DÍA DE LA INDEPENDENCIA DE UCRANIA

Refugiados ucranianos en Algeciras: aunque invisibles, viven entre nosotros

  • Unos 70 ucranianos refugiados, entre mujeres y niños, llegaron a Algeciras cuando Rusia empezó a bombardear sus ciudades de origen

  • Seis meses más tarde, casi nadie se acuerda de ellos, viven en tierra de nadie, en hostales de acogida y no les quedan ahorros

León y otros niños refugiados jugando en la puerta de su hostal

León y otros niños refugiados jugando en la puerta de su hostal / Jorge del Águila

Cada tarde desde hace seis meses, sobre el suelo plomizo del Mercado Ingeniero Torroja surgen las cuadrículas rectas y perfectas, dibujadas con tiza, de una rayuela. Y, cada mañana, esos mismos trazos son borrados por el trajín de un puesto de fruta que se instala justamente en esa esquina de la plaza de abastos, frente al hostal Nuestra Señora de la Palma. Pero la rayuela siempre reaparece al caer el sol. Sus creadores son obstinados y, mientras sus gastadas tizas no se consuman del todo, seguirán pintando. Tampoco tienen nada mejor que hacer.

Ucranianos dibujando con tiza una rayuela Ucranianos dibujando con tiza una rayuela

Ucranianos dibujando con tiza una rayuela / Jorge del Águila

En los peldaños de las escaleras que dan acceso al humilde hostal algecireño se amontonan sus juguetes viejos. Una bicicleta a la que le falta medio manillar, un patinete con una rueda que baila, una comba picada por la termita, una pelota descolorida por el sol y unas raquetas de bádminton. El niño más pequeño del grupo, León, tiene el labio roto. Se lo partió hace poco cuando su bicicleta encalló en una de las muchas baldosas sueltas de la plaza del mercado. Ahora una gran postilla oscura le corona la boca al pequeño ucraniano, de apenas tres años.

Los niños pasan las tardes en la plaza del mercado entre una rayuela dibujada con tiza y juguetes viejos.

El 24 de agosto de 1991, a través de un referéndum, Ucrania logró la independencia de la Unión Soviética para formarse como república independiente tras más de tres siglos formando parte de Rusia. Son muchos los ucranianos refugiados en el Campo de Gibraltar los que festejarán esta efeméride. Algunos de ellos, izarán este miércoles su bandera, azul y amarilla, en la fachada del Ayuntamiento de Algeciras en homenaje a su país. Viven entre nosotros, aunque parecen haberse vuelto invisibles para el grueso de la población. La guerra, que ya suma medio año, queda lejos y no ocupa portadas. Se ha convertido, sencillamente, en una guerra más.

Larysa, Sasha y el resto de refugiadas junto a Eugenia, a la derecha Larysa, Sasha y el resto de refugiadas junto a Eugenia, a la derecha

Larysa, Sasha y el resto de refugiadas junto a Eugenia, a la derecha / Jorge del Águila

El propio Zelenski ha alertado a la población de que, coincidiendo con el Día de la Independencia, Rusia podría preparar un ataque particularmente cruel. Las familias de refugiados que llegaron a Algeciras hace seis meses huyendo de las bombas siguen aquí, pero con menos ahorros y esperanzas. El dinero que trajeron se ha ido gastando y demasiados no tienen donde volver. Sus ciudades de origen han sido hostigadas y, algunas, arrasadas. Emprender un viaje de regreso a Ítaca se ha vuelto un triste imposible.

El 24 de agosto se celebra el Día de la Independencia de Ucrania, un país al que estas familias de refugiados no pueden volver.

Suelen pasar las tardes de verano a la sombra del edificio del mercado, en pleno Barrio de la Caridad. Sobre todo madres jóvenes con sus niños, rubios y flacos como León. La práctica mayoría no habla una palabra de español. Viven en las pensiones aledañas gracias a CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Tienen derecho, además, a tres comidas diarias. Sin embargo, no les queda un euro para comprar fruta o un bañador con el que ir a la playa. Los niños se han acostumbrado a dejar de pedir. Ellas tampoco pueden buscar trabajo por desconocer el idioma. El tiempo pasa y todos, madres e hijos, han quedado encerrados en tierra de nadie.

