Observatorio de La Trocha | Nuestra historia poco conocida

Simón Susarte, gibraltareño y algecireño

  • Cabrero gibraltareño, salió de Gibraltar por no querer permanecer bajo el pabellón inglés, pero guardó como el resto de sus paisanos la esperanza de volver

Detalle del rostro de Ortega Bru en la escultura de Nacho Falgueras.

Detalle del rostro de Ortega Bru en la escultura de Nacho Falgueras.

Raras veces la historia oficial guarda algún recuerdo de alguien que no pertenezca a sus élites, pero siempre hay alguna excepción y esta se confirma en el caso de Simón Susarte, un cabrero gibraltareño que salió de su tierra natal, Gibraltar, como todos los que no quisieron permanecer bajo el pabellón inglés, pero que guardó como el resto de sus paisanos la esperanza de volver, lo más pronto posible a su añorado terruño.

La historia de la pérdida de Gibraltar es bien conocida gracias a la Historia de Gibraltar (1782) de Ignacio López de Ayala (Grazalema, 1730 - Tarifa, 1789), al que prácticamente todos los que han estudiado la pérdida de la Roca y la formación de las nuevas poblaciones del Campo de Gibraltar le han seguido, como primera referencia.

En su historia se da cuenta de la existencia de un plan para recuperar la plaza en la que el II marqués de Villadarias (Francisco del Castillo y Fajardo, 1642-1716), capitán general de Andalucía de 1702 a 1710, y al frente del asedio a la plaza entre 1704 y 1705, da por buena la proposición del pastor Simón Rodríguez Susarte. Sin Ayala nadie sabría de la existencia de Susarte.

López de Ayala escribió su historia en 1782, por tanto 78 años después de los acontecimientos y, aunque la historiografía posterior ha puesto muchos puntos sobre las íes, no se ha podido conocer la realidad de este personaje. Solo se conocen los hechos, aparte de sus responsables militares, como el coronel Antonio de Figueroa y Silva (?-1733).

Los silencios muchas veces son abusivos y desmerecen a quien los emplea. Qué sería de la batalla de las Navas de Tolosa si no se reconociera la información prestada por el pastor, identificado como Martín Alhaja, que señaló el camino decisivo para que las huestes cristianas derrotaran al ejército almohade en las Navas de Tolosa. Pues este fue el caso de Susarte, pero con suerte adversa.

La ruta de Simón Susarte en un croquis de la época. La ruta de Simón Susarte en un croquis de la época.

La ruta de Simón Susarte en un croquis de la época.

El acontecimiento, con independencia de que se produjera el 10 o el 11 de noviembre y que en él participaran 500 o 150 efectivos, es un hecho incontestable, que se recuerda en la propia Gibraltar con la placa conmemorativa del suceso, así narrado por Ignacio López de Ayala en 1782:

“En ocasión tan desesperada [la pérdida de la plaza y el asedio consiguiente] se presentó un paisano al marqués de Villadarias, de ocupación cabrero, y como informado en los caminos, sendas y despeñaderos del monte ofreció conducir hasta su altura las tropas que se le entregasen. La ejecución de esta promesa era la conquista de Gibraltar, porque tomadas las alturas y fortificados los españoles en ellas, pudieran arruinar la plaza, o aumentando tropas, descender desde las cumbres, y asaltarla por la parte que mira al monte, que en aquel tiempo no estaba tan fortificada. Pero sea que no se quisiese deber a un paisano el honor de la conquista o que el comandante francés rehusó contribuir a las disposiciones del marqués de Villadarias, por dar tiempo a que llegase el mariscal de Tessé para que tuviese la gloria de la expedición, se frustró aquella ocasión feliz que presentaba la providencia. ¡Cuánta sangre y lágrimas se hubiesen perdonado! ¡Cuántas pérdidas de las dos coronas!".

Inscripción que recuerda el hecho en Gibraltar. Inscripción que recuerda el hecho en Gibraltar.

Inscripción que recuerda el hecho en Gibraltar.

Llamábase el cabrero Simón Susarte, natural de la plaza, en cuyo monte se había criado desde pequeño con su padre guardando un hato de cabras. Sabía pues, todas las sendas y subidas de aquella escabrosa sierra, y presentado al marqués de Villadarias le manifestó francamente el rumbo para apoderarse de las alturas del monte. Cauto el general, envió primero un oficial de su satisfacción con el mismo Susarte para que reconociese si podría corresponder el efecto a sus promesas. Verificada la realidad de la operación, envió quinientos hombres al mando del coronel Figueroa, y todos guiados del cabrero subieron al peñón de noche por la espalda. Quedaron con el general de acuerdo que al amanecer del día 10 de noviembre tuviese tropas arrimadas al monte para que subiesen por la senda al sitio que llaman la Silleta, y reunidos todos consiguiesen la empresa de sorprender al enemigo.

