Búnkeres en mal estado

Los fortines de hormigón de las costas del Campo de Gibraltar

  • Nadie en la primera línea de defensa

El búnker del Rinconcillo, destrozado tras los últimos temporales

El búnker del Rinconcillo, destrozado tras los últimos temporales / Erasmo Fenoy

Entre 1939 y 1945, principalmente, se construyeron 579 elementos fortificados como parte del Sistema Fortificado Contemporáneo del Estrecho de Gibraltar. La inmensa mayoría de estos fueron diseñados por los ingenieros militares de la Comisión Técnica de Fortificación de la Costa Sur de manera individualizada y particular para cada caso, siguiendo instrucciones del Cuartel General del Generalísimo en la primavera de 1939, recién terminada la Guerra Civil.

Desde entonces, el paisaje costero del territorio situado entre el río Guadiaro y cabo Roche, más allá de Conil, ha ido integrando estos fortines hormigonados —conocidos también como búnqueres o nidos— hasta convertirlos en elementos consustanciales de su fisonomía. La memoria colectiva ha fundido estos monolitos de hormigón —en acertada metáfora de Alfonso Escuadra— con su paisaje natural, haciéndolo inherente a un espacio cultural del que hoy forman parte como las viejas torres almenaras, erigidas para vigilar la llegada de corsarios y piratas desde la otra orilla del Estrecho.

Estos fortines tienen una historia peculiar. Fueron construidos, con carácter de urgencia y derroche de recursos, en los dramáticos meses que siguieron a la entrega incondicional de armas y posiciones por las fuerzas del Ejército Popular de la República.

Respondían a la infundada noticia de una inminente invasión aliada por las costas aledañas a Gibraltar, lo cual no era descartable dada la cercanía ideológica del régimen del general Franco a las potencias del Eje y la inestimable colaboración que había recibido de ellas durante la guerra española.

Se diseñaron por ingenieros militares del Ejército Nacional, siendo erigidos por zapadores, obreros cualificados contratados y —lo que resulta más significativo— con mano de obra forzada. Se trataba de los mozos considerados desafectos al régimen, correspondientes a las quintas de 1936 a 1941 e integrados en los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, el sistema represivo franquista heredero del de Batallones de Trabajadores, disueltos en 1940 y bien estudiados por José Manuel Algarbani. Se trataba de los jóvenes que, no habiendo servido en el Ejército Nacional por razones obvias, fueron obligados a hacerlo tras finalizar la guerra. Procedentes de diferentes lugares de España, fueron destinados a cubrir la demanda de mano de obra de los proyectos de fortificación, construcción de pistas, carreteras y otras instalaciones militares.

Recreación virtual del búnker del Rinconcillo por S. García Villalobos, Yamur SL Recreación virtual del búnker del Rinconcillo por S. García Villalobos, Yamur SL

Recreación virtual del búnker del Rinconcillo por S. García Villalobos, Yamur SL

Nunca entraron en acción, ya que ni hubo invasión anglo-francesa, ni Franco cumplió el compromiso adquirido en el Protocolo Secreto de Hendaya ante Adolfo Hitler para pasar de potencia no beligerante —como se autodefinió a finales de 1941— a participante en la Segunda Guerra Mundial como aliado de nazis alemanes y fascistas italianos. Aunque de poco hubiesen servido, si atendemos a la opinión de los propios militares destinados en estos fortines en esos años de conflicto en Europa y el norte de África. Y, más aún, al comprobar lo rápidamente que su armamento quedó desfasado con el transcurso de la guerra. Basta comprobar cómo sistemas fortificados similares, aunque dotados de artillería mucho más moderna y potente, poco pudieron hacer ante el asalto aliado en las playas de Normandía en junio de 1944 y en la frontera alemana pocos meses después.

Los aspectos más cuidados en la planificación de estas obras fueron su disposición táctica, su blindaje y su diseño ingenieril, pero no así su armamento ni su mimetización en el paisaje circundante. Podían albergar ametralladoras —las habituales Hotchkiss de calibre 7x57 mm— y cañones anticarro de 37 mm, prácticos contra tanques ligeros de los años treinta pero inútiles frente a los habituales en los cuarenta.

De las casi 600 obras fortificadas que integraron este impresionante sistema defensivo de inspiración checa y germánica, las más numerosas fueron los nidos de ametralladora, seguidos de las casamatas de artillería y, a continuación, los poderosos observatorios con escudos blindados de dos metros de espesor.

Su función era la de frenar la invasión en las mismas playas, pegando al enemigo a la orilla y dificultando que estableciese una cabeza de puente que permitiese su posterior progresión tierra adentro. Entre tanto, la masa de maniobra de reserva había de posicionarse en la retaguardia para bombardear al invasor, mientras fuerzas de infantería acababan de rechazar el asalto anfibio. Planteamientos teóricos que, como he explicado, difícilmente se podrían haber traducido en resultados exitosos, muy especialmente en un contexto de absoluto dominio aéreo del escenario bélico por parte de los atacantes.

