La historia silenciada del mercado de Algeciras sale a la luz con la visita de Alvar Haro, el nieto de Sánchez Arcas

El heredero del arquitecto denuncia los errores oficiales sobre la autoría del edificio y alerta del deterioro de la emblemática construcción que concibió su abuelo junto a Eduardo Torroja

"Sánchez Arcas es el proyectista y el autor del mercado de Algeciras, y Torroja el ingeniero"

Alvar Haro, en el mercado de Algeciras, y de fondo, difuminadas, las fotos de Manuel Sánchez Arcas (su abuelo) y Eduardo Torroja.
Alvar Haro, en el mercado de Algeciras, y de fondo, difuminadas, las fotos de Manuel Sánchez Arcas (su abuelo) y Eduardo Torroja. / Claudio Palma

Alvar Haro entra en el mercado de Algeciras con una bolsa de queso Payoyo y mojama en cada mano y la mirada clavada en la cúpula. No ha venido solo a comprar, sino a enfrentarse a la historia que la ciudad todavía no ha contado bien sobre su abuelo, el arquitecto Manuel Sánchez Arcas.

Es mediodía del 19 de noviembre y la plaza de abastos zumba con esa vida que solo conservan los mercados: voces que se entrecruzan, carros que se golpean, discusiones amables de precio y confianza, olor a mar mezclado con fruta fresca. En medio de ese bullicio, el nieto del arquitecto —el mismo que concibió, junto al ingeniero Eduardo Torroja, la cúpula prodigiosa de casi 45 metros que fue la mayor del mundo hasta 1965— se detiene y contempla, como quien espera que el hormigón responda.

La cúpula del mercado de Algeciras fue la mayor del mundo sin apoyos centrales hasta 1965

Haro ha viajado hasta Algeciras para la presentación del documental Ideología, acero y hormigón, producido por la asociación campogibraltareña Coste Cero, que rescata la figura del creador injustamente relegado. Pero también lo ha hecho para reencontrarse con “el gran cielo blanco”, como lo llamó Torroja, esa cubierta sin apoyos centrales que en 1935 dejó a los comerciantes paralizados de miedo durante semanas.

Y, sobre todo, ha venido para reclamar lo evidente: que se haga justicia con su abuelo.

“Es un sitio luminoso, con una energía especial”

Alvar Haro nació en París en 1964, hijo del escultor Juan Haro y de una de las hijas de Sánchez Arcas. Vive en Madrid desde 1967, estudió Bellas Artes, y ha hecho de la recuperación histórica de su antepasado un compromiso íntimo. Es, además, artista consagrado: hace apenas una semana estaba en la capital de Francia inaugurando su exposición A la recherche de Proust en el Colegio de España, donde permanecerá hasta comienzos de diciembre.

Alvar Haro nació en París en 1964, hijo del escultor Juan Haro y de una de las hijas de Sánchez Arcas, el arquitecto del mercado de Algeciras.
Alvar Haro nació en París en 1964, hijo del escultor Juan Haro y de una de las hijas de Sánchez Arcas, el arquitecto del mercado de Algeciras. / Claudio Palma

Esta es la segunda vez que pisa Algeciras. La primera fue en 1989, cuando hacía la mili en Morón y se escapó con un permiso para ver “al fin” la obra familiar. Hoy, casi cuarenta años después, recorre la nave como quien entra en un templo doméstico. “Noto que es un espacio muy luminoso y con una energía especial. No sé hasta qué punto los que están aquí dentro son conscientes, pero deben de notar que es un espacio único”, comenta, mientras la luz cae por el lucernario central dibujando un círculo sobre los puestos de pescado.

La cubierta —esa membrana de hormigón que parece la vela de un barco tensada— guarda las huellas de los dos creadores: Torroja y Sánchez Arcas, que trabajaron “codo con codo, sobre la misma mesa de planos y cálculos”, imagina Haro. Y puntualiza algo trascendental: “La idea de darle una apariencia textil, de vela, es de mi abuelo. Torroja aportó las innovaciones técnicas del acero y el hormigón; mi abuelo concebía el espacio”.

Miedos de 1935 y tensores que abrazan como un barril

El mercado fue un desafío revolucionario. Los comerciantes del 35 desconfiaban del milagro tecnológico: una cúpula de 44,10 metros sin columnas. El vértigo fue tal que dos semanas después de inaugurarse nadie se atrevía a entrar. Temían que aquello cayera como un sombrero. Para convencerlos, hubo que cargar la cubierta con sacos terreros. Solo cuando la estructura ni se inmutó, entraron.

