Tardebuena en Algeciras: beber antes de cenar, una tradición que se hereda
Del desmadre ochentero de la calle Sevilla al botellón del Llano Amarillo, la ciudad celebra la Navidad adelantando el brindis
Las últimas compras de Nochebuena y el cuarto rey mago que se perdió en el mercado de Algeciras
La tardebuena es, básicamente, la prueba de que el ser humano es capaz de reinventar cualquier tradición con tal de no pasarse la mañana removiendo una sopa. Es la adaptación natural del tardeo a la gran cita de la Navidad, una suerte de prólogo festivo que ha decidido emanciparse de la cena copiosa y salir a la calle con una copa en la mano. En Algeciras, esto no es una moda: es casi arqueología costumbrista. Se practica desde hace décadas, cuando el epicentro eran los pubs de la calle Trafalgar y todavía se podía volver a casa con la dignidad más o menos intacta.
Pero antes de Trafalgar, antes incluso de que la palabra “tardebuena” existiera como tal, hubo un tiempo salvaje, sin nombre y sin horarios claros. Un algecireño nacido en 1969 lo recuerda con una mezcla de nostalgia, pudor y carcajada: “Yo creo que, en mi momento de chavalerío, no se celebraba tanto”. O no se llamaba así. O se celebraba peor. O mejor, según se mire.
La tardebuena nació en Algeciras mucho antes de que supiéramos cómo llamarla
A finales de los setenta y, sobre todo, durante los ochenta, la cosa empezó a tomar cuerpo en la calle Sevilla. “Ahí empieza la gente a juntarse”, rememora, “y hubo momentos de enormes borracheras”. Momentos, dice, como quien habla de un eclipse. Hubo comas etílicos, problemas serios de seguridad y hasta “un sonado estriptis protagonizado por un joven local al ritmo de la música de un bar en plena calle”. El nombre del protagonista, por razones obvias, se ha perdido en la memoria colectiva: “Joven de cuyo nombre nadie quiere acordarse. Evidentemente, él es el primero que quiere olvidar su nombre”.
La tardebuena de hoy, con su estética de jersey hortera y copa reciclable, es casi un balneario comparada con aquello. “Yo tenía 17, 18 años… estamos hablando de mediados de los ochenta”, sitúa el testigo, cuando la fiesta se desbordaba tanto que la ciudad seguía funcionando por inercia. “Pasaba gente normal, ajena a la fiesta, con sus coches, y los jóvenes les bloqueaban la calle”. Lo que venía después no figuraba en ningún manual de civismo urbano: los coches eran zarandeados de un lado a otro, y dentro, ocupantes —no siempre jóvenes— sufrían auténticas crisis de ansiedad.
Hubo un tiempo en que la Nochebuena algecireña empezaba mal y terminaba peor
“Aquello se fue reconduciendo”, concede este testigo, como si hablara de un río bravo al que, con los años, le han puesto orillas. Pero durante un tiempo, sencillamente, no se podía ir. Y los efectos colaterales llegaban hasta la mesa de Nochebuena. “Vaya nochebuena en casa”, ironiza. Jóvenes que volvían derrotados, sin hambre, con el estómago revuelto, vomitando. “Entre Papá Noel y fatiga transcurría aquella nochebuena”.
De los fogones a la barra
Hoy la tardebuena se ha expandido como una mancha de vino tinto: el centro, el Llano Amarillo, calles, plazas y bares convertidos en salones improvisados donde la Navidad se celebra sin mantel, pero con bastante entusiasmo. La explicación es sencilla y profundamente humana: las familias ya no están dispuestas a pasar horas entre fogones ni a vigilar el horno como si fuera un recién nacido. Se encargan platos, se externaliza la culpa y, de pronto, la tarde del 24 queda libre. Libre para el ocio, para el encuentro social y, sobre todo, para beber.
