Javier Sánchez de Medina

Javier tenía una infinidad de talentos y la pasión arrolladora correspondiente a cada uno de ellos

El domingo murió Javier Sánchez de Medina, de Puerto Real. Los amigos de los padres son los tíos que no te regala la sangre sino la vida. Javier había estudiado Farmacia con mis padres. O, mejor dicho, con mi madre, pues era de su curso y, entre ambos, hubo siempre un cariño muy especial, que nos divertía, pues normalmente los amigos de mis padres eran, a la bilbaína o a la jerezana, muy de chicas con chicas y chicos con chicos. No la llamaba Carmen, sino Llopis, por el apellido, como hacen los amigos íntimos. Javier tenía una infinidad de talentos y la pasión arrolladora correspondiente a cada uno de ellos. Había formado un grupo musical en sus años universitarios, los famosos Windys. Había sido regatista y me medio vendió, me medio regaló, un Flying Dutchman que era una joya vintage de maderas barnizadas. Parecía una cómoda de caoba voladora. También fue capaz de construirse un yate. Rodaba estupendos documentales y tiene uno sobre el Guadalete con las décimas que dedicó al río Juanín Valera que es una maravilla. Hizo otro sobre las almadrabas y el guión lo escribió mi padre. Restauró una casa antigua. Aunque su mejor talento era el de su familia, el de la amistad no se quedaba atrás.

Para mí Puerto Real eran los Sánchez de Medina, por su amor a su pueblo y por lo espléndidos anfitriones que fueron durante toda nuestra infancia. La madre de Javier, Paula Contreras, escritora de fuste y encanto, se tomó en serio mis cosas cuando era la única. Después resultó que he trabajado media vida de profesor en Puerto Real, pero nunca dejé de sentir que trabajaba en el pueblo de Javier Sánchez de Medina, que tanto lo amaba. Iba todos los días a trabajar como el que sigue yendo a visitar a los Sánchez.

Dudé si publicar esta columna por muy personal o local, aunque Javier era muy querido en nuestra comarca. Sin embargo, el mismo día salió ardiendo el querido parque Las Canteras y todos los ojos de Andalucía se volvieron a Puerto Real. Del duque de Osuna pudo escribir Quevedo que su epitafio fue la sangrienta luna. La mala suerte o la mala idea de algún incendiario ha querido que para Javier Sánchez de Medina podamos decir: “Y su epitafio el furioso fuego”, que llegó hasta los bordes del cementerio. Y no por hacer una imagen poética, sino para darnos una esperanza. Javier se habría dolido de la desgracia como el que más, pero se habría repuesto inmediatamente, como hará Puerto Real.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios