Casanova

Pocos como el veneciano han entendido el significado de la libertad, sus limitaciones y su dimensión sagrada

El tiempo lo ha convertido en un personaje de leyenda, pero Giacomo Casanova fue un hombre bien real, por más que su errante y azarosa trayectoria, de tan novelesca, parezca inventada. Protagonizó incontables hazañas y acabó sus días de manera lamentable, pero tal vez si no hubiera caído en desgracia, en esos años postreros de olvido y decadencia, no habría emprendido el relato que ha inmortalizado su paso por la tierra. El historial de sus conquistas lo asimila a Don Juan, pero como han señalado siempre sus admiradores y recuerda Félix de Azúa, se trata de dos personalidades muy distintas. Nacido para el placer y libertino por excelencia, Casanova no buscaba humillar a las mujeres, sino disfrutar de su compañía, era capaz de enamorarse y estaba muy lejos de la mentalidad resentida y misógina del mítico burlador. Ingenioso, ilustrado, cosmopolita, si su nombre ha pasado a la Historia no es por causa de sus proverbiales capacidades amatorias, sino de un libro extraordinario en el que recogió con desinhibida franqueza su vida y la del siglo. Exiliado por segunda vez de Venecia y rechazado en las cortes que antaño se habían disputado su presencia, el envejecido vividor fue recogido por el conde de Waldstein en su castillo de Bohemia, donde ejerció como fantasmal bibliotecario. En aquellas soledades, hacia 1789, comenzó la redacción, en el francés que era su segunda lengua, de una “confesión general” que evocaba los placeres y las desventuras, los triunfos y las penalidades experimentados en sus múltiples viajes a través del continente, por los palacios, los gabinetes, las prisiones, los prostíbulos y las tabernas. Los lectores en español tuvimos que esperar mucho tiempo para acceder al original de la Histoire de ma vie, que sólo había circulado en versiones expurgadas, en la magna edición de Atalanta, con todas sus singularidades idiomáticas y sin censuras de ninguna clase. Como ha explicado su traductor, Mauro Armiño, el estilo de Casanova difiere sobremanera, por su oralidad y frescura, de la engolada prosa dieciochesca, y esa es la principal razón de su encanto perdurable. Sus memorias son, desde luego, un documento excepcional para conocer la Europa de antes de la Revolución, los usos galantes, las ideas filosóficas o los hábitos culinarios, pero son también una obra maestra no ya del género confesional, sino de la literatura a secas. Contradictorio y mendaz pero siempre lúcido, Casanova es en muchos sentidos nuestro contemporáneo. Al margen de su perfil aventurero y cercano a la picaresca, pocos como el veneciano han entendido el significado de la palabra libertad, sus limitaciones reales y su dimensión sagrada.

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