Real Balompédica - San Roque de Lepe | La crónica

Game Over (1-1)

  • La Balona firma otro empate en casa ante un rival que merece más y se despide del play-off

  • Los de casa juegan con un hombre menos desde el 30' por expulsión de Pepe Greciano

  • El partido está detenido durante 12 minutos por un problema de salud de una espectadora

  • El árbitro anula, con acierto, un gol a cada equipo, el de los albinegros, en el minuto 93'

  • Las mejores fotos del Balona-San Roque de Lepe de Segunda RFEF

El Colectivo Doce despliega una pancarta pidiendo respeto por el escudo

El Colectivo Doce despliega una pancarta pidiendo respeto por el escudo / Erasmo Fenoy

Al buenazo de Jesús Luque Caparrós se le olvidó explicar este domingo, en su brillante Pregón de Semana Santa, si aquellos que renuncian a hartarse de dulces en el Modelo para asistir a los encuentros de la Real Balompédica Linense esta temporada encontrarán como recompensa la Indulgencia Plenaria. De otra forma no se explica que la afición albinegra siga sometiéndose, semana tras semana, al castigo que supone ver a su escuadra, otrora conocida como Recia, campar sin objetivos por una categoría paupérrima, cuyas deficiencias tratan de tapar todos los que viven de ella llamándola “igualada”.

La Balona firmó este domingo un empate con el San Roque de Lepe -que mereció mejor suerte, mucha mejor suerte- que trae consigo un indiscutible sabor a adiós definitivo a regresar este verano a Primera Federación. Un gol anulado en el 93' (bien anulado, por mucho que duela) no puede ser utilizado para difuminar que la Balona no sea capaz de ganar en casa a ninguno de los de abajo. Ni siquiera, en este caso, al peor viajero del grupo.

Ninguna hinchada merece el sufrimiento que lleva acumulado la de La Línea en los dos últimos años. La protesta del Colectivo Doce pidiendo con pancartas respeto por el escudo y que se acaben las mentiras está de sobras justificada. Pero que el grupo de animación no espere milagros, lo que se ve en el campo es el reflejo de un club descabezado, huérfano de sentimiento. Desprovisto de linensismo. Y ya no está Mere, al que iban camino se echarle la culpa de la sequía. Ni la tenía el portuense ni la tiene el recién aterrizado Fernández Rivadulla. Donde no hay...

Triste, muy triste, es que acaben 90 minutos de supuesto fútbol y sea casi más noticiable (y sin casi) lo que ha sucedido fuera del campo que en el césped. La protesta -y tardía entrada al campo- de los hinchas más jóvenes. Los silbidos a ratos. El parón por un susto que sufrió una espectadora. La pelea de aficionados con miembros del banquillo en algún momento de la segunda mitad. Todo mucho más importante que lo que acontecía en el rectángulo de juego, al menos por parte albinegra. Porque el San Roque sí que hizo cosas con gusto. Pero en el área tiene menos peligro que un emblanco. Por eso está donde está.

En lo que se refiere a lo que llaman balompié, consciente de que algo tenía que hacer para desentumecer a su equipo -y maniatado por las ausencias- Fernández Rivadulla realizó cambios más o menos notables. Legítimo porque el entrenador sabe que está navegando a la desesperada. Pintó tres centrales (Diego Jiménez, Sergi Monteverde y Rafa Ortiz), un doble pivote por delante con Javi Pérez y Dani Santafé y tres futbolistas arriba, Pitu y el tarifeño Pepe Greciano (que disfrutaba de su primera titularidad) por las bandas y Fran Carbià haciendo las veces de falso nueve.

Las intenciones del míster se vieron superadas pronto por la realidad. Por la realidad mezquina de que por mucho que se haya debatido sobre el dibujo, la única verdad es que a esta Balona no le da. El San Roque (ojo, el peor viajero del grupo hasta este domingo) fue muy superior en el primer tiempo. Jugó con gusto. Kevin Bautista movía el partido a su antojo. Hizo un partido sencillamente perfecto. Y se amparaba en el acierto de Jacobo, Sergio García e Iván Robles, cada uno en su labor. Los de casa no hacían otra cosa que sufrir.

El conjunto aurinegro (bueno, esta vez rosa) se había apoderado del centro del campo y la Balona apenas era capaz de generar algo en ataque, así que después de una veintena de minutos Rivadula adelantó a Sergi Monteverde a su demarcación ¿natural?, recuperó el trivote con el que fue a Cartagena en su debut y el sistema quedó en un 1-4-3-3. Como si quiere inventar un sistema cubista a lo Picasso. No es esa la cuestión. Es tristemente más profunda.

Estaban los de casa tratando de recomponerse cuando a Pepe Graciano le pasó factura su inmadurez. Con una amarilla (más o menos rigurosilla la primera) se pasó de frenada y su entrada en el centro del campo casi era más que roja directa que otra cosa. El público le indultó coreando su nombre. Seguramente el míster no tanto. Una hora por delante y su equipo, que se jugaba media vida, se quedaba con uno menos. De inmediato el míster metió a Aridane Santana en lugar de Dani Santafé. Lo dicho, hace tiempo que no es ése el debate.

Justo cuando el tarifeño veía la roja, el partido se paraba durante doce minutos por culpa de la indisposición de una aficionada en la grada. Parece ser que quedó en un susto. Y en la justificada prolongación llegó el 0-1. Centró Carlos Becken, Facundo Ackerman erró en el despeje (suele pasar que hasta los más seguros se contagian) e Iván Robles empaló de forma inapelable desde la frontal del área. Vaya por delante que el uruguayo condonó su deuda, y de largo, tras el descanso.

Daba la sensación de que el árbitro estaba empezando la cuenta de diez a la temporada de la Balona cuando una de las pocas incursiones en campo rival acabó con un centro de Miguel Cera. El exalgecirista Gato Romero compensó el error de Ackerman con una no salida en falso y Fran Carbià (el único que le pone algo parecido al fútbol en el equipo de La Línea) cabeceó a la red y devolvió las tablas. A pesar de todos los locales se fueron a la caseta entre silbidos de desaprobación. Tibios, pero silbidos.

La segunda mitad fue un asedio en toda regla. Cuarenta y cinco minutos la Balona metida en su área dando por bueno, al amparo de su inferioridad numérica, un puntito que no le vale más que para no acercarse al precipicio más de la cuenta. Dos paradones de Ackerman y un gol bien anulado más tarde conseguía sobrevivir.

Hasta que llegó el 93' (que en realidad era el 108) y un centro de Mancheño lo mandó Aridane Santana a la red. Parecía que era se repetía el milagro del Antoniano. Porque al final el fútbol no entiende de méritos, sino de goles. Pero esta vez no, había fuera de juego. Así lo testimonia la televisión.

El tanto, más que otra cosa, sirvió para distraer la atención de la hinchada, que renunció a la bronca y se fue a casa preguntándose dónde venderán las máquinas del tiempo para poder saltarse de una tacada las siete jornadas que restan y olvidar. Olvidar cuanto antes. Y este era el proyecto en el que iban a sobrar los billetes. Maldita hemeroteca.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios