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La Chicotá, treinta años de magia

Tribuna de opinión

En un minúsculo trocito de La Línea se encuentra un auténtico centro de interpretación de la Semana Santa de la ciudad

Jorge Drexler disfruta de una noche flamenca en La Chicotá

Interior de La Chicotá.
Alfonso Escuadra

01 de mayo 2023 - 03:00

El pasado domingo escuchaba a uno de los comunicadores más populares del medio televisivo hablar de ciudades españolas con cierta concentración de lugares mágicos. No dudo por un instante que las capitales tratadas reúnen avales más que suficientes para merecer la atención de un programa de misterio y tal vez por ello, de máxima audiencia. Pero mientras lo estaba viendo, no dejaba de acordarme que, en nuestro entorno cercano, se encuentra el lugar que, posiblemente, sea el que registre una mayor concentración de magia y misterio por metro cuadrado. Se llama La Chicotá, está en La Línea y hoy cumple 30 años.

Lo puedo decir con toda tranquilidad porque he sido testigo directo de algunos de los hechos extraordinarios que han tenido lugar entre sus paredes. Sepan amigos que, en una veintena de metros cuadrados, he podido teletransportarme y vivir, de manera muy intensa, devociones rocieras e incluso entrever algunos de los arcanos más profundos de esta fiesta íntima y ancestral, sin haber hecho el Camino, ni haber dedicado un sólo día de mayo a recorrer la Aldea o visitar la ermita. Lo recuerdo, con un especial sentido de agradecimiento hacia todos los que han tenido a bien compartir sus vivencias, para que un neófito como yo, pudiese vislumbrar aquel fenómeno aún desde la distancia espacial y temporal. A ver si eso no posee su componente de misterio.

Pero el particular devocionario del lugar no se reduce a la advocación almonteña. Es más, se puede afirmar sin titubeos que, en aquel minúsculo trocito de La Línea, se encuentra un auténtico centro de interpretación de la Semana Santa de la ciudad. Simplemente observando sus paredes, es posible acceder a lo que ha sido el devenir de la misma, a los que fueron sus primeros impulsores e incluso contemplar los aún jovencísimos rostros de aquellos que un día asumieron el reto de conducir esta antigua liturgia en la calle, pulir sus presupuestos formales y llegar a definirla como lo que hoy es. Es posible que alguno crea que me ciega la amistad, pero pasear por aquellas imágenes de la mano de algunos de los llamados “bigotitos” siempre me ha parecido, además de una clase magistral, todo un privilegio.

Escuchándoles he asistido a fervorosas levantás, a recogías llenas de encanto, he escuchado el rachear de la gente de abajo y asistido a las lecciones de criterio de los que ejercen sus distintas magistraturas. Pero, y aquí viene lo mágico, eso... lo mismo en agosto, que en noviembre; lo mismo en julio que en febrero. En este sentido, se puede decir que el espacio vive en un permanente ejercicio de erudición cofrade. Jamás olvidaré aquella noche de Jueves Santo, en la que un Hermano Mayor como Dios manda, serio, trabajado y responsable, tuvo que tomar la decisión más dolorosa y echándole muchas narices, decirle a sus hermanos aquello de: “Este año no salimos, aunque todos nos hartemos de llorar y yo el primero”. Aquellas difíciles palabras se pronunciaron entre olor a incienso, bajo la triste mirada de la piedad de Díaz Castillo, ante el dolorido gesto de un Nazareno tributario de Ortega Bru y en presencia de la misma autoridad de la Roma de Tiberio, representada en el busto de un tribuno, surgido de las manos de un parroquiano de los clásicos. Una estampa, sin duda, llena de magia, profundidad y misterio.

Pero para misterio, lo que allí se vivía durante la celebración de la Navidad o la festividad de Año Nuevo. Nadie se explica todavía qué tipo de sortilegio se desataba, un año tras otro, para que en aquella superficie mínima, pudiésemos caber tal cantidad de personas. Los expertos aún continúan buscando la respuesta.

Por otro lado, han sido muchos los artistas que han quedado cautivados por los sugerentes encantos de este espacio. Algunos pertenecientes al mundo de la pintura, la escultura o el cine como Fernando Saavedra, Luis Angel Ortega-Brú, Pepe Gallego, Juan Angel de la Calle, Pepe Barroso o el mismísimo Manolo Alés, otros al de la Música como el fagotista canadiense Georg Zuckermann, el primer violín de la orquesta Antonio Vivaldi de París Christian Reverdel, la violinista Eva León o el entrañable Horst Sohm, Premio Carlomagno de la UE y director entre otras de la orquesta de Cámara de Berlín; el cual, no sólo quiso dejar en un asiento constancia escrita de su fascinación por el lugar, sino que aún lo mantiene como destino obligado al término de sus giras por el mundo. Allí conocí al profesor Alberto Pérez de Vargas, se me fueron las horas charlando con el investigador Julián Carlos Cano o escuchando mil y una historias de la mar en boca de Pipe Sarmiento o Paul Bren-Turner. No se extrañen ustedes si aún sigo afirmando, cada vez más en serio que en broma, que este es sin duda un lugar de interés antropológico.

Detalles rocieros en La Chicotá.

Allí todo es emoción e intensidad. Lo mismo para comentar una estación de penitencia, que para dar un repaso a los entresijos del próximo Camino; lo mismo para analizar los lances toreros de la última de Feria que a la hora de ejercer como improvisada grada del Bernabeu, del Villamarín o del Municipal de La Línea.

No obstante, uno de los prodigios más grandes, se ha producido no hace mucho de la mano de la reciente pandemia, cuando aquel sugerente crisol se derramó hacia el exterior para reinventarse a sí mismo, dinamizando de paso todo el rincón que hoy le sirve de antesala. Incluso llegó a modificar su nombre. De tal suerte que hoy también es conocido como The Jesus Bar. Se podrá opinar lo que se quiera sobre la elección, pero de lo que no hay duda es de que quien la hizo, los tiene bien puestos.

A mí particularmente no me sorprende porque siempre he visto en Pedro Rosado, artífice de la personalidad del local y el alquimista que le ha venido dando vida desde hace tres décadas, a un luchador incansable, a un hombre de fe y a un ameno contertulio ducho en todos los palos. Un personaje más de las historias que atesora, al que me resulta imposible disociar de Luli, su mujer y de sus tres hijos, ahora ya también primeros espadas, de una gran familia.

Hoy sólo puedo expresar mi admiración y mi reconocimiento por ese pequeño milagro, pletórico de ingenio linense que, sea cual sea su nombre actual, la gente de mi generación siempre lo recordará como La Chicotá. Enhorabuena y feliz treinta aniversario.

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