Real balompédica - sd amorebieta · la crónica

Recia en estado puro (2-1)

  • La Balona saca a relucir su ADN para voltear con diez hombres un resultado adverso y se clasifica para la segunda ronda. Ocaña marca los dos goles, el segundo de penalti, ante un rival que malogra seis ocasiones tras el descanso

El dios del fútbol también escribe derecho con renglones torcidos. Y se ve que se divierte haciéndolo con la Balona. Por eso ayer tendió una trampa al equipo de La Línea, para obligarle a agrandar aún más, si cabe, esta inabarcable temporada, que un día se antojará legendaria. La Balompédica no le defraudó. Levantó una eliminatoria que se le había puesto algo más que cuesta arriba y lo hizo después de quedarse con sólo diez futbolistas. Una proeza. Una gesta en toda regla en un partido de esos que provoca overbooking en el servicio de urgencias de los centros médicos. Una demostración más de que el sobrenombre de Recia le viene como anillo al dedo a un conjunto que lleva impreso en su ADN una capacidad fuera de lo común para sufrir y para hacer sufrir a su gente.

Dos goles de Antonio Ocaña, uno de penalti, catapultan a los albinegros aún más adentro de la tierra prometida. Ocho mil almas pueden dan fe de ello.

El partido de vuelta entre Balona y Amorebieta empezó como el de ida. A los dos minutos marcó el conjunto visitante. Solo que esta vez era el vizcaíno. Exebarrieta saco largo. Muy largo. Muniozguren le ganó la espalda a la defensa y elevó sobre Pagola. Clavadito al gol de Copi en Urritxe. Una puñalada en toda regla.

El encuentro se fue entonces al escenario soñado por Axier. Su equipo se metió atrás, para defender hasta con cinco, y la Balona parecía cortocircuitada. Era uno de esos partidos en los que la boca se seca. En el 22’ Juampe Rico lo intentó desde la frontal y dos después Bello empezó a postularse para héroe, pero su disparo lo abortó Alberdi sobre la misma línea de gol. El tarifeño también vio como Xavi Sánchez se interponía en un lanzamiento muy bien ejecutado.

Y en el 28’ llegó otra niñería de Carlos Guerra. Una de esas que si las hace Francis está una semana sometido a todo tipo de descalificaciones. El zaguero estaba hasta las narices del incansable Muniozguren y le soltó un golpazo en las costillas. El árbitro lo trincó y, con toda justicia lo mandó a la caseta. Con el mismo merecimiento que una semana antes se fue al vestuario Aldalur.

Fue precisamente en ese momento, cuando se recostó contra las cuerdas, cuando Escobar tuvo que reconvertir a su equipo, retrasando a Alberto Merino al eje de la zaga y a Ocaña a la medular, cuando empezó a gestarse la hazaña. Con todo en contra, con el rival con el arma descerrajada para darle el tiro de gracia y con los de siempre empezando a murmurar “ya decía yo que la Balona no quería ascender” esta temporada, diez valientes luciendo esa túnica sagrada que es la camiseta blanquinegra tiraron de casta, de hombría, de esa raza que sólo se entiende en este club centenario y levantaron la rodilla para volver a mirar al frente al rival.

Bien es cierto que, de manera un tanto incomprensible, el conjunto vasco dio un paso atrás cuando se vio en superioridad numérica. Como si creyese que estaba todo hecho.

Doce minutos después Copi pugnó por un balón aéreo que terminó cayendo en la frontal del área y Antonio Ocaña soltó un disparo raso, preñado de mala leche, teledirigido, que se fue junto al palo acompañado de un grito de júbilo de ocho mil gargantas que empezaban a creer en el milagro.

Tras el descanso llegó lo peor. Durante veinticinco minutos no hubo otra cosa que un frontón. El Amorebieta se percató al fin de que jugaba con uno más y arrinconó a una Balona hercúlea. Veintincinco minutos de inacabable sufrimiento en los que el equipo zornotzarra dispuso de cinco oportunidades de esas que se añaden al manual de los árbitros para explicar qué narices es una ocasión manifiesta. Y por tres veces un Pagola hiperbólico concedió el salvoconducto que precisaba su equipo para seguir en competición.  Los equipos que logran grandes objetivos suelen tener algún golpe de suerte. La Balona agotó ayer todos sus comodines en ese apartado.

De esas cinco opciones de marcar, las dos últimas llevaron la firma de Cuevas, al que su técnico castigó sustituyendo. Una decisión que cercenó las ideas de su equipo, dicho sea de paso.

Pero está escrito que el que perdona lo paga. Y llegó el minuto 70. Bello se tomó la justicia con el fútbol, que le había impedido jugar el primer partido de esta ronda. Peleó por un balón inalcanzable con Alaña que se empeñó en no abreviar por las bravas una jugada que se le envenenaba por segundos. El de Medina le robó la cartera, se metió en el área y fue derribado. El penalti, tan indiscutible como la expulsión de Carlos Guerra, lo transformó Antonio Ocaña en el 2-1 en medio de un rugido procedente de la entrañas del Municipal que ya se veía en la siguiente eliminatoria.

Lo que quedaba de partido fue una ruleta rusa en toda la extensión de la palabra. Pero el Amorebieta, como ya había sucedido en el arranque de la segunda mitad, se equivocó de camino. En vez de ensanchar el campo para rentabilizar que jugaba frente a diez, trató de profanar el santuario albinegro por el centro, sin tener en cuenta que quienes ejercían de guardianes en esa zona eran Alberto Merino y Romerito. No hacen falta más detalles.

En el 93’ Muniozguren pudo cambiar el final de este bonito cuento. Desvió un centro en el corazón del área y el balón se fue al poste. Cuando el esférico decidió volver al campo la suerte ya estaba echada. El dios del fútbol daba por bueno el infinito sufrimiento del equipo de casa y le recompensaba con la clasificación mientras su gente entonaba el ‘Por la Recia de conocen…’ en muchos de los casos entre lágrimas.

La Balona vuelve hoy a estar en el bombo. Sólo un equipo como éste podía lograr el billete como lo hizo ayer.  Dios bendiga este deporte. Y a esta Balona.

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