Un ex futbolista que cambió el balón para ser tenor

El verano le sienta bien al tenor jerezano Ismael Jordi, sobre todo, porque está en su tierra. Después de un año trepidante de trabajo y viajes por todo el mundo, aprovecha estos días estivales para recordar los sabores del Sur, su comida, sus noches cálidas, hablar con los amigos y, por supuesto, jugar al fútbol.

— Creo que este verano lo está aprovechando bien. ¿Cómo está siendo?

— El verano es de no hacer absolutamente nada, menos tres o cuatro conciertos que tengo, pero es como digo yo: tocata y fuga. Vamos que no es que tenga que cantar una producción de ópera que me obligue a estar un mes y medio fuera. Lo que tengo ahora es un concierto en Nerja, otro en El Escorial, en Cap Roig y otro en Menorca. Allí aprovecho y me quedo una semanita.

— Entonces, usted que está todo el día viajando, aprovecha el verano para estar en su tierra.

— Sí, la verdad es que aprovecho para estar en Jerez. En la medida de lo posible intento dejar el verano libre para descansar y sobre todo, para estudiar nuevas óperas y repertorios. Llevo cerca de un mes en Jerez. Además de estar con la familia, aprovecho para hacer deporte, jugar al fútbol, hacer las cosas que no puedo hacer cuando estoy por ahí...

— Así que sigue dándole al balón.

— Sí, con mis amigos, igual de malos que siempre (ríe). Así por lo menos mato el gusanillo.

— Usted tiene casa en Verona, ¿son diferentes los veranos allí?

— Allí me dedico a estudiar. Allí he pasado muchos veranos y hace mucho calor. Además, hay mucha vida porque la temporada de ópera es ahora. Pero no cambio los veranos de Jerez por nada.

— ¿Tiene algún viaje previsto y que no sea para cantar?

— Bueno, mis amigos han organizado una semanita en el Caribe. Aunque no me gusta moverme de Jerez, esta vez me han convencido porque ya quedamos en ir todos juntos a un viaje. Así que me conformo con lo que me digan.

— ¿Su verano soñado?

— Bueno, quedarme aquí, tranquilo, con mi familia, hacer deporte todos los días, pescar, ir a la playa. Un mes así. Lo quiero llevar a rajatabla, a no ser que me salga una actuación muy, muy importante. Que yo estoy de vacaciones, pero me levanto todos los días a las siete para hacer deporte, ¿eh? Me relaja mucho. Necesito este descanso porque cada año tengo más trabajo, algo que es bueno, pero también hay que desconectar. No me arrepiento para nada de lo que hago ahora.

— ¿Tiene algo gordo a la vista?

— Bueno, tengo una cosilla, pero prefiero desvelarlo más adelante. Pero es gordo.

— ¿Con quién se iría de vacaciones? Y no vale decir la familia.

— Bueno, aparte de con mi familia (ríe), con mi maestro de Verona, Angelo Capobianco. Es un personaje.

— ¿A quién le cantaría las cuarenta?

— A Risto Mejide. (Ríe).

— ¿Por qué?

— Las cosas que dice no están mal, pero hay formas mejores de decirlas. Es muy fácil hablar sentado.

— ¿Es sacrificada la música?

— Sí, mucho. Las obras no se preparan en una semana, como se hace en Operación Triunfo. Es un trabajo de años. Es sacrificada pero da muchas satisfacciones, sobre todo cuando se acercan espectadores, te felicitan y te dicen que les has hecho pasar un rato muy bueno.

— Elija una ciudad de las muchas en las que ha estado.

— Oh, sí. Venecia y Berlín.

— Recomiende una obra a un iniciado en la ópera.

— Que vaya a ver al Villamarta, en enero, ‘El elixir de amor’ de Donizetti. Y no porque la cante yo (ríe), sino porque es buena para empezar la afición, en la que hay que ir poco a poco.

— ¿Y a un experto?

— Eugene Onegin.

— ¿Ha dado la nota alguna vez?

— Nooo, no suelo dar la nota.

— ¿Y en el escenario?

— Allí hay que darla por fuerza (ríe). No, en serio, no soy persona de darla.

— Si no hubiera sido tenor, ¿qué le hubiera gustado ser?

— A mí siempre me han gustado los animales. Hubiera sido biólogo. Pero soy muy feliz así.