"Aunque llegó el día no subieron las tropas que se esperaban. Pasó mayor espacio, y el campo estuvo tan descuidado como si no hubiese españoles en el monte"

Susarte subió por el paso del Algarrobo a los Tarfes por el camino de la derecha que va al Hacho, y todos sin ser sentidos se acogieron a la cueva de San Miguel. Una hora antes del día mandó el coronel que desfilase la tropa, coronó con ella las eminencias y el cabrero con una partida se avanzó al Hacho, donde pasaron a cuchillo a la guardia que allí había. Volvieron a reunirse con el coronel y bajaron de frente formados en batalla hasta llegar a la Silleta, para asegurar de este modo la subida a las restantes tropas. […] Aunque llegó el día no subieron las tropas que se esperaban. Pasó mayor espacio, y el campo estuvo tan descuidado como si no hubiese españoles en el monte. ¿Quién creerá que sólo llevaron tres cartuchos los que subieron con el coronel? Esta circunstancia es increíble: no obstante, así la suponen en San Roque, tal vez porque los que no socorrieron a Figueroa en ocasión tan oportuna fueron capaces de no darle las municiones necesarias.

Los ingleses, luego que vieron subir a los españoles, enviaron un regimiento al mando de Enrique sobrino del príncipe de Darmstadt, a quien los españoles, con la ventaja que tenían, defendieron la subida, y resistieron algún tiempo. Enrique de Darmstadt fue herido en la cara; mas luego que los españoles gastaron sus municiones y calaron bayoneta, cargó sobre ellos, tomó las alturas y pasó a cuchillo o hizo prisioneros a los que no se despeñaron intentando retirarse.

Luis Ortega Bru y su boceto de Simón Susarte, conservado en el Palacio de los Gobernadores, San Roque. Luis Ortega Bru y su boceto de Simón Susarte, conservado en el Palacio de los Gobernadores, San Roque.

Luis Ortega Bru y su boceto de Simón Susarte, conservado en el Palacio de los Gobernadores, San Roque.

El cabrero y algunos paisanos que le habían seguido como más prácticos del terreno y sendas pudieron retirarse y llegar llenos de indignación al campo, que le había dado el grande auxilio de tocar la retirada. Los grandes héroes que se exponen al inminente riesgo de la muerte en sitios y batallas, no tienen valor para perder ni ceder a otros la gloria de una victoria o conquista. El general francés queriendo obsequiar al mariscal de Tessé, que había de llegar en breve al campo, no quiso contribuir en circunstancias tan ventajosas. Mas esto, según la relación, no basta para justificar al general español; pues reforzado Figueroa con más tropas, y abastecido con municiones, era infalible la entrega de la plaza, aunque callasen todos los fuegos del campo.

Algunos historiadores omiten la ventajosa situación que tomaron los españoles: pero el cura de Gibraltar, que se hallaba en la plaza, dice que aparecieron muy de mañana sobre las cumbres: Mr. Carter afirma que fueron quinientos hombres y se ocultaron en la cueva de san Miguel; y sobre todo es prueba innegable de la relación expuesta la voz extendida en el país, que supone la subida del cabrero y tropas, quejándose al mismo tiempo de que se hubiese dejado perder tan oportuna ocasión de tomar a Gibraltar” (López de Ayala, 1782, Historia de Gibraltar, pp. 297-298).

¿Qué fue de la figura histórica de Simón Susarte?

Escultura de Simón Susarte, en San Roque. Escultura de Simón Susarte, en San Roque.

Escultura de Simón Susarte, en San Roque.

La historia local ha ido desvelado poco a poco parte de su biografía. En el Archivo Parroquial de Santa María la Coronada de Gibraltar se conservan los libros de la matriz gibraltareña, exiliados para la nueva población de Gibraltar en San Roque gracias a la labor callada y cautelosa del párroco que se quedara en la plaza ocupada y al que le debemos el tesoro documental que supone el Archivo Parroquial de Santa María la Coronada de Gibraltar en San Roque, el párroco Juan Romero de Figueroa (Gibraltar, 1646-1720). Gracias a ellos sabemos que nació en Gibraltar el 5 de mayo de 1676 y se casó en la misma ciudad con Claudia Jacoba Ximenez, natural de Cádiz, pero residente en la plaza, el 10 de diciembre de 1699. Él tenía 18 años y ella 22, por lo que cuando la captura de la Roca el 4 de agosto de 1704, nuestro héroe tenía 28 años.

