La Levantá

Nuestra bandera blanca

  • Manuel García Campillo

Nuestra bandera blanca

Nuestra bandera blanca / Archivo

Querido Juan, Juanito Garzón, te hemos despedido en un día triste, lluvioso, de invierno. Estabas delante de nuestros Titulares, nuestro Cristo de Medinaceli y nuestra Virgen de la Esperanza, presidiendo desde hace algunos años el altar de nuestra queridísima y sempiterna capilla de San Isidro Labrador.

Mientras asistía a la Eucaristía de “córpore insepulto” desde el antiguo y remozado bautisterio, grandes y numerosos recuerdos me vinieron a la memoria, cuando al ver que Nuestra Bandera Blanca con el Escudo de la Cofradía bordado en oro, te acompañaba, cerquita de la puerta pequeña del lateral, que sale a la plazoleta.

Esa Bandera Blanca que durante tantos años fue el pendón y el emblema de Nuestra Hermandad, y que desfiló portada por uno de nuestros hermanos, del barrio, durante tantos Martes Santo algecireño como símbolo y estandarte de nuestro lema franciscano, PAZ y BIEN.

En ese mismo lugar, siendo muy joven, te vi por primera vez, entrando por esa puerta. Era Martes Santo, llovía, vestías gabardina color beige. Un hombre alto y joven, paraguas largo en mano. Venías buscando a don Manuel María Martín Miguel, nuestro director espiritual y a don Manuel Aldana Almagro, nuestro hermano mayor. Era Martes Santo en Algeciras, la procesión se había suspendido y no salía nuestro Cristo ni nuestra Virgen a la calle. Corría el año 1973; don Emilio García Rincón y Vázquez, el hermano número uno de “Medinaceli” rezaba, desde el atril, el Vía Crucis como si del primer viernes de marzo se tratara en su decimocuarta estación, precedida de la oración al dulcísimo Jesús de Medinaceli; mientras tanto, el pueblo y fieles que iban a acompañar al santo Cristo para cumplir su promesa, detrás de su paso, entraban por la puerta principal de la plazoleta, y tras presenciar a los sagrados titulares en sus tronos, dispuestos para la salida procesional, se persignaban, rezaban y salían apresuradamente por esa puerta lateral pequeña.

En el mes de mayo de ese mismo año, me invitaba don Manuel María para que asistiese a la reunión de Junta de Gobierno que iba a celebrarse; y, así, de su mano, contando con solo quince años me acogieron con sumo cariño aquellos legendarios cofrades que tanto me enseñaron. Más tarde, cuando corría el mes de octubre, llegabas tú, querido Juan, para integrarte como vocal de cultos de la Junta, también de la mano de don Manuel, nuestro párroco. Un largo currículo te precedía y avalaba fielmente tu trayectoria como persona de fe y buen cristiano, resaltando tus cualidades y buen hacer como presidente del APA de los colegios Huerta de la Cruz y Salesiano.

Desde entonces, y hasta hoy, hemos caminado juntos como hermanos en la fe del Señor, trabajado sin medida y fuertemente en muchos avatares y vicisitudes. Nos curtimos en mil y una batallas cofradieras, tan numerosas, importantes y tan relevantes que sería imposible escribirlas y resumirlas en pocas palabras, teniendo en cuenta la gran labor realizada durante dieciocho años como Hermano Mayor. Y lo hemos hecho tanto con el antifaz puesto como sin él, a cara descubierta, primero en nuestra cofradía, después en la Junta Local de Hermandades, en la reorganización de las cofradía de Jesús Nazareno, de la “Borriquita”…

Mucho aprendimos y muchos logros alcanzamos juntos, también muchos de ellos quedaron en el sendero, a veces pedregoso y difícil de la vida, a veces queriendo, y otras sin querer, pero en el fondo todas ellas sembradas con el respeto mutuo y el confort del trabajo bien hecho, eficaz y eficiente.

Muchos hermanos nuestros te han precedido hasta ahora hacia el Padre Misericordioso. Estoy seguro que sabrás unirlos a todos ante las divinas plantas de Jesús de Medinaceli para formar de nuevo aquella Junta Renovadora de 1981 y que, reunidos alrededor de esa “mesa redonda”, poder poner sobre la misma el perdón, el amor, la esperanza, la tolerancia y la unidad fraternal que siempre nos acompañó y de la que nos sentimos muy orgullosos.

Dejemos que el tiempo nos deje espacio para que podamos adivinar en el simbolismo de esa, Nuestra Bandera Blanca, y nos dejemos llevar sumisos para defender a corazón abierto el lema de nuestra cofradía, Paz y Bien. Valdrá la pena si así lo entendemos y aprovechamos para que, una vez sacada del baúl de los recuerdos cofrades, y recogida de la tintorería del tiempo, sea de nuevo puesta al sol para que luzca más y mejor ante todos.

Estoy seguro que habrás dejado impreso para la eternidad en el rico bordado en oro que sustituye la cruz roja y azul, entrelazada con el toisón de oro y rodeada de corona de espinas con las siglas M y E, para que todo quede en el olvido para siempre y sea traspasado a la actual bandera de terciopelo de color burdeos, como siempre quisimos, para que fuera como la túnica omnipresente del Señor de Algeciras, como único y verdadero Estandarte.