Los italianos de la Décima | Capítulo XIX

El rugido de la Osa Mayor (I)

  • La escuadrilla del 'Olterra' se reconstruye con nuevos operadores y con los mercantes como objetivo

  • El cambio implicaba el empleo de un nuevo armamento que incrementaba su capacidad de acción

El 'S.S. Camerata', el carguero británico atacado por Tadini y Mattera.

El 'S.S. Camerata', el carguero británico atacado por Tadini y Mattera. / E.S.

Desde principios de año, los restos del Ejército germano-italiano en África del Norte libraban una desesperada resistencia, en la zona de Túnez, contra los americanos procedentes de Argelia y contra los británicos que avanzaban desde Libia. Italia estaba a punto de perder su Imperio africano, abriéndose para el Eje la posibilidad de enfrentarse a un desembarco en el continente europeo que muy bien podía tener lugar en suelo italiano. La gran preocupación del Estado Mayor de la Regia Marina se centraba entonces en encontrar la manera de dar protección a los navíos destinados a evacuar los restos de las tropas destacadas en África y en emplear sus medios de asalto contra el soporte logístico que sustentaba el despliegue enemigo en el Mediterráneo.

Ya en su día, el plan ideado por Visintini contemplaba que, tras un primer ataque a las naves de guerra, las acciones de la escuadrilla del Olterra debían concentrarse en los mercantes y transportes de tropas fondeados en la bahía de Algeciras. Notari recordaría al respecto: "Poco antes de mi segunda partida hacia España, siguiendo las instrucciones emitidas por el Estado Mayor, el comandante Borghese -que por aquel entonces ya había sustituido al comandante Ernesto Forza al frente de la Xª Flotilla- me había dejado bien claro que nuestro ataque debía tener como objetivos exclusivamente los mercantes. En aquellos meses, muchos de esos barcos llegaban cargados a la Bahía procedentes del Atlántico y antes de partir hacia el Mediterráneo, permanecían varios días fondeados en aquellas aguas totalmente expuestos".

Este cambio de objetivos en las acciones de minado, había traído consigo una modificación en el tipo de armamento que se iba a emplear. En primer lugar, las poderosas cabezas de combate de trescientos kilogramos iban a ser sustituidas por dos cabezas de noventa kilogramos cada una; una cantidad de explosivo más que suficiente para hundir un mercante y cuyo empleo, permitía doblar la capacidad de ataque de cada maiale. Se trataba de las mismas cabezas dobles que ya habían demostrado su eficacia a mediados de diciembre anterior, durante una incursión contra mercantes aliados en el puerto de Argel.

Este nuevo armamento, junto a los dos maiali destinados a reemplazar los perdidos en la BG 5, se encontraba en Algeciras desde mediados de abril. Según declararía Paolo Denegri, el jefe de máquinas del Olterra, Habían llegado por tierra desde Madrid (procedentes de Burdeos) camuflados en el mismo camión de la Embajada empleado la vez anterior. Sólo que en esta ocasión, para el transporte de los ingenios, se habían utilizado tres bidones y una cantidad menor de cajas de madera. Con estos torpedos, también llegaron dos cabezas de combate completas y seis medias cabezas.

Borghese escribiría a su vez: "Bajo el mismo camuflaje que en ocasiones anteriores, supuestos tubos para calderas, motores, piezas de máquinas, válvulas y guarniciones, (los maiali) se enviaron de nuevo al buque, siempre pasando por el regular y suspicaz control de los aduaneros españoles, sin que nada llegase a trascender acerca de la verdadera naturaleza de la mercancía. (Una vez en el Olterra) el taller de a bordo reemprendió su trabajo. Poco después, los tres SLC habían sido montados".

Pero en esta nueva operación, la capacidad ofensiva de los incursores se iba a incrementar también con un arma adicional. Una carga submarina dotada de una cantidad de explosivo sólo algo mayor que una mignata, aunque de mejor calidad, que en la Regia Marina se identificaba como bauletto. Según Denegri, las medidas de los que había visto en el Olterra eran aproximadamente 46 cm de largo por 15 de ancho. El bauletto se sujetaba al casco del objetivo mediante una mordaza y estaba dotado de una hélice que se ponía en marcha cuando el barco comenzaba a navegar. Una vez alcanzadas las trescientas revoluciones tenía lugar la detonación. Sin embargo, los bauletti destinados a aquella acción en concreto, habían sido dotados de una espoleta de tiempo que, siempre según Denegri, se habían sacado de las bombas incendiarias sobrantes de la operación BG 5.