Nunca entraron en acción, pero además, de poco hubieran servido a tenor de la opinión de los militares que los utilizaron

Todos los fortines de este sistema fueron numerados, a efectos de su control y mantenimiento, por el Regimiento de Infantería Motorizable Pavía 19, acuartelado en San Roque. Basándonos en dicha numeración, elaboramos en 2006 para la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía —con la participación imprescindible de Pedro Gurriarán y Alfonso Escuadra— el primer catálogo exhaustivo de estos elementos patrimoniales. La administración autonómica acariciaba planes para su catalogación monumental y declaración de protección, lo que a la postre no se produjo por dificultades burocráticas. Conforme a ambos listados, el fortín arruinado de la playa del Rinconcillo, en Algeciras, es el 263.

Durante los últimos 20 años, el Instituto de Estudios Campogibraltareños ha liderado los esfuerzos de investigación, publicación, divulgación y reivindicación de la protección de este conjunto monumental, habiendo logrado el reconocimiento de su interés histórico por los principales agentes culturales de la comarca, si bien queda mucho por hacer en términos de su mantenimiento y salvaguarda. En 2017 participó activamente para lograr su declaración como Lugar de Memoria Democrática por la Junta de Andalucía, figura que vinculaba a estos enclaves fortificados a la lista de los espacios emblemáticos vinculados a la represión franquista, de lo que se hizo eco el diario Europa Sur en el mes de julio.

Muchos de ellos fueron desapareciendo a lo largo de sus 80 años de existencia por mil razones, pero la mayoría permanecen en pie, aunque son víctima frecuente del vandalismo, la expansión urbanística o industrial y la desidia institucional, que, como en el caso del fortín 263 del Rinconcillo, permite su irremisible pérdida.

Esta obra, diseñada en 1943 por la Comisión Técnica de Fortificación de la Costa Sur y aprobada por el ministro del Ejército en el mes de noviembre, era una obra acasamatada para dos ametralladoras en las esquinas y un cañón anticarro en posición central. Disponía de acceso por la gola a una estancia rectangular que, a modo de cuerpo de guardia, disponía de cuatro aspillaras para proteger la retaguardia del fortín. Seguidamente, un pasillo distribuidor servía de almacenamiento para municiones y lugar de estancia para su guarnición.

El búnker del Rinconcillo en 2016, en relativo buen estado. El búnker del Rinconcillo en 2016, en relativo buen estado.

El búnker del Rinconcillo en 2016, en relativo buen estado. / Ángel Sáez

El edificio resultaba sumamente inhóspito para sus ocupantes. La apertura permanente de tronera y aspilleras —ya que estos vanos no disponían de ventanas ni de ningún tipo de cerramiento—, ocasionaba molestas corrientes de viento, penetración permanente de arenas y de humedad. Tanto era así, que la tropa destinada a su servicio buscaba alojamiento en lugares cercanos para sobrellevar las inclemencias meteorológicas y las incomodidades que comportaba la estancia prolongada en la casamata.

Al diseño inicial de la obra se añadió un cuerpo anexo al muro norte, de diferente factura, para albergar otras armas complementarias que batiesen la playa hacia el río Palmones. Su diseño era el mismo que el de la obra situada en la misma playa junto al tradicional Bar Antonio, hoy plaza de la Virgen del Mar, y destruido impunemente en 1987 —véase A. J. Sáez Rodríguez, La Muralla del Estrecho. Nidos y fortines frente a los aliados, Editorial Los Pinos DyC, 2ª edición, 2017—.

El popular fortín 263 del Rinconcillo sirvió durante décadas como plataforma desde la que observar el paisaje, de espacio de juegos para la chiquillería, de refugio ocasional para los bañistas contra los vientos o de sombra en las tórridas jornadas estivales. Con sus aspilleras y tronera cegadas, estuvo pintado de azul y de blanco, parcialmente enterrado en arena y recubierto de plantas de uña de gato, que lo coloreaban de rosa o amarillo a la llegada del verano.

En los últimos años, la pérdida de la arena en la que se cimenta, causada por los temporales, ha ido descalzando el fortín hasta terminar fracturándolo por asiento diferencial. En este caso en particular, el muro quebrado primeramente no fue el de la construcción original, sino el de la ampliación. Ahora el problema se ha extendido a toda la obra, rompiendo la bóveda longitudinalmente y haciendo bascular la estructura hacia el mar. La obra ha colapsado, de manera irreversible. El último vestigio de la primera línea de defensa está a punto de caer. Y, con él, un elemento sustancial de la memoria colectiva de Algeciras.

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