Cuando la Calzada de Tarifa era arroyo
Historias de Tarifa
Las obras intermitentes para desviar el trazado del río Angorrilla hicieron que, lo que ahora es calzada, pasara por diferentes fases
El río Angorrilla atravesaba Tarifa de punta a punta hasta que fue desviado en 1889 para alivio de los vecinos. Por sus márgenes intramuros discurrían dos calzadas, aunque nominalmente se consideraban cuatro: las de San Mateo y de Solís por la izquierda y las de los Perdones y del Hospital por la derecha. Algunos tramos carecían de calzada porque las casas se fundían con el mismo cauce.
El río y las calzadas intramuros
El arroyo dividía el recinto urbano en dos partes casi iguales, entrando por la puerta del Retiro y saliendo junto a la torre de Guzmán el Bueno. Continuaba su curso por la Huerta del Rey para desembocar en la playa de Los Lances, al arrimo del montículo Santa Catalina. Entraba y salía por la muralla bajo las llamadas torres de la Red, protegiéndose el hueco con un rastrillo o red que se subía y bajaba según conviniese.
Al traspasar la muralla junto a la puerta del Retiro, la caja del arroyo se adueñaba de todo el ancho de la ahora calle del General Copons hasta la plaza de los Perdones, actual de Oviedo. Así que en este trecho discurría sin caminos laterales, lo que explica que a esta calle no se la considerase luego como parte de la Calzada.
Personas y carruajes transitaban desde la puerta del Retiro hacia el centro por la calle Asedio, así rotulada desde 1863, antes llamada del Retiro. A esta calle orientaban sus fachadas los edificios del margen derecho en este sector del río. Su margen izquierdo estaba ocupado por el lateral norte de la iglesia de San Mateo y la casa parroquial con su corral.
Las calzadas arrancaban realmente en el puente de San Mateo, delante de la iglesia, llegando hasta el hospital de la Caridad, hoy Residencia de Mayores, por la izquierda, y hasta la calle de la Palma, actual Reyes Católicos, por la derecha. No eran uniformes en cuanto a longitud y anchura. Estaban empedradas y con aceras de baldosas.
Se consideraban calzadas y no estrictamente calles, aunque a veces también se calificaban así, por haber viviendas solo en uno de sus laterales, ya que en el otro estaba el río. Por tanto, la numeración de las casas era correlativa en cada calzada, tras la casa nº 1 venía la nº 2, nº 3, etc. La calzada de San Mateo llegaba hasta el nº 5, y a partir de la calle San Donato empezaba la calzada de Solís con nueva numeración.
Las calzadas y los puentes precisaban barandillas o pretiles elevados sobre el nivel del pavimento en previsión de avenidas y por la seguridad de las personas. Al deambular de noche por estos sitios, más de un incauto había caído al arroyo por descuido o temeridad, hundiéndose en alguna nauseabunda poza.
No siempre se contó con esas protecciones a causa de su destrucción por inundaciones y por la falta de fondos para reconstruirlas. En los años 1788 y 1789 se recrecieron los muros a lo largo de las calzadas de Solís y del Hospital con pretiles de mampostería. En la calzada de San Mateo existía un barandal de hierro, que en 1890 fue desmontado y reutilizado en la plaza alta de la Alameda.
En los inviernos había riesgo de desbordamientos dentro de la población con los consiguientes daños materiales y desgracias personales. Pero también era calamitoso un caudal insignificante, sin fuerza para arrastrar al mar las aguas residuales vertidas por prácticamente todo el pueblo. Por no hablar de las basuras y hasta animales muertos que se arrojaban al arroyo. Convertido en repugnante cloaca descubierta, era un foco de enfermedades infecciosas e incluso llevó a la muerte de un buen número de vecinos y, particularmente, “entre los habitantes de las calzadas, que es la calle más principal de la ciudad”.
Por todo ello, no extraña que el Ayuntamiento viniese planteando la necesidad del desvío por fuera del pueblo desde la segunda mitad del siglo XVIII.
Los puentes urbanos
Se construyeron varios pequeños puentes para cruzar de un lado al otro del arroyo en su recorrido urbano. Todos eran de un solo ojo o tragante y por esto también se les llamaba alcantarillas, como consta en el Diccionario de Pascual Madoz (1846-1850). Además, se podía vadear por un par de pasos con unas simples piedras o con tablas en la misma madre.
No todos estos puentes se encontraban siempre en un buen uso. Las habituales fuertes riadas invernales solían causar desperfectos o incluso el derrumbe de alguno. El artista y escritor algecireño José Román (1871-1957), visitante asiduo en los años previos y posteriores a la desviación del arroyo, suscribe esta esclarecedora descripción: “Por lo que hoy es el Paseo principal, por la Calzada, corría un arroyo fétido, hoy bajo bóveda, urbanizada la calle, y para cruzar de una acera a otra existían unos puentecillos de peligroso paso, en un arco, estilo romano”.
Enumerados desde la puerta del Retiro en adelante, los siete puentes intramuros existentes en la segunda mitad del siglo XIX, hasta su destrucción en 1890, eran los siguientes:
Puente del Retiro, ubicado justo al entrar por la puerta del mismo nombre, a la altura de la calle de la Independencia, junto a la muralla.
Puente, más bien pasarela, para acceder desde la plaza de los Perdones a la vivienda de los curas anexa a San Mateo. Los propios párrocos pidieron el permiso municipal en 1845 para construirlo de madera a sus expensas. Luego se reconstruyó de obra.
El puente que permitía entrar en la iglesia de San Mateo por la puerta del Perdón desde la dicha plaza de los Perdones, llamada Batalla del Salado entre 1863 y 1897.