Más allá de esta fecha, solo la sombra de la información nos alejaba de su figura. Pero la historia siempre está ahí y solo necesita que la desempolvemos.

En la Parroquia de Ntra. Sra. de la Palma de Algeciras volvemos a encontrar su rastro, esta vez con carácter definitivo. En el libro 9º de enterramientos y su página 7ª vuelta, se anotó el registro de su sepelio con honras de caridad, en el cementerio de ella, el 28 de marzo de 1738. En algún lugar de la que hoy se llama Plaza de San Bernardo, a las espaldas de la iglesia, se encontraría la tumba que guardó sus despojos. Era por aquellos aciagos días Pablo Joseph de Rossas el párroco de la Nueva Algeciras (Gibraltar, 1692 – Algeciras, 1777).

La nueva Algeciras

Fue, como muchos de los expatriados voluntarios de su patria, uno de los primeros habitantes de la nueva Algeciras, donde vinieron a vivir, junto a sus muros corroídos por la devastación, los menos favorecidos por la existencia, que a amén de tener una vida dura en su día a día, lo tuvieron mucho más por tener que renunciar a su patria y a su modo habitual de vida. Ellos eligieron el exilio voluntario porque fueron fieles al nuevo rey designado por Carlos II en su testamento y le fueron fiel en la adversidad que supuso para ellos este episodio lamentable en la Guerra de Sucesión española. La pérdida de Gibraltar a favor del Reino Unido fue una auténtica felonía que el candidato austracista fue incapaz de resolver, porque la plaza no se entregó a la reina de Inglaterra sino al pretendiente Carlos de Habsburgo.

Con el encuentro de la partida de defunción de Simón Susarte podemos completar el otro extremo del círculo vital de su existencia. Ya conocíamos su nacimiento en 1676 y ahora su defunción en la nueva Algeciras en 1738. La gesta y la indignación de Susarte eran conocidas a través del suceso de noviembre de 1704, un hecho que corrió de boca en boca y de generación en generación entre las gentes de la zona y algunos notables del momento.

"Algeciras, donde vivió y murió, debería hacerle algún tipo de reconocimiento"

La gesta se difundía como un eco clamoroso, pero sólo la decisión de un hijo de la Gibraltar exiliada, porque como el propio Ayala dirá, esta historia le era conocida por sus padres, que eran naturales de Gibraltar, dio paso de la leyenda a la historia, al ponerse por escrito y cristalizar en la Historia de Gibraltar de Ignacio López de Ayala. Él se hizo eco de la voz de las gentes que recordaban con asombro, admiración y desconsuelo lo sucedido.

“Escribo un suceso (dirá el propio Ayala) que parecerá increíble; pero mi relación es tan auténtica, que además de constar así en San Roque, Algeciras y Los Barrios, además de haberla recibido de persona del país de inviolable integridad, y que la oyó a sus padres, hijos de Gibraltar; está apoyada con el testimonio de Belando, del marqués de San Felipe, de Bruzen de la Martinière, del cura de Gibraltar, que se hallaba en la plaza, y finalmente de la reciente contestación tan sencilla como verdadera de un anciano que aún vivía el año 1781, y fue compañero del cabrero Simón Susarte” (López de Ayala, 1782, Historia de Gibraltar, p. 298).

Simón Rodríguez Susarte vivió 62 años, de ellos casi 34 en el exilio, y murió frente a la ciudad que le viera nacer, en la nueva Algeciras, que alboreaba, como él, a una segunda vida.

Con todo, Simón Rodríguez Susarte y el coronel Figueroa solo son algunos de los nombres que recuerda la historia de aquellos que participaron en el evento y de los que lamentablemente, sólo sabemos su número.

San Roque, donde reside la ciudad de Gibraltar, le guarda un cariño especial y uno de sus hijos más universales, el escultor Luis Ortega Brú, le hizo un boceto, guardado en el Palacio de los Gobernadores, que el escultor malagueño e inmortalizado en La Línea de la Concepción Nacho Falgueras, ejecutó para la plaza Simón Susarte, en el barrio de su nombre en San Roque. Algeciras, donde vivió y murió, debería hacerle algún tipo de reconocimiento.

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