Algeciras: el puerto inexistente (1800 y 1870)
El Puerto de Algeciras a través de la Historia
En el siglo XIX la ciudad tenía un endeble embarcadero de madera, mantenido por el Ayuntamiento, que las frecuentes avenidas del río y los temporales marítimos destrozaban cada invierno
La vida portuaria de Algeciras en las primeras cuatro décadas del siglo XIX no se vio sometida a ningún cambio significativo en lo que se refiere a mejora de las infraestructuras y la actividad mercantil y pesquera. El final de la pugna marítima con Inglaterra y sus aliados alejó de la Bahía la presencia de la Armada, acabando, después de la Guerra de la Independencia, con el lucrativo negocio del corso en nuestras costas.
Como refiere Robert Semple, una de las actividades más destacadas del puerto algecireño en 1805 seguía siendo el corso, “a la que se dedicaba buena parte de la gente de mar”. Curiosamente, todavía en 1830, el viajero Richard Ford, dice de Algeciras: “Y esto es justo lo que es, un hervidero de corsarios en tiempo de guerra y de guardacostas, en misión preventiva, en tiempos de paz”. La ciudad, en aquellos años difíciles de crisis económica era el refugio de numerosos aventureros autóctonos y foráneos, navegantes de fortuna que se apostaban en el puerto, aunque sin estar inscritos en la Matrícula de Mar, para embarcar en los faluchos corsarios o para dedicarse al contrabando que, con total impunidad, venía realizándose con la vecina plaza de Gibraltar.
En cuanto a las infraestructuras portuarias, no habían mejorado sustancialmente en el último siglo: un endeble embarcadero de madera, mantenido por el Ayuntamiento, que las frecuentes avenidas del río y los temporales marítimos destrozaban cada invierno, remodelado con la adición de un basamento o pequeño espigón de escollera y mampostería a la piedra seca, como deja entrever Madoz en su obra, y la playa-varadero de lo que fue después la Marina, eran los únicos elementos portuarios existentes en la ciudad.
En 1824, Isidoro Taylor anotaba que “el puerto (de Algeciras), aunque bastante seguro, carece de importancia”. Los navíos que arribaban al puerto a lo largo de toda la centuria, tenían que fondear en el surgidero de la Isla Verde y esperar la llegada de las barcas y faluchos que varaban en el curso bajo del río para poder desembarcar o embarcar a los pasajeros y las mercancías hasta el muelle-embarcadero, si se hallaba operativo, o a la playa de la Marina. En el año 1851, el que más tarde sería emperador de Méjico, Maximiliano I, cuando visitó Algeciras, su fragata fondeó en aguas de la bahía, a donde llegó un bote para trasladarlo a la ciudad.
Pero la situación de abandono en que se hallaba el puerto de Algeciras no dejaba indiferentes a las autoridades municipales. El 9 de octubre de 1820, recogido en el Libro de Actas Capitulares del Ayuntamiento, el regidor don Juan Mendoza expuso a los síndicos de la ciudad “cuán útil sería para la población la habilitación de un puerto para el comercio, dadas las malas instalaciones que hasta el presente posee el de la ciudad”.
Preocupado el Consistorio por la escasez de medios con qué seguía contando el puerto, de nuevo en el año 1842 los regidores don Agustín Bustamante y don Valentín Sáenz Laguna presentaron a la Corporación una moción en la que exponían las ventajas que recibiría la ciudad de Algeciras con la construcción de un puerto marítimo. Los regidores concluían diciendo que “asociado el Ayuntamiento con personas ilustradas, se dediquen a proponer las bases, extender el plano de las obras e indicar los medios de realizarlas”.
El Ayuntamiento acogió favorablemente la idea y nombró una Comisión para que se dedicara a trabajar sobre el asunto. La Comisión, en opinión de Pérez-Petinto, encomendó el estudio al comandante de ingenieros de la Comandancia del Campo de Gibraltar, pero recelando que los trámites se demorasen, acordó pedir a la Dirección General de Caminos la venida de un ingeniero que acometiese la redacción del proyecto y el presupuesto. Este consiguió que, en septiembre de 1843, al menos, se habilitara al puerto de Algeciras para que pudiera comerciar con determinadas mercancías, que hasta esa fecha se desviaban obligatoriamente a los puertos de Cádiz o Málaga, favoreciéndose con estas medidas la actividad comercial del puerto algecireño.
Hacia 1845 las cosas no habían cambiado demasiado. Pascual Madoz, refiere que “desde la playa, donde existe un muelle casi inútil, que en pleamar sirve de desembarcadero, a cuyo sitio llaman la Marina, se va elevando progresivamente la población”. En otro lugar el diputado muestra su perplejidad por las carencias que observa en Algeciras, sobre todo en lo que respecta a las comunicaciones terrestres y marítimas. En lo referente al puerto, escribe que “Algeciras, por su posición topográfica, debería ser una de las poblaciones más importantes de España; mas para llegar a este grado le faltan dos esenciales elementos. El primero es la construcción de un seguro puerto en su bahía y de un muelle cómodo y proporcionado, para cuyas obras se presta admirablemente la naturaleza”.