El mismo jefe de máquinas del Olterra confirmaría que, en los primeros meses de 1943, veinte de estos bauletti habían llegado al Olterra perfectamente empaquetados en unas cajas con el sello de la Embajada italiana. Nadie duda de que la idea era que fuesen empleados junto con las medias cabezas de combate, si bien hay versiones diferentes en cuanto a la manera en que iban a ser transportados durante la maniobra de aproximación. Lo más probable es que, como sostiene esta misma fuente, lo hicieran sujetos a la sección motriz.

Un par de semanas después de la recepción de los equipos, comenzaron a llegar los operadores. Los dos primeros, habían viajado hasta Andalucía en el avión de Ala Littoria que hacía la ruta Roma-Sevilla. Había sido Giulio Pistono quien se había encargado de recogerles en el aeropuerto y en su propio automóvil, llevarles hasta su casa de El Buen Retiro en Pelayo. Se trataba del nuevo jefe de la escuadrilla y del suboficial Lazzari.

El secondo cappo Palombaro Ario Lazzari era un toscano nacido en Viareggio hacía veintinueve años. Entre los miembros de la Decima, no sólo era uno de los operadores más veteranos sino posiblemente, también uno de los más diestros. No en vano, su nombre figuraba entre los primeros voluntarios que habían realizado el curso de la especialidad, nada menos que en 1936. De hecho, había tomado parte como segundo tripulante de reserva, junto a Birindelli, Tesei o de la Penne, en la frustrada operación que, en septiembre de 1940, debería haber abierto la ofensiva de los medios de asalto contra Gibraltar. Después de muchos meses dedicado a tareas de adiestramiento, el hecho de que Notari hubiese decidido retenerle como segundo tripulante de su maiale constituye, no sólo una buena muestra de la confianza que sus superiores tenían en él, sino que iba a permitirle sacarse al fin aquella antigua espinita y reivindicar su trayectoria sumando una nueva acción de guerra a su hoja de servicios.

Sobre finales de abril, llegaron los cuatro operadores restantes. Entre ellos estaba el único que quedaba en activo del grupo de Visintini, el sottotenente delle Armi Navale Vittorio Cella, así como su nuevo segundo, el cabo de veintiún años Eusebio Montalenti. Finalmente, el tercer binomio iba a estar formado por el tenente del Genio Navale Camilo Tadini, un veneciano de veinte años ansioso por recibir su bautismo de fuego con los medios de asalto y su segundo, el sottocappo Palombaro Salvatore Mattera; un napolitano procedente de la Isla de Isquia con veintiún años recién cumplidos. No es extraño que, a sus treinta y cinco y tal como -exagerando un poco confesaría al autor- Notari se sintiese entre ellos poco menos que como un anciano.

A diferencia de Notari y Lazzari, estos cuatro habían llegado por vía terrestre procedentes de la base de Burdeos. Giulio Pistono, que a la sazón sería nuevamente el encargado de recogerles en Madrid y llevarles hasta Algeciras, puntualizaría luego: "Habían viajado por tierra desde Francia a través del paso Hendaya-Irún, cruzando la frontera hispano-francesa ocultos en un camión". En Irún se había hecho cargo de ellos el capitano Adolfo Marino, el agente del SIS destacado en el Consulado de San Sebastián que sería el encargado de acompañarles hasta Madrid; tal como, por otra parte, venía haciendo con otros operadores desde hacía más de un año. Este traslado, unido al trasporte de los equipos, constituye una clara evidencia de que la red montada en su día por el singular Beppo Martini seguía funcionando a la perfección.

En este punto, resultan de enorme interés los detalles que el jefe de máquinas Denegri aporta sobre la manera en que estos cuatro marinos italianos subieron finalmente al Olterra. Según sus declaraciones, todos ellos llegaron de noche atravesando Isla Verde. Eso quiere decir que lo hicieron tras superar los dos controles militares que había establecidos en el tramo que daba acceso al punto de atraque del cisterna; un trámite que sólo era posible superar contando con la preceptiva autorización oficial. Según la misma fuente, ninguno de aquellos seis marinos había sido objeto de requerimiento alguno, a pesar de que su llegada había sido vista por la guardia española de a bordo y de que el acceso al mercante de cualquier persona no autorizada, más aún en horario nocturno, estaba completamente prohibido. A cualquiera medianamente familiarizado con las formas y procedimientos militares, ha de resultarle forzosamente increíble que la actitud de los soldados o el suboficial a cargo de este servicio se debiese a una peligrosa e injustificada falta de celo en el cumplimiento de sus órdenes; algo de suma gravedad especialmente en tiempos de guerra y en un contexto internacional tan delicado.

