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La ópera en la calle es un proyecto del Teatro Real que pretende que este género musical se convierta en parte de la vida de las ciudades. Para ello, el pasado fin de semana emitieron una de las óperas más emblemáticas de la historia, Nabucco de Giuseppe Verdi, en municipios e instituciones de toda España. Entre ellos, la Casa de la Cultura Isidro Gómez de Los Barrios, donde el público pudo ver, en streaming, la función que se desarrollaba en el Real.
A diferencia de muchos países europeos, España vive ajena a la música clásica y a la ópera. Queda pendiente una ingente labor divulgativa -tanto desde centros educativos como desde instituciones- para que la sociedad descubra estos géneros musicales. La ópera, literalmente, atraviesa el corazón de quien la escucha; conmociona y sacude. Esa agitación la sentí por primera vez gracias a un amigo que decidió hacer conmigo esa tarea de apostolado.
Yo le había llevado a varias corridas de toros y él, a cambio, ofreció invitarme al Teatro Real, advirtiéndome de que la ópera que iba a ver no era, ni de lejos, la más popular o digestible. Ciertamente, se trataba de La clemencia de Tito de Mozart. A pesar de su aspereza de cara a un principiante, me sirvió para presentir la grandeza de aquel espectáculo. Un mes más tarde, el Real programó Carmen de Bizet y mi amigo volvió a llevarme. Desde el proscenio, justamente encima del foso de la orquesta, me aficioné definitivamente a la ópera, ya sin remedio.
No se trataba sólo de la música, la calidad de los intérpretes o la puesta en escena, sino también de las miles de historias fascinantes que tejen el fondo de cada ópera, los entresijos de sus compositores, la vida de grandes genios con sus ruinas, resurrecciones, desgracias, éxitos apabullantes, mujeres y amantes. Cuando Verdi compuso Nabucco, acababa de perder a su esposa y dos hijos. Era un hombre abatido y arruinado que, gracias a esa ópera, resurgió de sus propias cenizas.
Al recibir de manos del empresario de La Scala, el libreto de Solera -quien, por cierto, trabajó en Gibraltar-, la primera reacción de Verdi fue lanzarlo sobre la mesa de su casa, sin prestarle mayor atención. Sin embargo, el destino quiso que el libreto quedara abierto por la página de los versos Va`pensiero, sull´alli dorate (Vuela pensamiento, sobre las alas doradas). Lo demás es ya historia. El día de su estreno, los milaneses alcanzaron el delirio cuando el coro entonó la composición verdiana. Por aquellos tiempos, los patriotas italianos se identificaron con aquella escena, interpretándola como una alegoría de su propia realidad nacional: la ocupación del norte de Italia por los ejércitos austríacos.
No se es mejor por ir a la ópera, pero siempre me faltarán palabras para agradecerle a Paco Cruz que me llevara por primera vez.
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