Espías, agentes y medios de asalto. La infraestructura de apoyo de la X M.A.S.

LA CALAVERA Y LA ROSA. HABLAN LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA

Los ataques de los 'maiali' hunden el 'Denbydale' y el 'Fiona Shell' e inutilizan el 'Durham'

El viceconsulado de Algeciras acogía lo que en el argot del SIS se conocía como un centro occulti

Las patrullas de vigilancia costera de la Guardia Civil, protagonistas del aspecto históricamente tal vez más interesante de la B.G. 4
Las patrullas de vigilancia costera de la Guardia Civil, protagonistas del aspecto históricamente tal vez más interesante de la B.G. 4 / E.S.
Alfonso Escuadra

12 de octubre 2022 - 03:00

Sobre las siete de la mañana del sábado 20 de septiembre de 1941, en el tramo de costa situado frente a la barriada linense de La Colonia, había tenido lugar un curioso suceso. Tras darles el alto y efectuar unos disparos de advertencia, la patrulla de la Guardia Civil de servicio aquella madrugada había detenido a dos individuos que, según habían podido observar, acababan de alcanzar a nado la orilla. Aquellos dos hombres eran el teniente de navío Decio Catalano y el cabo especialista Giuseppe Giannoni y aunque en principio no se identificasen como tales, se trataba de dos operadores de maiali que acababan de minar un navío británico fondeado en la Bahía, a tan sólo unos centenares de metros de allí.

En el informe oficial que luego redactarían para sus superiores se podía leer cómo, con objeto de mantener a toda costa ese halo de secreto que tanto se valoraba en la flotilla de los medios de asalto, tras deshacerse rápidamente de los autorespiradores, habían declarado a sus captores que, en lugar de marinos de guerra, sólo eran dos náufragos supervivientes de un mercante italiano.

Desde un vehículo estacionado en las inmediaciones del hotel Príncipe Alfonso, cuatro personas habían asistido con preocupación al desarrollo de aquella escena. De ellos, al menos tres, eran miembros de la Regia Marina. A saber, el teniente de navío Licio Visintini, el cabo Giovanni Magro -integrantes ambos de otro de los binomios que acababan de atacar el puerto interior de Gibraltar- y un agente del Servizio Informazioni Segrete della Regia Marina (SIS) cuya identidad aparece en la documentación naval oculta bajo el nombre clave de l´agente “P”.

Oficialmente, sólo se trataba de un vice console di carriere adscrito al consulado italiano de Barcelona que, hacía apenas un par de semanas, se había incorporado a este destino procedente de Italia. Incluso hoy día, hay estudiosos del tema que continúan refiriéndose a él como un simple miembro del personal consular. Sin embargo, detrás de aquel agente “P” se encontraba en realidad el capitano di Corveta Piero Pierleoni, un oficial de la Marina de guerra enviado a la Península con la única misión de dar apoyo a los operativos de la Décima MAS.

Los protagonistas de tres de los grandes reveses sufridos por la Royal Navy en el Mediterráneo en el último cuarto de 1941: el Oberleutnant zur See Friedrich Gugenberger Comandante del U-81, el Capitano de Fregata Junio Valerio Borghese Jefe de la X Flottiglia MAS y Oberleutnant zur See Hans-Diedrich von Tiesenhausen Comandante del U-331, el 2 de abril de 1942, durante la ceremonia de la concesión a estos tres marinos de la Medaglia d´Oro al Valore Militare en La Spezia.
Los protagonistas de tres de los grandes reveses sufridos por la Royal Navy en el Mediterráneo en el último cuarto de 1941: el Oberleutnant zur See Friedrich Gugenberger Comandante del U-81, el Capitano de Fregata Junio Valerio Borghese Jefe de la X Flottiglia MAS y Oberleutnant zur See Hans-Diedrich von Tiesenhausen Comandante del U-331, el 2 de abril de 1942, durante la ceremonia de la concesión a estos tres marinos de la Medaglia d´Oro al Valore Militare en La Spezia. / E.S.

El propio Pierleoni se encargaría de proporcionar más detalles al respecto durante el interrogatorio al que, ya finalizada la contienda, fue sometido por el servicio de inteligencia británico en Roma. En las páginas del preceptivo informe se describe cómo, a comienzos de septiembre de 1941, el capitán Pierleoni, que durante cuatro años había vivido en la Argentina y hablaba fluidamente castellano, había sido enviado a España a planificar la evasión a través de su territorio de los operadores de torpedos humanos que actuaban contra Gibraltar.

