Campo chico

Victoria Guerrero, Miguel Ángel y Julia Traducta

  • Miguel Ángel del Águila fue el fotógrafo de los años que marcaron el futuro, hoy presente, de Algeciras

  • El Aula de Mayores de la UCA es una de las iniciativas más nobles y fructíferas de nuestra historia reciente

Victoria Guerrero, en la Plaza Alta.

Victoria Guerrero, en la Plaza Alta. / E.S.

La irrupción de Victoria Guerrero Montero en la vida pública algecireña fue una bendición. Entiéndase bien lo que quiero significar: no es ninguna novedad su presencia, pero antes de hacerla ostensible no sabíamos mucho de ella. Las mujeres han sido desde siempre y hasta que las ha redefinido la política y las ha distribuido la sociedad por sus reductos, el soporte de la familia. Seguramente más de lo razonable, porque bueno está lo bueno si no es en exceso. Victoria estuvo casada con Miguel Ángel del Águila y andaba entre bastidores marcando y ordenando la obra de aquel gran fotógrafo que no paraba de detener en sus instantes, la vida de una ciudad que cambiaba vertiginosamente.

La familia de Miguel Ángel llegó a Algeciras a mediados de los cincuenta procedentes de Río Martín, cerca de Tetuán. El Protectorado español en Marruecos, se extendía sobre una amplia zona del Rif con gran presencia bereber, que fue de dominio español desde poco después de la Conferencia de Algeciras de 1906 hasta bien avanzado el siglo. Había una gran proximidad social entre ese inmenso territorio, sobre el que se rindieron muchas vidas de moros y cristianos, significándose de modo importante en la historia contemporánea de España. Las guerras del Rif tuvieron un gran protagonismo en la sociedad española de la primera mitad del siglo XX y crearon una clase distinguida dentro del Ejército, aludida como los africanistas, a la que pertenecieron la mayoría de los militares que secundaron a los generales Mola y Franco en el alzamiento militar del 18 de julio de 1936.

La gestión del alcalde Landaluce para añadir brillantez a las procesiones de la Semana Santa, ha acortado las naturales distancias sociales de hoy día entre Algeciras y las unidades militares más representativas de la presencia de España en el norte de África. Lejos está el Cuartel de Transeúntes, que acogía a las tropas que iban o venían de África. Ocupaba un amplio espacio en los accesos al Puerto y a la Marina por la entrada del eje del puente Matadero; es decir, en la actual confluencia de las calles Carteya, que baja desde el corazón de la Villa Vieja, y San Bernardo con la avenida de las horcas ferrosas que cubre el cauce del Río. Ahora, los Regulares de Ceuta y Melilla, nos resultan más familiares; sus uniformes y escudos se distinguen por los colores azul y rojo, respectivamente, que aparecen en el diseño cromático de las enseñas. Fueron creados en 1911, en la segunda de esas dos plazas de soberanía española en el continente africano. Los regulares, una fuerza de choque, estaban destinados a la defensa de las ciudades y a incorporar nativos a las fuerzas armadas.

Tienen, como la Legión, una larga y densa historia. Es la fuerza armada más condecorada del Ejército y ha participado en conflictos civiles generados en la península, como la llamada Revolución de Octubre de 1934. El Gobierno de la Segunda República, se vio desbordado por los acontecimientos y tuvo que recurrir al Ejército. Oviedo fue arrasado por completo y en Mieres se proclamó la República Socialista. Había que reprimir el movimiento revolucionario organizado por el PSOE y la UGT bajo la autoridad de Largo Caballero e Indalecio Prieto. El triunfo de las derechas en las elecciones de 1933 encendió la mecha. Muchos años antes, en 1910, el fundador del PSOE y de la UGT, Pablo Iglesias Posse, había amenazado a Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros, en estos términos: “Hemos llegado al extremo de considerar que, antes que S. S. suba al Poder, debemos llegar hasta el atentado personal”.

En los años de extinción del Protectorado y de desmantelamiento de bienes y enseres de españoles en Marruecos, fueron muchos los que recalaron en Algeciras. Familias e instituciones vinieron a establecerse en estos pagos que se significaban en futuro para toda aquella gente que durante años vivieron y trabajaron en los núcleos urbanos del Protectorado. Fue el primer gran empuje que recibió la comarca, para su progreso económico y su crecimiento y enriquecimiento social. En la plaza se instaló el flamante y ostentoso Crédito y Docks de Barcelona. Llamaba la atención con su majestuoso asentamiento frente a la hoy llamada Puerta del Mar del mercado. En el paso obligado a la antigua Pescadería, al legendario Bar Ruiz y a la Marina. Crédito y Docks era una entidad financiera cuya presencia traducía un aviso de gran actividad comercial de mercado. Sería absorbido por el Banco Central en 1970, la entidad que tanto supuso en la consolidación del polígono industrial de San Roque y en la prosperidad de Los Remos, un restaurante de leyenda creado por Alejandro Fernández y Nati Mateos.

En la plaza, ya estaba entonces el Banco Hispano Americano, junto a la carnicería de los Merino. Era éste un establecimiento que siempre he asociado a las noches de verano. El negocio, familiar, acogía la vivienda de los propietarios que solían sentarse, una costumbre muy de la época, en la puerta, al fresco, mientras al pasar ante ellos podía escucharse el susurro uniforme de los frigoríficos. El cine Delicias era el que teníamos más a mano los vecinos de la calle Real, de modo que casi diariamente pasábamos por delante de la carnicería. En el rincón de la derecha cuando desembocabas en la plaza por la calle Tarifa, dejando atrás el Quitapenas y la tienda de tejidos de don Isaac, que regentaba el bueno de Ángel Carrasco, destacaba la tertulia del Chato Huertas, el ciudadano monárquico por excelencia de la ciudad, que tanto bien hizo por tantos en el conflicto bélico del 36.