Pero es que además, según el citado ingeniero, en los días que siguieron, Notari acostumbraba a dejarse ver en cubierta sin el menor recato provocando que los demás hicieran lo mismo. Pues bien, aunque parezca igualmente increíble, nada de esto despertó la más mínima curiosidad en los integrantes de aquella guardia militar. Ni las autoridades españolas se dieron nunca por enterados de nada. Algo que, incluso al más ingenuo, no puede sino resultar como mínimo curioso. No obstante, esta y otras “curiosidades” son las que, más allá de sus coloristas planteamientos tácticos, van a otorgar al tema un singular calado desde el punto de vista historiográfico; tal como los lectores de esta serie tendrán ocasión de comprobar más adelante. Pero de momento, lo que se impone es continuar con el desarrollo de los hechos.

Para evitar lo sucedido en la operación anterior con los mandos de dirección de los ingenios, el jueves seis de mayo, los tres equipos estuvieron probando los maiali en las aguas del puerto de Algeciras. Después de aquello, tan sólo restaba proceder a la elección de los blancos. Notari comentaría al respecto: "El Ministerio de Marina había decidido que nuestro objetivo fuesen los mercantes fondeados fuera del puerto. Yo no dejaba de recordar las órdenes que Borghese me había dado antes de partir: 'Recuerda que sólo debes atacar a los mercantes'... Pues bien, la tarde del 7 de mayo, se encontraban fondeados en la Bahía, treinta y cinco mercantes de mediano tonelaje, en su mayor parte vacíos. Casi todos ellos eran barcos de entre siete mil y diez mil toneladas, norteamericanos de la clase Liberty de reciente construcción. Su línea de fondeo dibujaba un arco que discurría en paralelo a la costa. Los extremos del mismo se encontraban, por Poniente más o menos a una milla al Norte del foco rojo situado en el extremo del muelle de Algeciras y por Levante, llegaba hasta la parte exterior del muelle del carbón de Gibraltar. Los escasos mercantes que iban cargados, estaban fondeados en la zona inmediata al puerto militar de la base, donde la vigilancia era más intensa. Otros dos mercantes también cargados, estaban fondeados en la zona comprendida entre el río Guadarranque y Campamento. Y finalmente, un mercante de mediano tonelaje, igualmente cargado, se hallaba fondeado a la altura de la desembocadura del Río Palmones".

"Mi intención era elegir los blancos entre los navíos que estuviesen a una mayor distancia del puerto de Algeciras, a fin de alejar de este las sospechas de los británicos", prosiguió. "Desde el Olterra, estuvimos observándolos, al tiempo que estudiábamos la rutina de las patrulleras enemigas... Luego nos distribuimos los objetivos. Dos para cada uno de los binomios. Tú coges este, tú ese otro... en fin. Yo reservé para mí los que se encontraban más alejados de la base. (Por lo demás, habíamos observado que) cada tarde, horas antes del atardecer, un remolcador fondeaba en el que bautizamos como el punto E (situado a unos 900 m. al Norte del extremo del dique de abrigo). Es muy posible que estuviese equipado con equipos de escucha hidrofónica por lo que recomendé a Tadini y Cella que fuesen prudentes y actuasen en las zonas inmediatas, manteniéndose alejados de él. Además del mencionado remolcador, la rada estaba sometida a la continua vigilancia de las patrulleras; cuyo número variaba de dos a cuatro según los barcos que se encontrasen en la Bahía. Durante la noche, estas se dedicaban a recorrer a baja velocidad toda la zona de fondeo, iluminando sus costados mediante proyectores y de forma aleatoria se aproximaban a ellos para realizar escuchas hidrofónicas. A lo largo de la noche, también a intervalos irregulares, algunos reflectores situados en los muelles del puerto de Gibraltar se encendían simultáneamente y manteniendo sus haces horizontales, rastreaban la Bahía durante unos cinco minutos. La noche escogida para el ataque fue la del 7 de mayo, tres días después del novilunio, con la luna en las primeras etapas de su fase creciente. Sobre todo quisimos aprovechar que la Bahía se encontraba en aquellos momentos azotada por una borrasca que, por increíble que parezca, nos beneficiaba; ya que el mar picado dificultaba la localización de nuestros maiali cuando navegábamos en superficie".

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