El mismo aclararía que, aquella noche del 20 de septiembre, su cometido concreto había sido recoger a estos una vez hubiesen alcanzado la costa española, llevarlos hasta Sevilla y subirlos al vuelo regular de Ala Littoria que debía devolverlos sanos y salvos a Italia. Para ello, se había servido del automóvil y del chófer de confianza que el cónsul italiano en la capital andaluza Vincenzo Gulli, también agente del SIS, había puesto diligentemente a su disposición hacía apenas unos días.

En este punto, se hace necesario destacar que el importante logro que para los medios de asalto italianos supondría la operación B.G. 4, ha llevado a los interesados en este tema a centrar su atención sobre todo en los detalles tácticos. Lo cual ayuda a explicar que otro aspecto de su ejecución, sin duda de mayor calado desde el punto de vista historiográfico por las importantes implicaciones que presenta, haya pasado más bien desapercibido. Un aspecto cuyo punto de arranque se sitúa precisamente en el justo momento en que aquellos dos marinos italianos habían sido detenidos.

Gracias a las declaraciones de Pierleoni, puntualmente confirmadas por la cartografía adjunta a los informes de aquellos operadores, se puede ubicar perfectamente el lugar donde estaba previsto que estos alcanzasen la costa española. Ese lugar no era otro que la tranquila playita situada a los pies de la fachada sur del hotel Príncipe Alfonso, justo frente al puente sobre el llamado Cachón de Jimena y apenas a un centenar largo de metros de una garita de la Guardia Civil que, como les habían advertido, debían evitar a toda costa.

Aquella misión de septiembre, la primera de cierta importancia entre las muchas en las que Pierleoni se vería envuelto, había comenzado con un mal presagio. Tal como declararía durante su interrogatorio, acababan de aparcar junto al hotel cuando dos números de la Guardia Civil, les habían abordado para preguntarles la razón de que, en una oscura noche de luna nueva como aquella, condujesen con las luces apagadas. El oficial italiano se había excusado alegando un fallo en el sistema eléctrico del vehículo y en apariencia, todo había quedado en la recomendación de que procediesen a repararlo a la mayor brevedad posible. A pesar de ello, ni Pierleoni ni nadie que conozca mínimamente el proceder de la Benemérita, puede albergar la menor duda de lo que suponía haber llamado la atención de una manera tan burdamente sospechosa. De todas formas, con la operación en pleno desarrollo y por lo tanto sin posibilidad alguna de dar marcha atrás, al agente no le había quedado otra opción que asumir los riesgos.

El Capomissione Tenente di Vascello Decio Catalano en Sevilla horas antes de subir el avión de regreso a Italia. La fotografía fue tomada en la ribera del Guadalquivir que da a la Avenida de las Delicias. Al fondo se puede ver el Puente de San Telmo y la Torre del Oro.
El Capomissione Tenente di Vascello Decio Catalano en Sevilla horas antes de subir el avión de regreso a Italia. La fotografía fue tomada en la ribera del Guadalquivir que da a la Avenida de las Delicias. Al fondo se puede ver el Puente de San Telmo y la Torre del Oro. / E.S.

Aquella noche, la fortuna había sonreído a Magro y Visintini, los primeros en alcanzar la costa. Ya que, a pesar de tocar tierra a más de doscientos metros al sur del lugar previsto, habían conseguido llegar al coche sin ser descubiertos.

Como ya se ha apuntado, Catalano y Giannoni no habían tenido tanta suerte y ello había forzado a Pierleoni a intervenir. Así lo contaría él mismo años después: "Me presenté a los dos carabineros (sic) y brevemente les expliqué el tema. Luego los supervivientes fueron llevados al cuartel. Les proporcionaron unos camastros de campaña y mantas y les dieron café, brandy y cigarrillos. Les confesé que me encontraba a la espera de otros dos operadores más y les pedí que me permitiesen telefonear a nuestro consulado en Algeciras".

Con aquella llamada, el agente había activado el procedimiento que, con toda seguridad, había sido previamente diseñado y aprobado en previsión de este tipo de incidencias. Poco después, el teniente de navío Amedeo Vesco y el cabo Antonio Zozzoli eran igualmente detenidos y conducidos también al puesto.

Sobre las nueve menos veinte de la mañana -declararía Pierleoni- mientras se encontraba a la espera de ver fructificar sus gestiones y escuchaba como "los muchachos daban cuentas de su aventura a nuestros admirados anfitriones, oímos una potente explosión. (Seguidamente), pudimos ver cómo una densa columna de humo se elevaba sobre el punto donde se encontraba amarrado el petrolero Denbydale".

