Desde que anunciara que dejaba el cine, Steven Soderbergh no ha parado de rodar nuevas películas (La suerte de los Logan, Perturbada, High flying bird) y series (The Knick, Mosaic), un incumplimiento de promesa innecesaria que se traduce en un peculiar recorrido, a mitad de camino entre Hollywood y ese nuevo falso indie financiado por Netflix, que le permite trabajar con continuidad y a coste medio en un constante quiebro de géneros, formatos, tonos y temas que lo convierten en una rara avis en el actual panorama del cine norteamericano.
The Laundromat (Dinero sucio), que llega hoy a la plataforma después de pasar por Venecia y estrenarse en algunas salas, incide en esa veta satírica de su cine dispuesta a tomarle el pulso a la actualidad sociopolítica desde una peculiar perspectiva de distanciamiento irónico no exento de (auto)crítica. Se trata aquí de reconstruir en clave brechtiana y didáctica las fases y claves del descubrimiento de los Papeles de Panamá como penúltimo escándalo financiero levantado en la era de la economía global, la evasión fiscal generalizada y las filtraciones cibernéticas.
Como en Contagio, la pista del dinero y el fraude es seguida aquí a nivel planetario pero con un indudable tono episódico y ánimo caricaturesco, en un astuto y ligero relevo de historias, personajes y localizaciones que, de la isla Nieves a Beijing, de Las Vegas a los platós desnudos de Hollywood, hace desfilar por escena, siempre en complicidad con el espectador y en constante juego explícito de puesta en escena, a los mismísimos protagonistas de aquel gran montaje financiero, los Mossack y Fonseca que interpretan con sorna herzogiana y glamour latino Gary Oldman y Antonio Banderas, junto a la viuda coraje dispuesta a destapar el pastel a toda costa que interpreta, con sorpresa incluida, una Meryl Streep que apenas necesita quince minutos en pantalla para poner el centro de interés de la película a sus pies. Junto a ellos, una larga nómina de secundarios y episódicos de lujo completan este teatro-puzzle internacional con destino al Estado de Delaware, o lo que es lo mismo, al corazón de unos Estados Unidos cuya ingeniería centenaria está detrás de todo este entramado destinado a reproducirse ad nauseam a pesar de los gobiernos, las fronteras y las leyes.