Sasha consuela a una compañera que también tuvo que huir de Ucrania Sasha consuela a una compañera que también tuvo que huir de Ucrania

Sasha consuela a una compañera que también tuvo que huir de Ucrania / Jorge del Águila

En Ucrania tenían una casa, una familia, un oficio y una identidad. Todo aquello, la guerra se lo ha llevado por delante. Estas mujeres reunidas frente al hostal La Palma explican que, tras el primer ataque ruso, el Gobierno de Zelenski prohibió la salida del país a los hombres de entre 18 y 60 años. Desde entonces, la proclamación del estado de emergencia y una ley marcial permiten que los civiles puedan llevar armas, principalmente rifles automáticos. Sus maridos se han vuelto voluntarios de las Unidades de Defensa Territorial. A través de canales de Telegram siguen el discurrir del conflicto. Las telecomunicaciones aún funcionan, al menos en la parte occidental del país, lo que posibilita que estas familias, aunque separadas, estén en contacto telefónico.

En Ucrania tenían una casa, una familia, un oficio y una identidad. Todo aquello, la guerra se lo ha llevado por delante.

Todas llevan, sin embargo, la nostalgia precipitada en el fondo de los ojos. Algunos de ellos glaucos, estremecedores, como los de Larysa, una diseñadora gráfica de Jarkiv, madre de Misha y Masha, quien a sus once años ha heredado la inquietud creativa de su madre y pasa las horas dibujando, con tiza blanca, maravillosos esbozos de mujeres sobre el suelo del mercado. Larysa estudia dos horas de español a la semana en una Fundación sociocultural de Algeciras y, por las noches, ve vídeos en Youtube para acelerar el aprendizaje. Es la que, con diferencia, mejor maneja el idioma. Quizá también la que antes ha comprendido -y aceptado- que transcurrirá mucho tiempo hasta que puedan regresar a Ucrania. Ansía volver a trabajar. Dice que de camarera o friegaplatos, cualquier cosa que le permita volver ser independiente. Su marido ha abandonado Jarkiv para refugiarse en Ternópil, en la frontera con Polonia. Ternópil, en ucraniano, significa campo de espinas.

Masha salta a la comba con el Mercado Ingeniero Torroja de fondo Masha salta a la comba con el Mercado Ingeniero Torroja de fondo

Masha salta a la comba con el Mercado Ingeniero Torroja de fondo / Jorge del Águila

Cuenta Larysa que, a las semanas de llegar a Algeciras, los vecinos le ofrecían dinero, incluso para invitarla a un café, una ayuda que la avergonzaba porque ella aún tenía algunos ahorros que había podido guardar en la maleta. Ahora que los meses han pasado más de la cuenta y la necesidad aprieta, aceptaría cualquier donativo, empezando por ropa para sus hijos que no dejan de crecer. Sin embargo, aquellas dádivas han desaparecido. En estos frágiles tiempos en los que la caridad también se airea, hasta el altruismo tiene fecha de caducidad.

Larysa ansía volver a trabajar. Dice que de camarera o friegaplatos, cualquier cosa que le permita volver a ser independiente.

Eugenia Glushchenko es una ucraniana casada con un español que llegó a Algeciras hace catorce años. Desde entonces, ha estado ayudando mediante el envío de ropa y donativos a los llamados hijos de Chernóbil. Cuando en el mes de febrero estalló la guerra en su país, se volcó con las refugiadas y sus hijos que iban llegando a la ciudad. Relata que son unos 70 repartidos entre tres hostales, un alojamiento provisional facilitado por la Cruz Roja o CEAR dentro de la primera fase del proceso de acogida. En la segunda, estas refugiadas deberían pasar a un piso, no obstante, la dificultad para encontrar viviendas de alquiler en Algeciras está demorando el traslado.

La segunda etapa establecida por CEAR es la llamada “de integración”, durante la cual se determinan una serie de objetivos a conseguir por el refugiado, es decir, desde la propia ONG se realiza una planificación de los pasos que la familia tiene que dar para alcanzar su autonomía e integración en la sociedad de acogida. Del logro de estas metas dependerá que reciba una ayuda económica. Por el momento, en Algeciras, sólo una mujer ucraniana junto a sus tres hijos ha pasado a esta segunda fase, abandonando el hostal de acogida. El resto del grupo, según ellas mismas describen, vive inmerso en el “Día de la Marmota”.

