Vaya por delante que quien pretenda buscar objetividad en este espacio se ha equivocado de plaza. Los que disfrutamos de la inmensa fortuna de vivir de contar cosas –y más de las que nos gustan– tenemos, como todo hijo de vecino, nuestras debilidades. Y ni es un secreto, ni he pretendido jamás que lo fuese, mi confesa admiración y afecto por Javi Malla. Como persona superlativa primero. Como enorme entrenador de básket, después. Más de una batalla tenemos juntos en ambos campos, para mi enorme dicha.

Este tipejo enorme que tan orgulloso está de ser de La Bajadilla presentó el sábado la dimisión después de que su Udea (porque es su Udea) enlazase la séptima derrota. No hay que ser ningún fenómeno para apostar a que tenía tomada la decisión en caso de resultado adverso mucho antes del salto inicial.

Malla no se rinde. Se marcha en un acto de generosidad suprema. Solo él conoce –porque no hay manera de sacárselo– qué narices ha sucedido esta temporada de puertas para adentro. Pero ese equipo no parece de Malla. Y pondría la mano en el fuego de que no es responsabilidad suya. O al menos, no sólo suya. Pero él conoce como nadie los dictados de este mundo nuestro del deporte. Cuando no ganas, las guadañas siempre apuntan a los mismos. Así es, ha sido y así será. Quién sabe si es que así debe ser.

La diferencia es que con esta salida de Malla –que pueden apostar a que no será su última en ese club – no se marcha un entrenador. Ni siquiera –y permítanme que piense que así es– el mejor que haya parido el Campo de Gibraltar. Entre otras cosas porque supo administrar la rica herencia de Juan Arrabal.

Esta vez se va el hombre que ha hecho crecer no a un equipo, sino a un club, a toda una institución, a la que ayudó a resucitar después de años sin vida. El que llevó al primer equipo de esa catacumba en la que se está convirtiendo la Liga EBA hasta la antesala del baloncesto profesional. El que devolvió la devoción por la canasta a su Algeciras de sus entrañas. Que es, de largo, su mejor trofeo.

Como sucede con todo, el tiempo dará y quitará razones. Y ojo que aunque el entrenador que llegue –que ojalá– enderece la marcha del equipo, no habrá que restar ni una sola coma a lo anterior. Por mucho que la tan bienintencionada como desafortunada carta de despedida de su club hable de “más luces que sombras”. Que es como si el día que Adele se retire alguien subraya en su adiós que una noche se le escapó un gallo.

Javi Malla es un privilegio para esta comarca por muchas cosas. La mayoría tienen poco o nada que ver con el balón naranja. El día menos pensado estará con su pizarra y su silbato con la misma ilusión de hace 30 años, cuando ejerció por primera vez. Así que de piojoso a bajadillero: espero estar aquí para contarlo. Y para disfrutarlo.

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