El Parque, los alcaldes y el Escudo sin corona
Campo chico
Al alcalde López Tizón y a sus próximos, se les ocurriría mandar raspar la corona del escudo de Algeciras
Algeciras, formada por lo que es hoy el centro histórico, había sido dividida a efectos electorales en cuatro distritos
Nos hemos quedado sin saber, no todos, desde luego, pero sí la inmensa mayoría, a qué ha obedecido tanto secretismo en el remozamiento intenso e intensivo que se ha aplicado al Parque. Me permito aludirlo como lo hacemos los especialitos desde que sale el sol por el este y tiene la oportunidad de regar con su luz y con su calor tan entrañable recinto. Bien es verdad que tiene nombre, el parque María Cristina, pero rara vez, quizás en presencia de algún visitante externo o por cuestiones ligadas a lo protocolario, lo llamamos así. Pasa lo que con el Instituto, el denominado Kursaal. Siempre fue, sin más, el Instituto. Como la Plaza Baja fue, simplemente, la Plaza. Bien harían nuestros próceres, para beneficio de las generaciones venidas y venideras, en mantener los buenos comportamientos tradicionales, los nombres consolidados y las referencias que el tiempo ha conservado. De este modo, respetarán a nuestros mayores y ayudarán a conservar ese halo que envuelve el legado compartido y traspasado.
La política debiera limitarse a sus deberes, que son el gobierno de las colectividades y la noble confrontación de pareceres, sin inmiscuirse en los reductos sociales en los que se cobijan los sentimientos de la gente. Los nombres propios muy difícilmente producen un efecto confortable generalizado, sobre todo aquellos que aluden a personas que han ostentado alguna forma de poder, porque no es cosa que se ejerza a gusto de todos y lo aludido en la arquitectura urbana debiera no ser objeto de rechazo para nadie.
Conviene, llegado a este punto y a este parecer, recordar los memorables versos del inmortal Pedro Muñoz Seca acerca de los Quiñones: “Los cuatro hermanos Quiñones/ a la lucha se aprestaron,/ y al correr de sus bridones/ como cuatro exhalaciones/ hasta el castillo llegaron./ ¡Ah del castillo! —dijeron—./ ¡Bajad presto ese rastrillo!/ Callaron y nada oyeron,/ sordos sin duda se hicieron/ los infantes del castillo./ ¡Tended el puente, tendello!/ Pues de no hacello, ¡pardiez!,/ antes del primer destello/ domaremos la altivez/ de esa torre, habréis de vello.../ Entonces los infanzones/ contestaron: ¡Pobres locos!.../ Para asaltar torreones,/ cuatro Quiñones son pocos./ ¡Hacen falta más Quiñones!”. Bien habrían venido esos Quiñones cuando, en 2019, se abordó la segunda fase de la restauración de la Plaza Alta, para ordenar la reposición de la corona del Escudo de Algeciras que aparece profusamente en la decoración. Los bancos periféricos sufrieron, en 1931, poco después de su revestimiento cerámico, un grave atentado, que presenció siendo niño, el que fuera cronista oficial de Algeciras entre 1962 y 2006, Cristóbal Delgado Gómez; un empleado municipal –cuenta don Cristóbal– armado de cincel, fue pacientemente destruyendo, una por una, las coronas. Debió de ser una de las primeras ocurrencias que tuvo, poco después de la proclamación de la República, el alcalde Diego López Tizón, de Alianza Republicana, la plataforma de partidos que firmaron el Pacto de San Sebastián y prepararon el golpe encubierto que fueron las elecciones municipales del 12 de abril de 1931.
Las figuras señeras de esa plataforma, que tuvo como tal una corta vida; aparte de los catalanistas, Marcelino Domingo, que era hijo de un guardia civil sevillano, y Luis Companys, que fue ministro de Marina y presidente de la Generalidad catalana; eran el alcalaíno (de Henares), Manuel Azaña, y Alejandro Lerroux, cordobés de La Rambla, que pasó parte de su niñez en Cádiz y admiró con pasión, ya en su juventud y en su incipiente madurez (si es que fue maduro alguna vez), al histórico líder republicano Manuel Ruiz Zorrilla, con cuyo nombre se rotuló la parte alta del Secano, en Algeciras. He aquí una incorporación al callejero que, si bien alude a una importante personalidad, no se sabe a qué concreción obedece. El año 1906, el año de la Conferencia, en el que la Corporación decide dar ese nombre a parte del Secano, de la carreta general de Cádiz a Málaga, fue un año no sólo histórico sino memorable en tanto en cuanto significó en el desarrollo posterior de la ciudad. No sé si lo de Ruiz Zorrilla tuvo que ver con alguna concesión republicana en tiempos de vivencias monárquicas.
