ASÍ FUE EL VIERNES Y EL SÁBADO SANTO EN LA COMARCA

El Santo Entierro de San Roque cautiva por su sobriedad y solemnidad

Las hermandades sanroqueñas volvieron a dar un año más lo mejor de sí mismas en la procesión Magna del Santo Entierro, punto y final para la semana de Pasión en la ciudad donde reside la de Gibraltar. De Gibraltar, precisamente, proceden varios de los conjuntos escultóricos que hicieron estación de penitencia el Viernes Santo. Y es que dice la historia que San Roque nació de una procesión, la de los exiliados que, con lágrimas en los ojos, dejaban su hogar al invasor.

La procesión de ayer, sin ser un éxodo, sí supuso una fiel representación de la Pasión de Cristo en orden cronológico donde las lágrimas eran de fe y confianza en la resurrección de Jesús.

A las cinco de la tarde, la Plaza de la Iglesia y la calle San Felipe eran un hervidero de gente dispuesta a contemplar el desfile de catorce pasos de ocho hermandades. Muchas cámaras de fotos estaban listas para retratar las imágenes y a los familiares que formaban parte de los cortejos, bien como cargadores, penitentes o mantillas. El Escuadrón de Romanos a Caballo ya se encontraba dispuesto para abrir paso mientras que el sol invitaba a permanecer en la plaza perfumada por el jazmín de los naranjos y que, en pocos minutos, se acabaría tornando en olor a incienso. En los balcones del Palacio de los Gobernadores, varios representantes del gobierno local, encabezados por el alcalde, no perdían detalle.

En la Plaza de Armas, a espaldas del bullicio, la actividad era frenética. Las bandas de música afinaban sus instrumentos mientras que los cargadores se ajustaban el fajín y preparaban sus músculos para un esfuerzo que se recompensa con la mayor de las alegrías para un cofrade: poder salir a la calle sin que el tiempo lo impida.

Media hora más tarde, justo con el toque de la campana, se abrieron las puertas que dan al atrio del templo de Santa María La Coronada para dar paso a la primera de las imágenes que pisó la calle: Nuestro Padre en la Oración del Huerto, que se encontró con Nuestra Señora del Mayor Dolor en la cuesta de San Felipe en poco más de media hora.

Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado (Medinaceli) fue, al igual que el resto de imágenes, recibida entre aplausos y los sones del himno nacional interpretados por las diferentes bandas venidas desde múltiples puntos de la geografía andaluza a una procesión que, por su belleza, está considerada de Interés Turístico Nacional de Andalucía y también sirve como punto de encuentro para muchos sanroqueños que residen fuera y se reúnen con sus familiares durante las vacaciones.

Tras el Medinaceli, se sucedieron las magistrales salidas de Nuestra Señora de la Merced, el Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia (Cristo de la Caña, procedente de Gibraltar) y Nuestra Señora de la Esperanza.

En todos los casos, las salidas fueron brillantes y calculadas al milímetro por la cercanía de las fachadas. La reja de una de las viviendas servía como punto de apoyo para la primera fila de cargadores con las que marcar la distancia y el ángulo de giro. En numerosos casos, la altura de la puerta del templo hacía que los cargadores tuvieran que salir casi en cuclillas. Unos esfuerzos que el público supo recompensar con cálidos aplausos y vítores para dar ánimos.

Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores fueron los siguientes en comenzar su estación de penitencia. Ya a esa hora, casi dos después de la salida del primer paso, toda la calle San Felipe era un desfile de estandartes, cruces de guía y pasos de Palio que casi se podían alcanzar con sólo estirar los brazos desde uno de los muchos balcones engalanados con colgaduras y los distintos escudos de las solemnes y sencillas hermandades sanroqueñas.

El Santísimo Cristo de la Buena Muerte hacía su aparición sobre el atrio de La Coronada en torno a las ocho de la tarde, aún con luz aunque el sol ya comenzaba a esconderse entre los tejados de la plaza, momento que fue seguido por la aparición a través del umbral de María Santísima de la Amargura.

Los primeros pasos ya alcanzaban la calle Terrero Monesterio cuando el Santísimo Cristo de la Vera Cruz en el Calvario comenzaba su lento caminar por las empedradas calles sanroqueñas.

La impresionante talla de Nuestra Señora de las Angustias vio la cada vez más tenue luz del sol bien pasadas las ocho, lo que confería un carácter más bello, si cabe, a la talla de la dolorosa con su hijo en el regazo.

Cerraron el cortejo, como todos los años, la cofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad, que horas antes, en la madrugada del Jueves al Viernes Santo, había hecho su estación de penitencia en absoluto silencio. Ya con todas las procesiones en la calle, San Roque era un museo de arte sacro en sus principales vías. Historia cofrade sobre calles llenas de historia. El cortejo recorrió la bajada de la calle San Felipe para dirigirse hacia la Plaza de Andalucía y las calles Terrero Monesterio, General Lacy, Colón, San José, San Nicolás y Rubín de Celis. De hecho, casi cuando la última imagen desaparecía por la esquina de San Felipe, volvían a entrar en escena el Escuadrón de Romanos y sonido de las herraduras sobre el empedrado indicaban el principio del fin de una procesión única por su belleza y concepción en todo el Campo de Gibraltar.

La entrada en el templo fue igualmente esperada. Muchos de los presentes no se habían movido un milímetro para contemplar la también difícil subida de la rampa, ya con caras de cansancio pero con gesto de devoción inalterado a pesar de los metros caminados.

La última imagen en cerrar el cortejo cruzó la puerta por encima de las dos de la madrugada. Casi ocho horas después.

El alcalde, Fernando Palma, tuvo ayer palabras de agradecimiento hacia todas aquellas personas que, con su esfuerzo en sus diferentes facetas, han contribuido a enaltecer la Semana de Pasión sanroqueña. El regidor señaló que los sanroqueños dejaron de lado la crisis y las preocupaciones con el fin de participar de forma activa y engrandecer una de las tradiciones más arraigadas en el municipio, una de sus razones de ser.

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