Así se da una escena impensable en tiempos de nuestras madres y abuelas: adultos de todas las edades apurando cervezas en la calle mientras el crío duerme plácidamente en el carrito, ajeno al debate sociológico que protagoniza. Antes, a esas horas, las mujeres estaban concentradas en la cocina, afinando sabores, esperando el discurso del rey —Juan Carlos, claro— como quien espera la señal de salida. Ahora el reloj se ha movido y la solemnidad también.
Cerrar la cocina fue el primer gran acto revolucionario de la tardebuena
No es casual que Juan Roig, presidente de Mercadona, haya vaticinado la desaparición de las cocinas para 2050. Si ese futuro llega, habrá que fijar en Algeciras la placa conmemorativa: “Aquí empezó todo, un 24 de diciembre, con una tardebuena”.
Este martes sopla en la ciudad un viento norte que agita los pascuelos y corta la respiración. Para un algecireño, hace frío. Mucho frío. Para alguien de Soria, esto es prácticamente playa. El termómetro, sin embargo, no ha logrado frenar la inventiva popular. Desde primera hora, un bar de la calle Radio Algeciras tomó una decisión radical y profundamente científica: invitar a chupitos de Anís del Mono a todo aquel que se acercara a la barra. Remedio casero, eficacia probada.
El Anís del Mono, por cierto, no es solo una bebida: es un tratado de historia líquida. Nacido en Badalona en 1870, fruto de los dineros del tabaco y el cacao de ultramar, fue el primer licor embotellado de España. Su botella adiamantada, inspirada en un frasco de perfume parisino, sirve además como instrumento musical navideño al ser frotada con una cuchara. De ahí que, cada diciembre, alguien acabe marcando el ritmo de Hacia Belén va una burra con más convicción que oído. Todo encaja.
Quizá por el frío, quizá por la pereza matinal, la ciudad tardó en arrancar. Hasta cerca de las dos, los bares lucían un aire tristón, como si aún no se hubieran enterado de que era Nochebuena. Pero bastó que el sol calentara un poco para que aquello se llenara de golpe. Una invasión. Narices rojas, manos entumecidas y el primer trago del día, ese que sabe a gloria y abre la puerta a todos los demás. A partir de ahí, la catarata.
Del desmadre al ritual
Porque la tardebuena consiste exactamente en eso: beber, pasarlo bien y llegar a la cena de Navidad con la alegría ya servida. Eso sí, con una diferencia fundamental respecto a los ochenta: ahora hay controles, más conciencia y menos volantazos. “Antes se bebía mucho más que ahora y se conducía sin ningún tipo de prudencia”, recuerda el testigo. No había apenas controles de alcoholemia, se hacía la vista gorda y “se producían accidentes. En algunos casos mortales. Todos los años”.
Antes se bebía más y se pensaba menos; ahora se bebe distinto, pero se sigue bebiendo
El ritual, sin embargo, permanece. Un y beben, y beben y vuelven a beber, pero sin peces en el río y con bastante más ginebra. La tradición ha vuelto a tomar fuerza este miércoles en puntos clásicos como la avenida Capitán Ontañón, la calle Convento, la plaza Sur de Europa, la calle Trafalgar y, como colofón, el Llano Amarillo, convertido en el epicentro del gran botellón. La retraca final.
No hay un código de vestimenta estricto. Algunos se emperifollan como para una boda civil y otros salen con el uniforme de estar por casa, eso sí, adornado con un jersey navideño para justificar la salida. Triunfan las diademas con antenas, el brillo, los renos, los elfos, Papá Noel y todo animal o ser mitológico que tenga algo que ver con diciembre. Ellas lucen medias de fantasía; ellos se calan gorros rojos hasta las orejas, porque el frío —ya lo decían las abuelas— entra por ahí.
Y así, entre memoria y presente, entre el anís y el viento norte, la tardebuena de Algeciras demuestra que ha madurado sin perder el alma. La Navidad empieza antes, sí. Pero ya no acaba como antes. Por suerte.
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