Historias de Algeciras

Un hombre bueno (II)

  • El inspector José Albuzo acerca al lector a la Algeciras de principios de siglo

  • En la ciudad de aquellos años, salvo momentos muy puntuales, la actividad policial era tranquila

Control de viajeros en el muelle de madera.

Control de viajeros en el muelle de madera.

Al mismo tiempo que daba cuenta de un delicioso desayuno, compuesto por aquel magnífico café “¡seguro traído de Gibraltar!”, que le despejaba el cuerpo y la mente  acompañado de un no menos soberbio pan elaborado en las cercanas tahonas, como la de Ángela García, situada en el número 43 de la calle Sevilla; la de Juan Ríos, ubicada en el número 37 de la calle Alta; o tal vez, la de Juan Martínez sita en el número 31 de la calle Ancha. “Esta última familia de un celebre músico recientemente fallecido”, pensó el policía. Y todo ello para envolver el aceite o la buena chacina de la cercana serranía rondeña y  traída hasta Algeciras por el tren de Morrison, completaba aquella primera comida del día antes de empezar la rutinaria jornada. Al mismo tiempo que daba cuenta de un delicioso desayuno, compuesto por aquel magnífico café “¡seguro traído de Gibraltar!”, que le despejaba el cuerpo y la mente  acompañado de un no menos soberbio pan elaborado en las cercanas tahonas, como la de Ángela García, situada en el número 43 de la calle Sevilla; la de Juan Ríos, ubicada en el número 37 de la calle Alta; o tal vez, la de Juan Martínez sita en el número 31 de la calle Ancha. “Esta última familia de un celebre músico recientemente fallecido”, pensó el policía. Y todo ello para envolver el aceite o la buena chacina de la cercana serranía rondeña y  traída hasta Algeciras por el tren de Morrison, completaba aquella primera comida del día antes de empezar la rutinaria jornada. 

Una de las razones por la que se hospedaba en lo que él definía -tras regresar de los elegantes y aristocráticos hoteles de la Villa Vieja -, como “el tugurio de Sánchez”, además de su asequible precio y limpieza, era la cercanía con la Inspección de Vigilancia (Comisaría), su puesto de trabajo. Desde años atrás y ante la falta de espacio, el obispado, previa petición del Gobierno Militar y Gobernador Civil, había permitido el uso de unas dependencias que pertenecientes y anexas a la parroquia de Algeciras se ubicaban en la céntrica calle Santísimo.

Tras dar los buenos días a sus compañeros daba por hecho lo que la jornada le depararía: visita al control del muelle de madera, vigilancia por la zona de la Marina ó inspección de los parroquianos que frecuentaban algunas casas de juego o prostitución, en definitiva...rutina. Pero no, el veterano inspector se iba a encontrar -quizá por primera vez en su vida-, con una situación diferente.  José Albuzo era un veterano inspector de policía muy estimado entre sus compañeros dada su gran experiencia. La realidad de aquella Inspección era que los cuatro agentes destinado en Algeciras, dependientes de un Comisario Jefe para toda la comarca del Campo de Gibraltar, de nombre Francisco Esteban Aguilera, no tenían motivos para estar mal avenidos. El trabajo era tranquilo, a veces demasiado, todos venían de destinos complicados en grandes capitales, donde el Gobernador Civil doblegado y azuzado por el político de turno, les hacía prestar interminables horas de servicio ni remuneradas, ni pagadas y ni mucho menos agradecidas. Se acostumbraba a decir entre los compañeros: “En este trabajo sabes cuando entras pero no cuando sales”. 

Albuzo era un veterano inspector de policía muy estimado entre sus compañeros

En la Algeciras de aquella época el tema era muy diferente. Salvo en puntuales ocasiones: visita de un preboste, delito grave o alijo importante de contrabando, el resto era calma. Aquella tranquilidad podría llegar a ser desesperante, sobre todo para el recién llegado que como Albuzo, provenía de un destino muy complicado como era la inspección y vigilancia en la zona de influencia española en el norte de África. A veces cuando junto a otro compañero, observaba el desembarco de los pasajeros del vapor correo proveniente de Ceuta, mientras tomaban disimuladamente un café apoyados en el mostrador del kiosco de Antonio Torres, situado a la salida del muelle de madera, recordaba -sin quitar ojo a los recién llegados del barco-, los cafetines del otro lado del Estrecho. Personajes abigarrados de todas las nacionalidades que pululaban por las zonas de influencia -tanto española como francesa-, buscando que la vida les diese una oportunidad

Aquellos lúgubres lugares, donde el humo, el olor a especias, envolvían a soldados inexpertos de permiso en busca de una aventura que fácilmente podría terminar en una sífilis o una navaja clavada en pecho o espalda, teniendo como escenario un oscuro callejón. La enigmática mujer que cigarrillo en la boca espera que un oficial africanista le solucione la vida aunque este casado, o el pícaro buscavida que espera que una buena mano en las cartas o el trapicheo ilegal le permita seguir subsistiendo. Albuzo, tras una larga temporada de inspección por aquellas tierras se encontró con un cambio de destino no solicitado. Su celo por comprobar la documentación de un jamelgo medio muerto y  subastado por el ejército, que no se correspondía con el “pura sangre” que rezaba en los papeles, le valió la intervención de uno de “arriba” ante sus superiores para facilitarle “un oportuno cambio de aires”, según le dijo su jefe al despedirle.