Puente de San Mateo, probablemente el más transitado de todos, que unía la calle Santa Brígida, actual alférez Justino Pertíñez, con la explanada delante de la parroquia.
Puente entre las antiguamente llamadas calle San Antonio y plaza del Pan, en el margen derecho, dando a la conocida como “casa amarilla”, esquina con la calle San Donato, en la margen izquierda.
Puente de Bárcenas o de Solís, situado a media distancia entre la embocadura de la calle San Francisco y la esquina del Hospitalito, cruzando a la antigua casa de los Solís.
Puente del Matadero, desde la calle de la Santísima Trinidad a la puerta del Mar en el castillo, junto a la torre de Guzmán el Bueno. El nombre le venía dado porque aquí estuvo el matadero municipal hasta la década de 1860.
El arroyo también se podía cruzar vadeando en dos sitios: desde la calle Inválidos al hospital de la Caridad, cerca del callejón Luz Muñoz, y desde la esquina del Hospitalito a la actual plaza del capitán Menéndez Arango.
Las calzadas de San Mateo y de Solís
Desde la iglesia, por la izquierda discurría la calzada de San Mateo, entre las esquinas con las calles Privilegios y San Donato. Era la más corta de las cuatro, pero también la más cotizada por su mucho trasiego y “por estar en el comedio del pueblo y frente de la puerta principal de la iglesia mayor”.
A continuación de la calle San Donato ya era calzada de Solís, así llamada por el noble tarifeño Fernando Solís y Mendoza, nacido en 1627, corregidor de Gibraltar y capitán general de Artillería del reino de León. Era el propietario de la antigua casa nº 4. Esta calzada venía a morir en la calle del Sol, actual Madre Purificación, al toparse con el hospital de la Caridad o de la Misericordia, donde se cerraba el paso por ese margen del arroyo.
Algo más adelante, a la altura del dicho hospital y haciendo esquina con la calle Cuna, nombrada Luz Muñoz desde 1910, se abría una placita que el Ayuntamiento cedió en 1792 para la ampliación del establecimiento benéfico, aunque la obra no fue ejecutada. En 1889, después de la reconstrucción del hospital en 1887, este terreno fue cercado para formar un pequeño jardín delante de su nueva fachada principal, como aún podemos comprobar.
El hospital de la Caridad terminaba en la calle Cuna, ahora, un callejón cerrado y casi oculto a la vista, así llamada por recogerse allí a los niños abandonados. A partir de aquí existía otro conjunto de viviendas, en el solar que ahora ocupa el asilo San José, con fachadas orientadas bien a dicha calle Cuna o a la calle del Mar, actual Guzmán el Bueno, y con espaldas o laterales al cauce. Esta manzana de casas sin calzada junto al arroyo terminaba en la plaza del Matadero, o sea, Puerta del Mar.
Hubo una breve fusión de las dos calzadas con la reforma del callejero aprobada en diciembre de 1863, determinando que “la Calzada de San Mateo se prolonga hasta el fin de la de Solís, suprimiéndose este nombre”. Sin embargo, a petición de los descendientes de Fernando Solís, en 1865 el Ayuntamiento restableció su antiguo nombre de calzada de Solís para “mantener el recuerdo de los hijos de Tarifa que por su ciencia o servicios han conquistado un puesto distinguido entre los hombres célebres”.
Calzadas de los Perdones y del Hospital
La calzada de los Perdones iba desde el puente de San Mateo, esquina con la plaza de los Perdones, hasta la calleja de San Joaquín, antigua Alta del Lorito. La llamada entonces plaza del Pan, que es ese ensanche entre el Café Central y la calle Nuestra Señora de la Luz, era al mismo tiempo parte de la calzada de los Perdones.
Esta calzada ha visto adelantada su línea de edificación entre un metro y medio y tres metros respecto de la existente previamente al embovedado. Otra curiosidad es que, al estar orientada al sur, aquí no encendían las farolas de aceite en noches de buena luna, considerando suficiente el resplandor de la luna llena.
A partir de la calle San Francisco discurría la calzada del Hospital, así conocida por el llamado Hospitalito, que fue fundado como obra pía por el regidor Juan Jiménez Serrano en el siglo XVI. Esta calzada terminaba en la calle de la Palma, ahora Reyes Católicos, puesto que ahí se juntaban las viviendas con el arroyo.
Con la nueva nomenclatura del callejero aprobada en 1863, el Ayuntamiento resolvió que “las actuales calzadas de Perdones y Hospital quedan refundidas” en una sola con el nombre de Sancho el Bravo. Es decir, todo el lateral derecho del arroyo desde San Mateo hasta Puerta del Mar ya se designaba calzada o calle de Sancho el Bravo. Por tanto, la numeración de las casas sería correlativa para ambas calzadas, terminando en la finca nº 10 próxima a la calle de la Palma.
En aquella década de 1860 hubo un intento de desviación del arroyo, que no se llevó a cabo por cuestiones de defensa, no permitiéndose todavía construir en “zona polémica”, esto es en los aledaños exteriores de la muralla. Habría que esperar a 1889 para ver terminado el túnel del Retiro que desemboca en La Caleta. Y en 1890 se procedió al relleno del cauce urbano y su alcantarillado con el fin de formar una nueva y ancha vía.
Esos trabajos llevaron su tiempo al presentarse serios conflictos entre el Ayuntamiento y la empresa constructora. Tras varios años de exasperantes obras discontinuas, al finalizar el siglo XIX los tarifeños pudieron disfrutar de la espléndida calle de Sancho el Bravo, esto es, la Calzada, como la conocemos en la actualidad.
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