Honeymoon | Crítica

Bizarro duelo sobre ruedas

Nathalie Poza y Javier Gutiérrez en una imagen del filme.

Nathalie Poza y Javier Gutiérrez en una imagen del filme.

Honeymoon se lanza a una premisa suicida sin red de seguridad: una pareja en crisis, decidida ya a separarse después de unas vacaciones de fin de semana, recibe la noticia de la muerte de su hijo en Estados Unidos. Dirían ustedes que el drama está servido desde el primer plato. Empero, la película de Enrique Otero (Crebinsky) se empeña en sortear tonos y géneros, siempre dentro de eso que podríamos llamar humor negrísimo, para redimir a nuestros protagonistas en una rocambolesca aventura on the road que pasa por intentar vender a puerta fría lotes de dibujos animados japoneses de los ochenta como solución para sacar el dinero que cuesta la repatriación del cadáver.

Añadan a la bizarra ecuación como un vendedor con sobrepeso acompañado por una niña china muda, una agente de policía de buen corazón, una hermana irreconciliable, un cuñado-amante, un jefe sin escrúpulos, un traficante de vehículos no menos asqueroso, un agente funerario en chándal y otros tipos excéntricos salidos de un cómic que atraviesan esta aventura de reconciliación por las carreteras que los más optimistas querrán emparentar con los personajes, derivas y giros del cine de los Coen.

Desgraciadamente, Otero se muestra mucho más limitado que los autores de Arizona baby en el control de su propio y disparatado artefacto, incapaz de transitar con éxito por todos esos registros extremos que demanda un filme que huye hacia adelante como pollo sin cabeza, y del que Gutiérrez y Poza tampoco consiguen extraer esa empatía que los redima de sí mismos.