Pérez Martínez

Imitaba a los profesores, recogía sus gestos y les añadía motes ajustadísimos a sus procederes

Cuando estudiábamos en el Instituto, no imaginé que Pepe tuviera madera de buen periodista. Luego, militar y corresponsal en Gibraltar de Área y de Cope, se convirtió para mí en una fuente de sabiduría y conocimientos. Bien que lo militar y el hecho de que firmara “P. Martínez” me generaban una dosis de discreción cuando pensaba en citarle, que nunca conseguí evitar. Perteneció a las brillantes promociones de los últimos años cincuenta y los pantalones bombachos que solía llevar, le hacían parecer mayor cuando allá, con catorce o quince años, empezábamos a compartir aula con las muchachas. Su familia fue una de las primeras que ocupó el edificio pabellón de la hoy Avenida de las Fuerzas Armadas. Su ubicación junto al parque y pegado al Cine Avenida, el más elegante de los de verano, abundaban en la consideración que Pepe nos merecía a todos; sobre todo a mí, al que él llamaba “el niño”.

Los relatos de aventuras eran el pan y la sal de las lecturas de nuestro querido Pérez Martínez y Tensing del Everest su libro de cabecera. El libro era una biografía del sherpa nepalí que guió al neozelandés Edmund Hillary hasta la cima del Everest. Pero, lo importante para Pepe era el relato de la experiencia, la aventura vivida. No éramos conscientes entonces, de lo bien que escribía ni de su interés innato por el periodismo. Como su padre, al que llamábamos Capitán Higinio, Pepe se hizo militar y, mire usted por dónde, eso acabó llevándole al periodismo. Trabajó en información y su excelente pluma y el interés por el anacronismo de Gibraltar determinaron su papel de corresponsal de prensa a lo largo de tres décadas. Sus artículos sobre la realidad de la colonia constituyen el mejor contenido textual sobre el tema que conozco. Su elegancia personal le hizo ser siempre respetado incluso por aquellos a los que no les resultaba grato conocer sus opiniones.

Aquel grupo C de segundo en el Instituto, lo compartí con unos pocos que influyeron en mis pareceres y se integraron en mis recuerdos y en mis ensoñaciones. Mucho debo a muchos y son ya demasiados los que se fueron adonde ahora llega nuestro admirado Pérez Martínez. Pepe imitaba a los profesores, recogía sus gestos y les añadía motes ajustadísimos a sus procederes. Su liderazgo natural y su capacidad creativa lo situaron en una referencia, que lo fue de modo permanente cuando éramos adolecentes y que ahí se ha quedado, para siempre, en nuestros corazones.

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