Pero, aunque Madoz era consciente de las cualidades marítimas con que la naturaleza había dotado a la ciudad de Algeciras y de las posibilidades de desarrollo que tenía un puerto construido en su litoral, también anotó las deficiencias en las comunicaciones terrestres que unían la ciudad con la capital de la provincia, Ronda y Málaga. “El segundo elemento de riqueza -escribe el diputado y, más tarde, ministro- para el territorio de Algeciras que lo reclama con toda urgencia, sería su comunicación con Cádiz, el interior de Andalucía y la serranía de Ronda, por medio de arrecifes, de que carece absolutamente, a pesar de la importancia militar y mercantil de dicha ciudad”.
En 1847, Luis de Igartuburu, en su “Manual de la Provincia de Cádiz”, señalaba: “Años y años van pasando desde que se empezaron a instruir expedientes para unas obras de tal importancia como son las de un arrecife desde Medina al río Zurraque; un camino desde Chiclana a Gibraltar pasando por Tarifa, Algeciras y San Roque…., y sin embargo, aún no se ha colocado la primera piedra en ninguna de ellas; ni se ha hecho más que ir aumentando algunos cuadernillos de papel escrito”.
En 1859, el ingeniero Juan Martínez Villa en el preámbulo de su proyecto de puerto para la ciudad, viene a decir que “la ciudad de Algeciras como punto o plaza comercial no tiene grande importancia en el día por encontrarse casi incomunicada con el interior de la provincia y carecer de muchas otras condiciones necesarias al efecto como punto de depósito o centro comercial, mas sin embargo de que muchas de estas circunstancias y condiciones se han de mejorar y hacer desaparecer mediante la ejecución del plan de vías de comunicación que se estudia en la provincia, no puede desconocerse que la importancia de este punto es debida a las especiales e inmejorables circunstancias de su situación indicadas antes para el ventajoso establecimiento de un puerto de escala y arribada indispensablemente necesario en él para los buques que tienen que atravesar el Estrecho”.
En lo que refiere al río de la Miel como único espacio portuario que presentaba aguas abrigadas, Martínez Villa dice que “por su costado sur (de la ciudad), bañando su pie, desagua el pequeño río denominado río de la Miel, el cual, aunque de corta importancia por el reducido caudal de sus aguas, la ha tenido en épocas anteriores y la conserva, aunque escasa, en el día para la navegación de cabotaje, porque su cauce, hasta el puente de piedra (luego puente Viejo), puede decirse que ha sido el verdadero puerto y único punto que en esta costa había de completo abrigo y resguardo para las pequeñas embarcaciones costaneras que todavía, aunque con muchísimo trabajo, se abrigan en él”.
En el año 1870, el historiador escocés James Aitken Willie, que desde Gibraltar visitó la ciudad, escribe: “Echamos ancla frente a la pequeña población de Algeciras. Apenas había llegado aquella al fondo cuando alrededor del vapor se aglomeró toda una flotilla de embarcaciones pequeñas en las que remaban hombres de aspecto salvaje que gesticulaban y pregonaban a gritos sus servicios de barqueros”.
En un informe, de fecha 30 de julio de 1881, relativo al movimiento de pasajeros y de mercancías del puerto de Algeciras en el decenio 1870-1880, conservado en el Archivo de la APBA, además de hacer hincapié en el incremento observado en las exportaciones de corcho, se hace referencia a las deficiencias portuarias del enclave y a la necesidad de construir un puerto que facilite las operaciones de carga y descarga, “lo que permitiría aumentar rápida y notablemente su movimiento comercial. Algeciras -dice el informe- por su excelente situación, a mitad de camino entre Cádiz y Málaga, está llamada a desarrollar un comercio importante, y para ello solo le faltan caminos que la pongan en contacto con el interior, y especialmente la vía férrea, pero a la vez que necesita esto, también es de primera necesidad la obra de un puerto que proteja la navegación y ofrezca facilidades al comercio”.
Desconocemos las causas exactas que imposibilitaron la construcción en Algeciras de un puerto seguro en el que pudieran atracar embarcaciones de comercio y otros navíos de gran porte a lo largo del siglo XIX, aunque podemos imaginarlas si nos retrotraemos a lo que sucedió con la creación de la Aduana en el año 1742, pues los proyectos redactados en los años 1859, 1887, 1891 y 1895 jamás vieron la luz. Lo cierto es que, a pesar del interés mostrado por las autoridades municipales, la aprobación y ejecución de un proyecto de puerto de arribada y abrigo en Algeciras se iría retrasando incomprensiblemente hasta bien entrado el siglo XX.
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