Campo Chico

El puente, la Vinícola, el Ali-Oli y el Matadero

  • En el Ali-Oli se percibe el ambiente familiar de las viejas tabernas, libertario, desenfadado y compartido

  • Los mataderos eran lugares en los que se celebraban las becerradas y salían los matarifes de plaza

La calle Tarifa, alrededor de 1960.

La calle Tarifa, alrededor de 1960.

El Puente (del) Matadero –situado sobre la hoy avenida Gesto por la Paz– era exactamente eso, un puente sobre el que salvar el cauce del Río de la Miel. Sus pilares eran de piedra arenisca y, me contaba el Capi, que se acostumbraba a afilar sobre ellos cuchillos, navajas y cosas así. Estaba tan generalizada la costumbre y era tan antigua que sus secuelas se notaban sobre los pilares llenos de hendiduras. La proximidad del Matadero, un gran edificio a orillas del Río, muy cercano al asentamiento, acrecentaba los efectos de ese proceder instalado desde antiguo en los hábitos de los vecinos. El puente podría ser considerado el acceso natural a Algeciras viniendo desde la capital a través de Vejer y Tarifa, por la carretera general de Cádiz a Barcelona. El kilómetro 106 estaba justamente a la entrada del Patio del Loro, hoy un solar, frente a la Vinícola, la tienda taberna del Secano, ya desaparecida, que hacía esquina con la calle María Auxiliadora, por la que se desciende hacia el complejo del Colegio de los Salesianos y al encuentro con la Fuentenueva.

El lugar ocupado por La Vinícola, a la cabecera de una hilera de casas de una planta que se adentraba hacia el oeste, ha adquirido en la actualidad una personalidad nueva derivada de la proximidad del edifico central de Correos y del complejo religioso-educativo formado por los Salesianos. A esas referencias se añade un bar, el Ali-Oli, que parece haber sido extraído de la moviola del tiempo atrás del relato urbano de Algeciras. Es un establecimiento inventado y conducido por el par sin par formado por Lina y Manolo, que reúne todos los requisitos representativos de los modos tradicionales del lugar. Se conocieron trabajando en el hotel Las Chapas, en el corazón de Marbella, y fruto de ese encuentro de hace más de cuatro décadas, fue, de momento, una joven, bella y acreditada periodista, Laura, que hoy anda enredada en Madrid, en la producción de material audiovisual para televisión. Entre otros lugares, Lina y Manolo regentaron la cantina de los Salesianos y la de la Escuela Politécnica, instalándose definitivamente en donde hoy están, frente a Correos.

En el Ali-Oli se percibe el ambiente familiar de las viejas tabernas, libertario, desenfadado y compartido, accesible, sano y fresco, abierto al que se sienta cómodo compartiendo. Sus parroquianos son de cualquiera de las hechuras, gente trabajadora, funcionarios, profesores, vigilantes, repartidores, albañiles, españoles o de cualquier parte. Nada de exigencias ni limitaciones, sólo sonreír sin esfuerzo y estar dispuesto a ser uno más entre todos. Junto a este establecimiento, singular donde los haya, hay un taller de bordados y de prendas ligeras para llevar o ponerse, Bordados Calvente, que porta un apellido muy familiar en el comercio algecireño y cuenta con el encanto personal, el buen hacer y el buen gusto de Natalie, mitad francesa mitad española, cuya presencia es en sí misma un reclamo para la clientela. Hablar en francés con Natalie te traslada, por su acento, tono y timbre, al legendario Quartier Latin (Barrio Latino) de Paris, ligado a la historia de la Sorbonne (1150), una de las universidades más antiguas de Occidente junto a las de Bolonia (1088) y Oxford (1096). Bien que al cambiar el chip y ponerse en andaluz, uno percibe en Natalie la dulzura de la feminidad y el salero de ese acento mágico que alcanza entre nosotros una musicalidad indescriptible. Natalie es, en fin, la belleza en el ser y en el estar, y en el hablar en dos orillas.

Calle Matadero, a espaldas del Patio del Loro. Calle Matadero, a espaldas del Patio del Loro.

Calle Matadero, a espaldas del Patio del Loro.

La Vinícola era una referencia para los autobuses que subían desde la Marina hacia el Rinconcillo o viceversa y cualesquiera otros que recorrían el límite oeste del casco histórico, siguiendo la muralla andalusí, hoy prácticamente desaparecida, que estaba integrada en el muro del patio. La parada de la Vinícola, simplemente se sabía que existía aunque ninguna señal lo advirtiera. Incluso afectaba al precio del billete, pues el legendario establecimiento en el que se vendía en su tiempo el vino elaborado en la colina de la Matagorda (barrio de San Isidro), se había constituido en vértice de marca para las viviendas unifamiliares con grandes jardines, de aquellos pocos privilegiados que vivían “en las afueras”. Testigos centenarios del carácter de extramuros eran árboles como esos dos espléndidos ejemplares plantados junto a la oficina de Correos y a la sede del edificio que se está habilitando para memorial Paco de Lucía.

