Un hombre bueno (III)
Historias de Algeciras
A caballo entre dos siglos, eran varias las vías para el contrabando en el Campo de Gibraltar
La Policía Gubernativa se apoyaba en otros cuerpos, como los Carabineros, para controlarlas
Al mismo tiempo que Albuzo intentaba comprender lo sucedido, sus compañeros Fenech y Suárez, seguían buscando datos en el fichero; datos por otro lado, exigidos por el que fuera jefe de la Inspección, don José Alonso. El fichero presentaba todo un expositor –aquí sí sobraban los encajes y puntillas posibles–, de la delincuencia local. Allí estaban las fichas del Breva, el Juanillón, el Tumbacepas (de este se decía que el día que se emborrachaba cobraba todo el patio de vecinos donde vivía), el Melones, el Manco, el Chispa, el Chato de Jaén, el Galleguito, el Tuerto Morata, el Caribe, Frasquito el del Rodeo o el Jali, un tarifeño que pasaba más tiempo en el Juzgado de Algeciras que en su pueblo natal. Todos ellos con apodos que de tan conocidos en la Inspección de Vigilancia, sus alias habían borrado socialmente su nombre de pila. También los había de reciente inscripción en el que aún sus nombres tenía sentido para la colectividad, como Antonio Gutiérrez Mandaero ó Miguel Llorca Malascarnes.
“A ver en los siguientes artículos. Siguió repasando en voz alta: -6º. Vigilar muy especialmente lugares y establecimientos á que suelen concurrir gentes de conducta y antecedentes sospechosos, casa de dormir y las dedicadas á la venta de bebidas 7º.- Hacer averiguaciones respecto á los puntos en que hubieren estado las personas sospechosas en materia criminal, las ocupaciones que tuviesen y establecimientos que frecuenten...”. Aquello era perder el tiempo.
Mientras los agentes seguían inmersos en su trabajo repartiéndose la documentación remitida por el Juzgado o revisando la orden de servicio de aquel día, Er niño de Casa-Ortí, como decían por aquí, apareció en la puerta llevando hábilmente sobre la mano derecha una plateada bandeja portando tantos cafés e infusiones como agentes había en ese momento en la Inspección. “Don José –dijo dirigiéndose a Albuzo–, que dice mi padre que le diga que ha traído de la Pescadería boqueroncitos de la bahía y que mi madre los va a poner relleno”. Contestando el veterano policía con un gesto con un simple gesto afirmativo con la cabeza.
Aquel viejo funcionario al servicio del orden público, estaba acostumbrado a comer todos los días en la calle, sus compañeros –la mayoría casados–, gozaban de una vida familiar de la que él carecía. Una vez hace mucho tiempo en un cafetín de Tetuán, mientras se ahogaba en un mar de humo y alcohol, estuvo a punto de caer en las redes puestas por la caída de pestañas de la mujer más bella que había visto en su vida. La dureza de la época, unida a la desconfianza que daba su oficio, bastó para aniquilar aquel cambio en su existencia.
Al mismo tiempo que er niño de Ortí se marchaba con su bandeja, se volvió de nuevo hacia el interior de la Inspección para vocear: “¡Don José por aquí le buscan!”. Asomado a la puerta el policía vio la presencia de un hombre maduro y de buena presencia que preguntó por él, yendo el recién llegado directamente al meollo del motivo de su visita, previa identificación: Don Juan Gallardo Marín, casado, propietario y vecino de Los Barrios, con residencia accidental en Algeciras, con cédula personal de 5ª clase y número 112 (expedidas por el Ayuntamiento, el número y clase significaba el pago de diferentes impuestos por quien era su titular), y dijo: “Que ha sido empresario de la novillada celebrada en la plaza de toros de esta Ciudad, el día 8 de Junio último, en la que actuó la cuadrilla de las señoritas toreras, habiendo cumplido fielmente con el pago del impuesto por derechos de timbre sin que por el Ynspector Don Agustín Porras se le exigiese ninguna retribución ni diera motivo á que el declarante se la ofreciera, muy por el contrario, este Sr. estuvo por demás rigorista examinando billetaje y vigilando constantemente para que no se cometieran faltas. Que habiendo llegado á su noticia haber sido declarado cesante el Sr. Porras por consecuencia de denuncia presentada, el declarante protesta de semejante afirmación manifestando y proponiéndose probar, en su caso, contra tal vil imposición muchos más, porque á pesar de la excesiva vigilancia que para el cumplimiento del pago del impuesto ejercía el Sr. Porras, no ha faltado á la consideración ni buenas formas conque debe proceder un funcionario en el exacto cumplimiento de sus deberes”.
Tras oír las manifestaciones de tan caballeroso señor, Abuzo no pudo por menos que sentir gran curiosidad sobre el asunto y sobre el protagonista del mismo, al cual y hasta entonces no conocía. Manifestándose ante el vecino de Los Barrios en los mismos términos que lo hizo con el empleado del Ayuntamiento algecireño.
Mientras divagaba sobre el asunto del tal Porras, entró en la Inspección un compañero que había estado prestando servicio en la frontera con Gibraltar, anunciado las ordenes recibidas desde “arriba” sobre el control del contrabando tanto en el muelle de madera como en el tren de los ingleses, que a pesar del pomposo nombre Algeciras-Bobadilla Railway Limited, para la fiscalidad no dejaba de ser un medio idóneo para hacer llegar la mercancía ilegal o contrabando a cada estación de parada en su ruta.