El diario El País, fundado por José Ortega Spottorno (hijo de Ortega y Gasset) en 1972, al menos en lo que se refiere al nombre, tuvo un antecedente entre 1887 y 1921 como órgano de expresión del republicanismo liderado por Manuel Ruiz Zorrilla. El País de entonces, fue fundado, curiosamente y sin que ello invite a las comparaciones, que siempre son odiosas, por un periodista andaluz, de Úbeda, que era además matemático y fue incluso catedrático de Instituto: Antonio Catena Muñoz, una personalidad muy interesante del republicanismo español que como tantos otros se vio desbordado por el desorden en que sumió a España, la Primera República, preludio exagerado de la Segunda. Catena fue un entusiasta militante del Partido Republicano Progresista liderado por Ruiz Zorrilla. De esos vericuetos sociopolíticos surge Alejandro Lerroux, un político confuso de amplio repertorio demagógico y contradictorio. Fue ministro de la Guerra en 1934 y de Estado en 1935, y presidente del Gobierno en tres ocasiones, entre 1933 y 1935. Anduvo dando tumbos hasta que en las últimas elecciones de la etapa republicana de 1936, ni siquiera fue elegido diputado. Se exilió en Portugal en cuanto percibió el pronunciamiento de 1936 y llegó a adoptar una actitud receptiva y positiva hacia el golpe de Estado cívico-militar que acabó con la República en 1939. En 1947 regresó a España adonde murió en 1949.
La masonería en los años treinta en España, estaba muy en primera fila, sobre todo en los ambientes republicanos, aunque no sólo en ellos. En sus primeras andanzas madrileñas, en 1886, cuando rondaba los veintidós años, Lerroux ingresó en la logia Betónica, asignándosele el nombre de Giordano Bruno, napolitano de cuando Nápoles pertenecía a la Monarquía de España, que fue considerado hereje y quemado en la hoguera, fundamentalmente por defender ideas tenidas por incompatibles con el creacionismo. Son unas cuantas las logias a las que perteneció Lerroux, según sus biógrafos, aunque parece que nunca fue un masón activo, más bien su proceder inspira la intención de beneficiarse de lo que pudiera derivarse de su condición. En algún lugar se dice que Lerroux fue quien indujo a adoptar el color morado para la bandera de la Segunda República, que rompía una larga tradición de vigencia, incluso durante la Primera República, de la roja y gualda. Lo curioso es que se refirieron al color morado como el del pendón de Castilla, que es rojo carmesí. Por lo visto no advirtieron que el morado había resultado de la larga exposición al viento y al sol del pendón castellano que había sido observado y tomado como modelo cromático.
Se da la curiosa paradoja de que Ruiz Zorrilla fue uno de los que apoyaron, nada menos que como presidente de las Cortes, la proclamación de Amadeo de Saboya como rey de España en 1871, y formó parte de la comisión parlamentaria encargada de ofrecer el trono al tercer hijo del rey de Italia (el primero que lo fue de Italia como Estado, llamado por ello, allí: el padre de la patria; era el 18 de febrero de 1861), Victor Manuel. Curiosa por cuanto Ruiz Zorrilla fue tenido siempre como la personificación de la progresía republicana. Fue, en dos ocasiones, jefe del Gobierno, reinando Amadeo, y dimitió tras la renuncia del monarca y la consecuente proclamación de la Primera República, de infausta memoria. Masón entusiasta, Ruiz Zorilla fue, entre otras distinciones masónicas, Gran Maestro del Gran Oriente de España entre 1870 y 1874, institución que puede tenerse por el antecedente de la actual Gran Logia de España, cuyo Gran Maestro es, desde hace poco más de un año, José Maria Oleaga Zalvidea, bilbaíno, senador, destacado militante de la facción vasca del PSOE. De esas fuentes bebe ideológicamente Diego López Tizón, el primer alcalde republicano de Algeciras y los que le sucedieron entre 1931 y 1936.