Paco Matías Rosales era de los mayores del pueblo y fue durante unos pocos años, guarda de noche del mercado. Seguramente tuvo alguna relación con los sindicatos de clase durante la República, como ocurrió con Antonio Moya, el del quiosco, pues había sido despedido sin más de la Renfe. Los ferroviarios guardan una nostalgia permanente del tren y él no era menos. Había sido jefe de estación en Mérida y vivía en la calle Real, acogido en casa de Ignacio el de Los Rosales. Era hermano de Isabel, la partera que vino de Chiclana con sus tres hijos pequeños, cuando murió su marido Antonio, veterinario cordobés, como ella, que tuvo su último destino en Chiclana, donde está enterrado. El viejo Paco, una gran persona, nos acompañaba en las tardes inolvidables de Los Rosales, cuando Ignacio se iba a descansar. Con frecuencia nos acercábamos a algunas de las puertas del mercado, a estar un rato con él en el silencio hueco del recinto, que se nos antojaba el fondo musical de la noche.

En aquellos años, avanzados los cincuenta, Algeciras creció y prosperó con la llegada de los españoles que habían vivido en el Protectorado. Aún quedaban bastantes, que volvieron en adelante en un continuo goteo, de los que no tuvieron tiempo de liquidar sus negocios y trasladarse. Los más mayores, marcharon ya jubilados a otros lugares de la península. Entre estos estaba Segovia, propietario de un bistró en Tánger, que no se perdía ni una sola corrida de Feria. Llegaba a Los Rosales y mientras compartía con Ignacio un par de “bombonas” (medias botellas) de Tío Pepe, le preparaban la merienda para después del tercer toro en la Perseverancia.

Las plazas de la Comarca se llenaban con estos viajeros ocasionales que buscaban sumergirse unas horas en su añorado ambiente. Aunque la verdad es que en Tánger había una plaza de toros, inaugurada en 1950, que todavía está en pie y en desempleo. La de Melilla, sin embargo, está aún, al menos en teoría, en activo. Hubo unos cuantos buenos toreros de Tánger y de todos ellos cabe destacar al gran Luis Marquijano, uno de los luchadores contra la droga que tuvimos la suerte de tener entre nosotros. Al lado de otro grande, Miguel Alberto Díaz, al que nunca le dieron la oportunidad de vestirse de luces.

Miguel Ángel del Águila fue el fotógrafo de los años decisivos, de los que marcaron el futuro hoy hecho presente, de Algeciras y de la Comarca. Lo fotografiaba todo y, desde luego, lo que le parecía esencial para comprender la época que él mismo estaba viviendo. Era un niño cuando llegó con sus muchos hermanos a Algeciras. Su padre, farmacéutico, se instaló frente al ambulatorio del Calvario y ahí sigue la oficina de farmacia que abrió, regentada ahora por uno de sus hijos. Nuestra Victoria, se ocupaba de poner orden en la acumulación de negativos que aportaba Miguel Ángel y de gestionar la tienda del ramo que mantuvieron abierta algún tiempo.

Patrimonializando para sus hijas aquel valiosísimo material, Victoria ha ido haciendo público desinteresadamente su contenido. Y de añadido, ha tenido la gran idea de servirse del buen hacer de José Juan Iborra, para publicar en Europa Sur algunas de esas fotografías, hábilmente escogidas e inteligentemente comentadas, con su buena letra, por este profesor de literatura que nos donó la Vila, que es como llaman los vileros a su multicolor Villajoyosa, hoy, socialmente, más cerca que nunca de Algeciras, en la que nació mi inolvidable Juan Jiménez, que acertó de pleno al casarse con Encarna, una de las bellas hijas de Clavijo, el torero trianero de la calle Real.

Pero Victoria Guerrero Montero, cuyos apellidos se enraízan en lo mejor de nuestra historia, no se ha limitado a ofrecernos el regalo inmenso de fotografías únicas e irrepetibles, de instantes extraordinarios, sino que mucho más allá de todo eso ha coordinado, con la ayuda de un espléndido grupo de paisanos, el funcionamiento de una de las iniciativas más nobles y fructíferas de nuestra historia reciente: el Aula de Mayores de la Universidad de Cádiz y la Asociación Julia Traducta. No sé si el curso 2022/23 ha sido el más sustancioso de su rico recorrido, pero desde luego el balance que contiene su muy reciente memoria, supera todo lo imaginable.

Regulares de Ceuta en Algeciras. Regulares de Ceuta en Algeciras.

Regulares de Ceuta en Algeciras. / Erasmo Fenoy

Mi experiencia universitaria en la dirección de centros es grande y he acogido iniciativas de la misma naturaleza que la que lidera Victoria. Ninguna podría aspirar a compararse con la que ella y sus compañeros de tarea han sido capaz de realizar. No sólo es incomparable en términos relativos sino incluso absolutos. Si añadimos las ventajas que supone una ciudad de la capacidad de Madrid, ese balance adquiere proporciones gigantescas. Si no fuera una espléndida realidad sino un proyecto, parecería imposible llevarlo a cabo.

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