Algeciras no era un lugar al que la gente quería ir. Sobre todo cuando en los años cincuenta su oferta laboral se limitaba al sector servicios. Militares, funcionarios y personal sanitario que eran destinados a la ciudad o a sus alrededores, generalmente a la fuerza, constituían lo más sustancioso de unas clases medias en las que los médicos, al margen de los militares y de los funcionarios, formaban el sector más respetado y, por lo general, más pudiente. La situación geopolítica de la ciudad requería personal de aduanas, agentes, consignatarios de barcos y empresarios asociados a la pesca además de sanitarios y de profesores de los distintos niveles educativos. Entre los sanitarios, los médicos constituían el colectivo de más categoría social, pero los practicantes, las enfermeras y las parteras, que cito por género mayoritario, formaban un conjunto de personajes muy populares y estimados por su profesionalidad, proximidad y accesibilidad.

Entrada al Patio del Loro, 1960. Entrada al Patio del Loro, 1960.

Entrada al Patio del Loro, 1960.

El contrabando era una actividad ordinaria e incluso tolerada por las autoridades y, desde luego, asumida por la sociedad. No sólo no estaba nada mal vista, sino que incluso se daba el caso de que reconocidos contrabandistas formaban parte de las capas altas de la sociedad y eran bien recibidos en sus reductos más significativos. Cuando llegaron las máquinas expendedoras de tabaco, las instaladas en centros oficiales servían tabaco de contrabando como si tal cosa. Los turistas podían preguntar a los agentes municipales por la situación de las tiendas de estraperlo, como si lo hicieran por cualquier otro lugar de la ciudad y toda una parcela urbana en torno a la margen izquierda del Río, desde los aledaños de la Plaza, disponía de una variada oferta de casas-tiendas donde era posible adquirir productos de procedencia extranjera, generalmente a través de Gibraltar. Productos no adquiribles legalmente en España, como la sacarina o el Roter, un medicamento para las molestias estomacales, eran muy estimados, y lo fue la penicilina, ésta última con una historia propia por su trascendencia.

El Bar Constante, en ruinas. El Bar Constante, en ruinas.

El Bar Constante, en ruinas.

El flanco derecho del cauce del Río, a un lado y a otro del puente estaba ocupado en sus proximidades por la Corchera Española, sobre todo, y por el Matadero. Junto a la Corchera, al oeste, y ya casi abordando la curva del Hormiguero, llamada así a causa de un bar muy popular, que ocupaba el espacio que hoy ocupa una estación de servicio, estaba el legendario Bar Constante, regentado en su recta final por los hermanos Emilio y Pepe, adonde era posible disfrutar de las tapas tradicionales, entre las que destacaban las cabrillas con tomate, la tortilla campera, la lengua en salsa, la morena en adobo, la sangre encebollada y, sobre todo, una moruna que quitaba el sentío. En los años ochenta había cumplido el medio siglo de existencia. Lo visitaba de vez en cuando, acompañado por Juan Guerrero, el del Mesón Algeciras de Madrid, y echábamos un buen rato hablando con Emilio y Pepe, que guardaban cantidad de fotografías de futbolistas del Algeciras de los años gloriosos, cuando en los cincuenta era un equipo de prestigio con muchísima solera. El amplio espacio de que disponía el bar, estaba presidido por un original del monumental cartel de feria de 1914, de José Román, que sería retomado en la feria de 1985.

Cartel de Feria (1914) de José Román reutilizado para la Feria de 1985. Cartel de Feria (1914) de José Román reutilizado para la Feria de 1985.

Cartel de Feria (1914) de José Román reutilizado para la Feria de 1985.

El bar Constante se inauguró el 12 de junio de 1934 en un local que adquirió por 250 pts. Constantino Calderón Reverdito, abuelo de Emilio y Pepe. Constantino ya llegó con rodaje al nuevo enclave, que acabó siendo frecuentado por los empleados del Matadero, los aficionados a los toros, los empleados de la Corchera y los jóvenes futbolistas del Algeciras. Antes había tenido otro bar en Vista Hermosa, que era como se llamaba la hoy la calle Segismundo Moret, cerca del lugar en el que Arturito, el hijo de Arturo Lea, el de Los Gallegos, instalaría su Casa Arturo, frente al viejo puente de la Conferencia. Los mataderos de la época estaban muy asociados a la tauromaquia, eran lugares en los que se celebraban las becerradas y de donde salían los matarifes de plaza. Nuestro Miguelín, sin embargo, toreó a su primera becerra en el patio del antiguo Colegio de los Salesianos, que ocupaba el solar que hoy ocupa la parroquia del Carmen. De mi gran e inolvidable amigo, de oficio matarife, Bernardo Pérez, llegué a escribir que hizo grande su tarea, tanto como lo que logró Manolo Caracol con el fandango, que lo convirtió en un cante grande.

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