Entre esos años, del 31 al 36 del siglo XX, hubo en Algeciras, seis alcaldes, de los que la mitad lo fueron en el año 1936 y, dado que el último, Salvador Montesinos Díez, fue depuesto el 18 de julio, por el coronel Emilio March y López del Castillo; amigo íntimo del general Franco (según asegura en sus Memorias, el general Queipo de Llano); se sale a poco más de un alcalde por cada dos meses, de media. Los tres de 1936 eran del Frente Popular, una coalición de izquierdas que, como ya digo, se parecía bastante a la que tenemos hoy día en el Gobierno central. Llamado Front d' Esquerres en Cataluña y Valencia, el Frente Popular, del que los colectivos más significativos eran el PSOE, el Partido Comunista de España, Izquierda Republicana y Esquerra Republicana de Cataluña, además de contar con el apoyo de numerosas organizaciones anarquistas, estaba liderado por Manuel Azaña y ganó las elecciones generales celebradas entre febrero y marzo de 1936. El día 5 de agosto de ese año, accedería a la alcaldía de Algeciras el coronel José Sotomayor Patiño, nombrado por el nuevo gobernador civil de Cádiz, Ramón de Carranza Fernández-Reguera.
Al alcalde Diego López Tizón y a sus próximos, se les ocurriría, en plena efervescencia republicana y sin poder imaginar lo que nos esperaba a los españoles, hacer con la historia encajes de espuma y mandar raspar la corona del escudo de Algeciras en la cerámica de la Plaza Alta; un gesto que lo dice todo de este prestigioso masón, de nombre simbólico Riego, de la logia Trafalgar. La actual Corporación perdió, como ya he adelantado, la oportunidad de reponer la histórica corona en el lugar que le corresponde, cuando emprendió, en 2019, la tarea de restaurar el deteriorado decorado de nuestra plaza mayor. López Tizón presidió la Corporación algecireña a resultas de las tristemente famosas elecciones de 1931 . Aquella Algeciras, formada por lo que constituye el centro histórico actual con San Isidro incluido, había sido dividida a efectos electorales en cuatro distritos, adoptando como ejes, la calle Larga (Regino Martínez, Colón, Emilio Santacana, Duque de Almodovar) y la calle Carretas (General Castaños). Merced, Pósito, Caridad y San Isidro, los nombres de los distritos electorales aludían a los enclaves urbanos más significativos. Merced, por el Convento de La Merced, que denominaría para siempre a la calle rotulada como Alfonso XI; Pósito, por la estructura del mismo nombre que existía en la calle Teniente Serra esquina a Prim, donde posteriormente se ubicaría el dispensario de Cruz Roja; Caridad, por el Hospital del mismo nombre ubicado al suroeste; y San Isidro, comprendiendo desde la calle Sevilla al oeste hasta el Secano; más o menos los límites de la ciudad, dejando los extrarradios, al norte y al sur, como extradistritos. La calle Carretas sería pues, el eje entre la parte alta y la parte baja de Algeciras, materializadas en sus plazas, la Alta y la Baja, y con sus vías norte-sur, la calle Real, la Larga, la Alta y el Secano.
La población de Algeciras era, en 1931, cercana a los veintiún mil habitantes y le correspondían 23 concejales. El distrito de Merced, la calle Ancha, Convento y aledaños, era el de mayor densidad burguesa, el que contenía a buena parte de la exigua clase media. Diego López Tizón, candidato por ese distrito fue el que obtuvo más votos de la circunscripción electoral, pero no del conjunto, seguido de Aurelio López Domínguez, referente de una de las familias más emprendedoras de la ciudad, almacenista de coloniales. Entre sus hijos están, Francisco López Muñoz, presidente honorario de AEPA2015 y autor, entre otras contribuciones al conocimiento de Algeciras y de su propia familia, de la Capilla de la Virgen de Europa, y Juan López Cuevas, una figura esencial de nuestra historia, presidente de la Cámara de Comercio y de la Junta de Obras del Puerto cuando todo estaba por hacer y se estaba haciendo con su valiosa ayuda. Mucho tuvo que ver Juan con la existencia del hoy llamado edificio Pérez Villalta, sede de la Concejalía de Cultura.
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