En estos pensamientos estaba el veterano policía Albuzo, al mismo tiempo que observaba el manejo del fichero de delincuentes de poca monta que consultaban sus compañeros Javier Fenech y José Suárez, cuando hizo acto de presencia en el portal de aquel pequeño habitáculo policial un ciudadano que se identificó como Juan Ríos de la Vega, soltero y empleado de este Ayuntamiento, de esta vecindad, con cédula personal (Cédula Identificación Personal, antecedente del DNI) de 8ª clase número 99, expedida en esta Ciudad en 12 de Junio de este año, manifestando que deseaba entregar copia de una declaración sobre la probada honestidad de un vecino de esta ciudad de Algeciras. Albuzo no entendía lo que estaba oyendo. 

La Plaza de España en Tetuán. La Plaza de España en Tetuán.

La Plaza de España en Tetuán.

Notando el empleado municipal la perplejidad de su oyente, dijo: “No sé si se ha materializado una denuncia contra el Inspector del Timbre del Estado en Algeciras, de ser así ó cuando vaya a serlo, deseo que conste lo siguiente: Que al tener ahora el declarante conocimiento de la cesantía de Don Agustín Porras –a la sazón y como se ha reseñado Inspector del Timbre del Estado-, y debido esta á motivos que según versiones contradicen lo que lleva expuesto, ha protestado y protesta de los fundamentos que según se dicen le aplican al desdoro de dicho Sr. creyendo sea vil calumnia y aunque no le une á él ninguna clase de relaciones de amistad, llevado de un espontáneo espíritu de justicia, declara que son inciertos los hechos que en la denuncia que se ha presentado contra el Inspector del Timbre, en razón de que no ha dado lugar, con falta de probidad á las acusaciones que se le hacen”. Continuando en su exposición: “Que habiendo sido en esta ciudad representante de la empresa contratista de corridas de toros, celebradas en los días de feria del año anterior (1901), y del presente según es costumbre el año pasado remitió á algunas autoridades, funcionarios, periodistas y amigos, billetes y localidades de invitaciones para los espectáculos; entre ellos se encontraba el Inspector de Timbre Don Agustín Porras, quién á poco dirigió al exponente un pliego cerrado que contenía las dos localidades que le remitiera, manifestándole en un volante, que no aceptaba la invitación puesto que por su cargo tenía entrada libre en el edificio para vigilar y comprobar el cumplimiento de lo dispuesto en la Ley. Esta manifestación disgustó al exponente previniéndole contra aquel á quién no conocía personalmente y considerándole en su fuero interno con calificación nada apreciable de que luego hubo de arrepentirse porque por actos posteriores ha observado que dicho Sr. ha cumplido fielmente con los deberes de su cargo obrando con estricta imparcialidad, sin causar entorpecimientos ni vejámenes á las empresas de los diferentes espectáculos que se han dado en esta localidad, haciendo que contribuyan algunos de los que han servido eludiendo el impuesto en perjuicio del Estado. Que en el año actual sin embargo de lo ocurrido en el anterior remitió al Sr. Porras billetes de invitación que tampoco aceptó para las corridas de toros en los días de feria, siendo mayor la admiración del declarante al saber por los dependientes del despacho, de haberse presentando aquel adquiriendo 4 localidades cuyo importe no querían admitirle, teniendo que hacerlo en virtud de la actitud enérgica en que el mismo se colocó, constándole que de igual manera se ha conducido con las demás empresas de estos y otras clases de espectáculos no admitiendo ninguna clase de agasajos que pudieran creerse servir para obtener del funcionario consideraciones en el cumplimiento de sus deberes”. 

El inspector, le respondió al declarante que no podía hacerse cargo de aquella copia de declaración, dado que nadie había interpuesto denuncia alguna contra aquel Inspector de Timbre. Respondiendo el empleado municipal que tenía conocimiento de que la tramitación había comenzado y que en breve se procedería -al parecer- a la detención del citado. Dada la fácil localización de quién pretendía dejar su opinión por escrito en contra de una supuesta injusticia, el funcionario policial le aconsejó se marchara con la declaración en mano y que pasaría a visitarlo en la Casa Consistorial si hubiese algún novedad sobre el asunto. 

Por un momento el inspector intentó recordar el siempre olvidado reglamento y sus competencias, por si entre aquellas había algún punto que se pudiera relacionar con lo escuchado, a saber: “1º.- Vigilar cuidadosamente á todas las personas acerca de las cuales se tengan ó se adquieran malos antecedentes. 2º.- Inspeccionar toda clase de casas ó establecimientos públicos como cafés, tabernas, casas de dormir, etc., á fin de que se cumplan los reglamentos, y para practicar las diligencias ó investigaciones propias de su cometido. 3º.- Practicar cuantas diligencias les sugiera su celo para que pueda obtenerse la captura de los delincuentes, de los reclamados por las Autoridades, de los que éstas les designen, y de los sorprendidos in fraganti delito, efectuado por sí ó sus subordinados las necesarias investigaciones. 4º.- Perseguir con asiduidad y sin consideraciones de ningún género, con arreglo á las ordenes de sus superiores, las casas de juego, siendo responsables si en el cumplimiento de este deber obrasen con negligencia ó falta de celo. 5º.- Comprobar la exactitud de los partes que deben dar diariamente los dueños encargados de las fondas, hoteles, posadas, casas de huéspedes, casas de dormir, etc., dando cuenta de las faltas, omisiones ó inexactitudes que observen”. Decididamente en estos primeros, no había encaje alguno posible.

(Continuará)

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