado a su cenit con la color extraviada y un gemido de paz. El reptil atendió a lo suyo, bicho verde fuera de sitio que decía cómeme. Se acercó sigilosa, lenta, retrasando el paso y abriendo la boca parsimoniosamente: posición y en un latigazo de nervio lo trincó. La chinche verde expelió su pestilencia y, oh casualidad, dio en los ojos al lagarto... Soltó el bocado, soltó una pata de delante y otra trasera y, oh excepción universal, cayó hacia la pareja humana en reproducción. Se enredó en el pelo, recorrió la cara, se hundió en los pechos, atravesó el vientre, pasó por el caliginoso vórtice la canícula organológica y reposó en la tersa sábana blanca. Quiso huir entre los gritos y recibió un manotazo brutal que la elevó haciendo la diagonal empinada de la habitación: pegóse a la pared; un mosquito gordo y oscuro de sanguina posaba despistado
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