La legal aplicación de la normativa fiscal no observaba que aquella actividad constituyera un modo de subsistencia para una población siempre olvidada por los órganos del Estado de donde emanaban –curiosamente– aquellas restrictivas leyes. Sea como fuere el exiguo número de miembros de aquella Policía Gubernativa de Vigilancia con la que contaba la ciudad de Algeciras y resto de la comarca, básicamente se componía –durante aquellos años a caballo entre dos siglos–, de comisarios como Francisco Esteban Anguilera, Bernardo del Vado, Alecio Viejo Buitrón, Manuel Bianchi o Augusto Chacón. Inspectores como José Abuzo, Javier Fenece ó José Suárez, ya reseñados; uniéndose a estos los también inspectores Cándido Agencio, José Alonso Soto ó Luis Alba.
Afortunadamente existía una magnífica colaboración con el resto de cuerposexistentes, ocupándose estos de otras parcelas de control de la delincuencia fiscal o de orden, como por ejemplo el Cuerpo de Carabineros, y la presión que estos ejercían sobre el contrabando en la zona rural de la comarca, siendo una de las vías de especial vigilancia por poniente la famosa trocha, que partiendo de Algeciras o Los Barrios, se unía en el Valle de Ojean, y más concretamente en la venta conocida como Tejas Verdes, para posteriormente –en caballos y mulos– alcanzar la zona de Las Jandas. Siendo la mítica ruta de Gaucín o norte, la otra vía para “campo a través” sacar el contrabando del Campo de Gibraltar. Existiendo otras vías alternativas o secundarias que hacía imposible controlar el fenómeno denominado popularmente como jarampa y que a tantas familias proporcionaba un sustento que las administraciones públicas de la época, eran incapaces de proporcionar.
De existir una relación poco fluida con algún cuerpo, esta se generaba con la llamada Arrendataria de Tabacos, que dado su carácter privado, admitía entre sus empleados –a los que se les atribuía cierta autoridad pues iban armados–, a personas de dudosa trayectoria, destacando entre sus filas antiguos contrabandistas con los cuales no era fácil relacionarse. Años atrás estos agentes, popularmente conocidos como blanquillos por el color de su uniforme, fueron los responsables de unos graves altercados acontecidos en nuestra ciudad con resultado de muerte y que tuvieron en jaque a toda la población de Algeciras durante varios días (Tapia Ledesma, M. El crimen de los blanquillos. Europa Sur, 16 y 23 de septiembre de 2018).
Atento estaba el inspector Albuzo a lo que expresaba el compañero recién llegado cuando hizo acto de presencia en la Inspección de Vigilancia de la calle Santísimo de Algeciras un nuevo vecino interesado en dejar copia de su declaración en el –para entonces–, caso Porras. Identificación: José Alcoba Mateo, casado, empleado y de esta vecindad, con cédula personal de 11ª expedida en esta Ciudad en 30 de Junio del presente año (estaban exentos de portar este documento: los pobres de solemnidad, las monjas de clausura y de la caridad, los presos, los dementes recluidos en manicomios y la clase de tropa del ejército y armada), dice: “Que habiendo sido el encargado del despacho de billetes para la novillada del día 8 de Junio de este año que se celebró en la plaza de toros de esta Ciudad por las cuadrillas de Señoritas toreras, debe manifestar que Don Agustín Porras, Inspector de Timbres estuvo examinando el billetaje tomando nota y ejerciendo en el edificio una constante vigilancia para que, según manifiesta se cumpliera con lo que la Ley exige y aunque le remitieron billetes de invitación los rechazó, pero luego adquirió localidades satisfaciendo en el acto su importe, habiendo rechazado con bastante energía la indicación que se le hizo de que las admitiera sin pagarlas arrojando sobre la taquilla su importe y marchándose. Que sabe ha sido declarado cesante Don Agustín Porras por suponérsele falta de probidad en el cumplimiento de su deber lo que considera el declarante injusto por no haber dado motivo para ello, pues en el tiempo que lleva en esta Ciudad en el cargo que ejercía y frecuentemente estando el declarante á cargo de despachos de espectáculos, ha observado en aquel no haberse excedido en sus deberes ni dado lugar á apreciaciones vejatorias”.
Sin ánimo de ser reiterativo, el veterano inspector se expresó con el Sr. Alcoba en los mismos términos que con los antecesores declarantes. Al marcharse su interlocutor, Albuzo no pudo por menos que esbozar una sonrisa, pues aunque todos –hasta ahora– los declarantes habían actuado en defensa del tal Porras –¿quién sería este Sr.?– no dejaba de ser menos cierto que coincidían en tacharlo de intachable en su trabajo. ¡Que extraña era la naturaleza humana!, pensó.
De vueltas a la realidad cotidiana de aquel trabajo de vigilancia, una de las herramientas consistía en manejar debidamente el horario de los vapores, diligencias y trenes que partían o llegaban hasta nuestra ciudad. En cuanto a este último medio, el tren, a veces era necesario subir hasta Ronda y hacer noche allí, para posteriormente al día siguiente volver hasta la estación de Algeciras, lo cual constituía toda una paliza dado el número de horas de viaje.
En lo referente a la vigilancia en el ferrocarril, las competencias reglamentarias especificaban: “Sección 2ª. Servicio de Vigilancia en los Ferrocarriles. Art 160.- Para la vigilancia en las estaciones de ferrocarriles, y en casos determinados en los trenes, así como también en las avenidas de aquellas, se destinará un Inspector ó Subinspector y el número necesario de agentes; dichos empleados no podrán usar distintivos exteriores, y sí únicamente un documento ó contraseña para justificar cuando sea absolutamente preciso el carácter y representación de que se hallan investidos. Artº 162.- si fueran varios los Inspectores que tuviesen su residencia en la población, y ninguno de ellos lo fuera especial para dicho servicio, designará el Gobernador de la Provincia ó el Delegado del Gobierno el Inspector que haya de encargarse de tal vigilancia”.
(Continuará)
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