Misha, Masha y León dibujan con tizas Misha, Masha y León dibujan con tizas

Misha, Masha y León dibujan con tizas / Jorge del Águila

Sin casa propia, ni trabajo, ni dinero, su existencia se reduce a las pequeñas habitaciones del hostal y la salida en grupo al comedor en la calle Emilio Castelar donde les sirven un catering. Los niños protestan porque echan de menos el Borsch, una sopa típica de remolacha. Dicen que están cansados de comer garbanzos. Todos expresan su deseo de volver a casa. Quizá es Sasha, la joven madre de León, quien peor disimula la añoranza. En Izium trabajaba como periodista. Ahora su marido patrulla de forma voluntaria para defender su antiguo barrio a orillas del río Donets.

Los niños protestan porque echan de menos el Borsch, una sopa típica de remolacha.

Echar de menos es un desgarro. Una herida que jamás sutura. No transcurren los días cuando se extraña a alguien. Aún menos las noches. La vida se vuelve algo inmóvil e indiferente, un magma cenizo donde cuesta respirar. Esa asfixia y cansancio se palpan en Sasha, en su cuerpo huesudo y su sonrisa triste, en una mirada ausente que disimula tras unas enormes gafas redondas. Las trastadas de León le agotan. Conversa con Katia, Olga, Vika y Sonia mientras el niño salta sobre los charcos que ha formado un camión de limpieza municipal. Chernivtsi, Zhytomyr y Kyiv son las ciudades de origen de las cuatro mujeres que hablan con Sasha. Todas coincidieron en la frontera con Polonia cuando huían del fuego. La casualidad quiso que subieran al mismo autobús. Podrían haber terminado en Algeciras o en cualquier otra ciudad europea que aceptara refugiados.

Poco antes de las vacaciones de verano, los niños acudían al colegio Juan Sebastián Elcano, en la barriada de Pescadores, a veinte minutos caminando. No saben cuándo volverán a clase. Hasta que CEAR no les adjudique una vivienda tampoco podrán escolarizarse en el nuevo curso.

Cuánto tiempo pasará León, de tres años, en Algeciras hasta que pueda volver a Ucrania es una incógnita, así como qué recuerdos guardará de su tiempo como refugiado.

León se acerca hasta dos niños marroquíes que juegan en otra de las esquinas de la plaza del mercado. Los dos se ríen al ver llegar al ucraniano con sus ojos vivaces y el labio roto. Empiezan a decirle palabras en árabe para que el pequeño las repita con su lengua de trapo, algo que aumenta aún más su hilaridad.

León coge una de las bicicletas amontonadas a la entrada del hostal León coge una de las bicicletas amontonadas a la entrada del hostal

León coge una de las bicicletas amontonadas a la entrada del hostal / Jorge del Águila

Cuánto tiempo pasará León en Algeciras hasta que pueda volver a Ucrania es una incógnita, así como qué recuerdos guardará de su tiempo como refugiado. O cómo encontrará Izium al regresar, si es que regresa. Sasha quisiera llevarlo a la playa, a El Rinconcillo o a Getares. pero no puede. Tras su llegada, cuando aún todo estaba fresco, el Ayuntamiento entregó a las madres unas tarjetas de transporte para que pudieran desplazarse por la ciudad en autobús. Esas tarjetas ya se han gastado y no han recibido nuevas.

Los refugiados ucranianos del hostal La Palma Los refugiados ucranianos del hostal La Palma

Los refugiados ucranianos del hostal La Palma / Jorge del Águila

Son las ocho de la tarde, hora de la cena. Los juguetes vuelven a amontonarse en los escalones del hostal Nuestra Señora de la Palma, la patrona de Algeciras. Misha y Masha dejan de saltar sobre la rayuela, entre los cuadros meticulosamente perfilados del 1 al 10. Sasha coge a León en brazos y marcha tras los demás con paso cansado.

Uno de los más monumentales poemas sobre los refugiados lo escribió, precisamente, un ucraniano: Adam Zagajewski ganó, en 2017, el Premio Princesa de Asturias de las Letras. “Arrastrando las piernas / van despacio, muy despacio / al país de Ningún Sitio, / a la ciudad Nadie / en la orilla del río Nunca”.

Viven entre nosotros, encorvados por una carga invisible. A la deriva y sin un ancla, náufragos en ciudades ajenas. Están muy cerca. Aunque hayan caído en el olvido.

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