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¿Lloverá en la tardebuena del Campo de Gibraltar?

"Los ucranianos debemos aprender de los españoles a vivir con calma, alegría y en el momento"

Las víctimas de la guerra de Putin

Alejandra, periodista exiliada en Algeciras junto a su hijo León tras la invasión de su país, describe sus sensaciones tras diez meses de estancia en la ciudad

Periodista y refugiada, llegó a Algeciras nada más comenzar la guerra en Ucrania. / Erasmo Fenoy
Alejandra Gvozd

29 de diciembre 2022 - 04:00

Como escribí en Europa SurEuropa Sur el 13 de noviembre de 2022, la vida de los ucranianos se detuvo con la guerra. Para ser más precisos, nuestra vida en Ucrania se ha detenido. Para algunos, simplemente se interrumpió mientras que, para otros, ¡ay!, terminó. Pero, gracias a Dios, estamos vivos y debemos seguir viviendo.

Necesitas buscar fuerza en ti mismo para nuevos comienzos y victorias; necesitas trabajar, criar hijos, luchar, aprender, esforzarte y no rendirte. Es lo que tratamos de hacer. Nuestra vida prosigue. Continúa en un país extranjero del que aprendemos más y más cada día. Estamos de acuerdo con algunas cosas, con otras no. Todavía estamos fusionándonos con este entorno y vivir en igualdad de condiciones junto a la población local.

Los españoles también se sorprenden con muchos aspectos de nuestra vida y nuestra mentalidad. Por ello, en este artículo he decidido desmenuzar estos meses transcurridos en el Campo de Gibraltar y comparar nuestras culturas, mentalidades, caracteres y vidas. Es hora de conocernos.

Alejandra Gvozd en Ucrania, pocos días después del nacimiento de su hijo León.

La felicidad imaginaria

Lo primero que me gustaría destacar es la asombrosa capacidad de los españoles para vivir sin prisas: con calma, alegría y en el momento. Nosotros, los ucranianos, debemos aprender de vosotros.

Desde pequeños no nos enseñaron a disfrutar de la vida, a vivir el aquí y el ahora. Por el contrario, nos enseñaron a correr siempre a alguna parte, apresurarnos, trabajar en un empleo que no amamos y vivir todos los días en busca de una felicidad imaginaria. Que es imposible de alcanzar, que no nos espera a la vuelta de la esquina. Cuando la felicidad, en realidad, se esconde en cada día vivido. La felicidad reside en el momento y no en un futuro indefinido.

León, el hijo de Alejandra, con su abuelo y su primo.
Nuestros padres han trabajado toda su vida en oficios poco queridos y mal pagados que no les brindaban ningún placer

Nuestros padres han trabajado toda su vida en oficios poco queridos y mal pagados que no les brindaban ningún placer. Se necesitaba estabilidad y era mejor tener, al menos, un mal trabajo que ninguno. Con tales actitudes, vivían con una pensión miserable, que ahora apenas les alcanza para comprar medicinas. Al darse cuenta de que resulta imposible sobrevivir con esos pocos centavos, continúan trabajando, siendo ya ancianos jubilados.

Toda la vida han comprado cosas que no usaban: telas, vajillas, electrodomésticos... Todos estos trastos llevan años acumulando polvo en nuestros pisos, esperando su “mejor hora” que, por supuesto, nunca ha llegado. A nuestra pregunta de "¿por qué?", nuestros padres, muy serios, respondían: "Será útil en el futuro". Pero en qué futuro, se olvidaron especificar.

Sasha en frente al mercado Ingeniero Torroja de Algeciras. / Erasmo Fenoy

Nuestras mamás y papás siempre estaban esperando algo: tiempos mejores, una vida más llevadera, el final del invierno, el próximo año... No sabían vivir el aquí y el ahora. Por eso, su vida pasó a la velocidad del rayo e imperceptiblemente. Sienten como si en realidad no hubiera vivido, como si hubieran escrito un borrador de sus vidas con la esperanza de que aún les quede tiempo para hacerlo bien. Y de acuerdo con la ley trivial del universo, la vida se apresuró y la felicidad tan esperada no ha llegado.

Después de todo, la felicidad se encuentra al lado de cada uno de nosotros, aquí mismo. Felicidad en cada día. En tu trabajo favorito, en cenas familiares, en reuniones con amigos, en salidas conjuntas a un restaurante o al cine. La felicidad está en las sonrisas de nuestros hijos, que diligentemente montan torres de juguetes junto a sus padres. La felicidad está en los momentos pequeños, pero tan importantes, tan significativos.

Mis vecinos de Algeciras visitan cafés y restaurantes, se divierten, no se apresuran a ningún lado. No sabemos cómo, nunca hemos vivido así en Ucrania

Por desgracia, nuestros padres no nos enseñaron esta ciencia. La ciencia del conocimiento de la felicidad. Eso lo aprendemos de los españoles. Es un placer trabajar, descansar lo suficiente, no tener miedo de gastar dinero, incluso con un salario pequeño. Mis vecinos de Algeciras visitan cafés y restaurantes, se divierten, no se apresuran a ningún lado. No sabemos cómo, nunca hemos vivido así en Ucrania. Pero prometo que, a partir de ahora, intentaremos conocer la felicidad del cada día.

Alejandra era periodista en Ucrania y trabajaba para una emisora de radio.

Las opiniones de los demás

Otra característica de los eslavos es que siempre vivimos con la mirada puesta en los demás. ¿Qué dirán las personas que nos rodean, vecinos, parientes o amigos, sobre nosotros? ¿Qué pensarán de nosotros? ¿Serán criticadas nuestras acciones? Esto siempre ha sido importante para nuestros padres, hasta que nos terminaron convenciendo.

Los jóvenes ucranianos tenemos miedo de trabajar como freelance, porque está mal, no es lo típico, resulta incomprensible

"Vivan rectamente, de acuerdo con su conciencia, para que nadie diga nada malo de vosotros”. Eso nos enseñaron. Al mismo tiempo, olvidaron decir: "Vive como quieras, como te dicte tu corazón". Después de todo, no tenían esa actitud.

Los jóvenes ucranianos tenemos miedo de trabajar como freelance, porque está mal, no es lo típico, resulta incomprensible. Todos los amigos y conocidos dirán que estás desempleado, aunque ganes más de esta manera y no cojas el metro y dos minibuses todos los días para llegar a un trabajo repugnante que te enferma.

Alejandra, junto a su marido, que permanece en Ucrania, juntos en una fiesta.

Lo mismo se aplica a la apariencia. Tenemos miedo a innovar, a los experimentos. Tenemos miedo a teñirnos el cabello de verde, hacernos un tatuaje en todo el brazo, perforarnos un labio o una ceja, maquillarnos con colores brillantes, usar jeans con un vestido o sandalias con calcetines. Tenemos miedo y nos comparamos con los demás. Nos importa lo que un completo extraño piense sobre nuestra apariencia.

Al mismo tiempo, protestamos porque nosotros mismos nos sentimos incómodos llevando un pantalón ajustado, cuando queremos usar pantalones cortos sueltos y una camiseta. Al preocuparnos tanto por los demás, nos olvidamos por completo de nosotros mismos, negamos nuestra esencia, nuestras prioridades, nuestras preferencias.

Finalmente, prefiero guardar silencio sobre la actitud en nuestro país hacia las personas con orientación sexual no tradicional. Da miedo.

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