Desde el lugar donde se encontraban escondidos, Visintini y Magro pudieron contemplar también el resultado de su acción. Varias explosiones se sucedieron al tiempo que aquel enorme navío de 15.893 toneladas se hundía en el interior del puerto de Gibraltar. Aquello fue una dolorosa estocada para el dispositivo de seguridad británico. De tal suerte que, aunque el esperado infierno que pretendían causar con el incendio del combustible embarcado finalmente no se produjese, en la Flotilla siempre la consideraron una acción notevolissima y un merecido premio después de tantos esfuerzos baldíos.

Minutos después, hacía explosión la carga que Vesco y Zozzoli habían colocado bajo la quilla del Fiona Shell haciendo que este se partiese literalmente por la mitad, justo por detrás de la chimenea. Según testigos oculares, la fracción de popa fue la primera que se hundió mientras la proa se alzaba hacia el cielo de la mañana para, poco después, terminar desapareciendo también bajo las aguas.

El mismo lugar hoy.
El mismo lugar hoy.

Finalmente, según se recoge en el informe redactado por el teniente de navío Catalano, "a las nueve y dieciséis, a popa del mercante artillado atacado por nosotros, se produjo una fuerte explosión; la columna de agua que provocó se elevó unos treinta metros. El navío comenzaba ya a hundirse lentamente por popa dejando la roda fuera del agua, cuando cuatro potentes remolcadores acudieron a su llamada de socorro y con gran dificultad, consiguieron arrastrarlo hasta hacerlo encallar frente a la zona neutral (o sea en el territorio inmediato a la Verja por el Norte). Más tarde nos enteramos de su nombre: Se trataba del mercante artillado Durham de 10.900 toneladas".

Es una lástima que no haya quedado rastro documental de la reacción con la que los miembros de la Guardia Civil de servicio en el puesto habían encajado aquella sucesión de poderosas explosiones. Hubiese resultado de gran interés, toda vez que a ninguno de ellos se le ocultaba que entre los protagonistas de aquella acción de guerra se encontraban las cuatro personas que acababan de detener.

Pero volviendo al procedimiento que Pierleoni había puesto en marcha con su llamada telefónica, lo primero que hay que aclarar es que el receptor de la misma había sido Germánico Bordigioni, un capitán de fragata de la Regia Marina que, desde hacía aproximadamente un año se encontraba al frente del viceconsulado de Italia en Algeciras.

En su día, no había sido fácil dar con una ubicación con las características apropiadas para fijar la sede del mismo. Finalmente, esta había terminado ubicándose en un inmueble de dos plantas localizado en una de las zonas más elevadas de la ciudad; concretamente, en el número veinticinco de la antigua calle Jerez -hoy Ruiz Tagle- en la misma prolongación de la calle del Doctor Ventura Morón. Como es de suponer, aquella elección no había tenido nada de casual ya que, como atestiguan las fotografías tomadas por el SIS desde el mirador localizado en los altos del inmueble, contaba con una magnífica perspectiva de la Bahía y el puerto de la colonia.

Aquello había resultado definitivo dado que, al igual que ocurría con otras muchas dependencias consulares italianas localizadas en poblaciones, digamos de interés estratégico, como era el caso de Cádiz, Málaga, Almería, Barcelona, Tenerife o

Tánger por citar sólo algunas, el viceconsulado de Algeciras también acogía lo que en el argot del SIS se conocía como un centro occulti, una estación encubierta que, desde la entrada en la guerra de Italia y bajo la dirección de Bordigioni, venía funcionando a pleno rendimiento servida por un grupo de suboficiales y especialistas en transmisiones de la Regia Marina, oportunamente camuflados entre el personal consular.

Sirviéndose de un potente equipo óptico, este grupo mantenía un servicio de observación permanente que registraba cualquier incidencia que se produjese en aquellas aguas. Pero además, el viceconsulado también servía como receptáculo de información procedente de otros puestos de observación situados en ambas orillas del Estrecho, en especial de los situados en Pelayo y en el enclave de Tánger. Gracias a lo cual, el Estado Mayor naval italiano estaba puntualmente al tanto del trasiego de buques por aquel estratégico paso.

Con el consulado como epicentro, también funcionaba una red de informadores ocasionales compuesta esencialmente por miembros de la colonia italiana en la comarca. Varios de estos informadores pertenecían a la plantilla del lujoso hotel Reina Cristina de Algeciras muy frecuentado por los oficiales de la guarnición británica, incluido el propio gobernador de la plaza; lo que explica que el SIS lo tuviese catalogado como un atractivo y fructífero “territorio de caza”. Por lo demás, no fueron pocas las ocasiones en que sus balcones y miradores serían empleados por sus agentes y colaboradores como estratégicas atalayas o que una de sus habitaciones fuese utilizada como improvisado laboratorio fotográfico.

stats