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La ley de la gravedad y su temerario o prudente usoLa mítica Jauja sólo existió en la imaginación

Ciencia y Sociedad

l Diversos ingenios e inventos aplicados a la aviación, paracaidismo, puenting, alpinismo, parapente y vuelo sin motor, nos permiten eludir la implacable ley de la gravedad

La ley de la gravedad y su temerario o prudente usoLa mítica Jauja sólo existió en la imaginación

21 de enero 2008 - 01:00

Miles de años antes que Isaac Newton tuviese la casual experiencia de la caída de una manzana, que le serviría para concebir el principio físico de la gravitación universal, los hombres de la Prehistoria la aplicaban para, a falta de armas eficaces, acorralar y despeñar animales salvajes por acantilados y poder saciar el hambre irredenta, ya que todavía no se había descubierto la ganadería ni la agricultura.

Accidentes de caídas por andar por parajes escarpados los ha habido siempre. Incluso han sido provocados por otros hombres, como en el caso de los hermanos Carvajales en la Peña de Martos, por orden del rey Alfonso IV "El Emplazado". Y también los suicidas, en cierto modo "empujados" por feroces dramas, que eligen esta modalidad horrible y fulminante de muerte.

La voluntad de evitar o retrasar la fatal impotencia de sostenerse en el aire se refleja en el mito de Ícaro. Los elementales proyectos y diseños de aparatos voladores de Leonardo da Vinci han evolucionado de manera tan prodigiosa que nos permiten sobrevolar países, continentes y océanos a miles de metros de altura y confortablemente, en cuestión de horas. Pero cuando el ingenio volador deja de funcionar por fallo técnico o humano, en un instante, con centenares de pasajeros todo queda esparcido por el suelo como pasado por una trituradora.

Aparte de la necesidad moderna de desplazarse vertiginosamente, se han desarrollado nuevas formas de burlar impunemente a la rigurosa ley de la gravedad. Por ejemplo con el puenting, que permite precipitarse voluntariamente desde un puente para jactarse, con un grito, de haber logrado la supervivencia. Otras formas de coquetear con la implacable ley natural, arriesgando mucho, son el alpinismo, el parapente, el vuelo sin motor y el paracaidismo. A propósito de éste último: nadie ha superado la altura y la duración de la atracción de la fuerza de la gravedad como el ruso Eugene Andreev, que en noviembre de 1962 realizó un salto (récord absoluto mundial), desde un globo a 25.458 metros de altura. Al finalizar un salto de 24.500 metros, abrió el paracaídas a 958 metros del suelo.

Este ingenio de tela permite sustentarse en el aire unos emocionantes momentos de aparente ingravidez, y luego posarse suavemente en el suelo, con una remota posibilidad de riesgo físico. La fotografía adjunta es una espectacular muestra del empleo del paracaidismo como deporte de exibición.

Mientras tanto, es muy dramática y sobrecogedora la elevadísima media anual de obreros de la construcción, muertos o gravemente heridos, precipitados al suelo por la mano, invisible pero culpable, de los desaprensivos contratistas que no cuidan de que sus operarios tengan capacitación y medios para trabajar seguros, sin tener que arriesgar absurdamente la vidas.

Por último, figuradamente, hay otras formas modernas de caerse en picado sobre un precipicio: las del alcoholismo y la drogadicción, con creciente frecuencia de plétora de ambas drogas alucinógenas. O, simplemente, conduciendo un automóvil por debajo de los límites de reflejos y seguridad que requiere el sentido común y el respeto a la vida propia y ajena, con normas legales expresas que no se cumplen.

Son nuevas formas de caerse en un vacío mortal, tan horrible como la de infringir la universal e inapelable ley de la gravedad.

Maurice Barres "La política no es asunto propio de filósofos ni moralistas; la política es el arte de sacar de una situación determinada el mejor partido posible"

David Brown "Después de los setenta, si te despiertas sin dolores es que estás muerto".

Bernard Shaw "El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así, pues, el progreso depende del hombre irrazonable".

Juan María Bandrés "Las verdades eternas, trasladadas a la política, es un primer paso hacia el totalitarismo".

George Clemenceau "La vida es un espectáculo magnífico, pero tenemos malos asientos y no entendemos bien lo que estamos presenciando".

El número trece es universalmente aceptado como el número de la mala suerte y, además, se le considera así desde tiempo inmemorial. Se suele asegurar que es de mal augurio comer trece personas en la misma mesa, ya que esto suponía la muerte de una de ellas en el plazo de un año. También es nefasto que haya trece personas en una habitación. Y ya se sabe: "En trece y martes, ni te cases ni te embarques. Sin embargo, nadie tendría nada en contra, ni rechazaría un sólo millón -para que fuesen doce- si le tocasen trece millones de euros en las apuestas.

Otra superstición: Se decía que los ajos colgados en casa, detrás de la puerta, en la víspera de todos los santos, alejaba a los malos espíritus y a los perniciosos vampiros. Las cabezas de ajos tenían que estar trenzadas en número impar para que actuara la ristra mágica con toda eficacia.

Otra: Cuando se dormía un pie, se decía que andaba rondando el Diablo. Mojar el pulgar con saliva y hacer la señal de la cruz sobre el zapato correspondiente quitaba el hormigueo y alejaba al maligno.

"Esto es Jauja" es una frase hecha que se emplea para presentar algo como tipo de prosperidad y abundancia. El origen de este dicho popular hay que buscarlo en la localidad del mismo nombre, Jauja, en una remota región de Perú.

El extremeño Francisco Pizarro, conquistador de Perú, llegó a la antigua ciudad inca de Harún-Xauxa en 1533 y fundó allí la capital del virreinato, para que sirviera de centro de conquistas. Situada a 3.411 metros de altitud, su clima resultaba ideal para curar ciertas enfermedades, sobre todo la tuberculosis. Allí iban a curar sus enfermedades los trabajadores de las minas y de las selvas vírgenes, atacados por las fiebres.

Cuando estos trabajadores regresaron a España contaban las excelencias de aquella comarca que efectivamente era idílica, aunque más bien en el sentido de reposo. Pero ocurrió que la fantasía popular mezcló el oro de las minas con el encanto del paisaje y de esta forma se encargó de elevarla al rango de dicho popular. Hoy día, la Jauja del Perú (hay otra Jauja en la provincia de Córdoba, pero ésta no tiene nada reseñable), es una vieja ciudad de calles estrechas, con pocos edificios modernos y economía más bien modesta, dependiente en gran parte de la agricultura. Ahora allí bien pueden decir: "Ésto no es Jauja".

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