El mercado, terminado en 1935, dejó sin respiración a los comerciantes durante dos semanas por miedo a que la cúpula cayera

La innovación decisiva fueron los cables de acero y tensores que rodean el edificio, sujetándolo como si fuera “un tonel de vino”. Torroja había tenido un aviso serio: su primera maqueta, a escala 1:10, se vino abajo. A partir de ese momento duplicó los redondos de acero, de seis a doce, que abrazan los pilares. Esa extrema ligereza perseguía un concepto común a ambos creadores: la arquitectura como tejido tensado.

También hay detalles fascinantes: la visera exterior de apenas 9 centímetros, que parece un toldo suspendido en el aire; o el óculo central, cuya rejilla triangular —según Haro— fue finalmente diseñada por su abuelo tras descartarse un primer diseño de Torroja.

La famosa rejilla del óculo central del mercado de Algeciras.
La famosa rejilla del óculo central del mercado de Algeciras. / Claudio Palma

Una belleza intacta con heridas profundas

A medida que avanza la visita, Haro habla de su abuelo como quien reconstruye una leyenda familiar hecha de retazos y silencios.

Sabe todo por sus tíos: el bloque de viviendas moscovita en el que la familia fue alojada en 1939, recién escapados de España; los compatriotas en el exilio; el trabajo desactivando bombas incendiarias lanzadas por la Luftwaffe desde 1941; la mudanza a Varsovia, donde Sánchez Arcas actuó como embajador de la República en el exilio; su papel en la reconstrucción de Polonia; y las emisiones en Radio Pirenaica desde Baskiria, a los pies de los montes Urales.

“Era un sitio con 50 grados bajo cero”, recuerda Haro. “Mi abuelo se levantaba a las cuatro o cinco de la mañana para hablar en Radio Pirenaica. Y una vez lo encontraron tirado en la nieve, casi muerto por el frío y el hambre. La poca ración que tenía se la daba a sus hijas”.

Intentó volver a España al final de los 60. “Lo solicitó a través de la Embajada en Alemania Oriental, pero se lo denegaron”, cuenta su nieto junto a la puerta Sacramento. “Dos años después, con mediación, le dijeron que podía volver porque no tenía delitos de sangre. Pero ya era demasiado tarde. Ya no tenía salud”. Nunca regresó.

Mientras camina bajo la cúpula, Haro señala lo que necesita el edificio. “Habría que vaciarlo por dentro y rehacerlo: pintar, cambiar los suelos, instalar nuevos puestos homogéneos, mejorar la iluminación”. Propone un modelo mixto: mercado tradicional y gastronómico, con barras, con vida también por las tardes. “Es cuestión de voluntad política”, resume. “El edificio necesita una intervención integral”.

La cubierta, además, pide auxilio desde hace décadas. Hasta bien entrados los 60, era habitual usar arena de playa para hacer el hormigón en zonas de costa. Mala idea. La sal corroe el hierro interior. Y eso se infla y hace que se desconche. Eso no se ha cambiado nunca. Solo ha habido parches desde su inauguración.

Un comerciante del mercado cuenta a Haro que, la víspera de su llegada, el Consistorio de Algeciras cambió la placa sobre su abuelo.
Un comerciante del mercado cuenta a Haro que, la víspera de su llegada, el Consistorio de Algeciras cambió la placa sobre su abuelo. / Claudio Palma

La placa que no repara

Lo que ocurrió con la placa conmemorativa roza lo surrealista. El pasado 1 de septiembre, el Ayuntamiento de Algeciras inauguró una plancha de metacrilato que pretendía “rescatar del silencio” a Sánchez Arcas. Pero el texto perpetuaba el error histórico: “… proyectado por el ingeniero Eduardo Torroja Miret, dirigiendo las obras el arquitecto Manuel Sánchez Arcas”. Como si el arquitecto hubiera sido un capataz obediente y no el creador del proyecto.

Aquel mismo día, Haro escribió a Europa Sur: “Ruego, e incluso conmino, a que se subsane este error y se sustituya la placa por otra que deje claras las funciones de cada cual: primero Sánchez Arcas, proyectista; después Torroja, ingeniero”.

Primera placa colocada por el Ayuntamiento de Algeciras, el pasado 1 de septiembre en el mercado, donde se identificaba a Sánchez Arcas como mero director de las obras y no como coautor.
Primera placa colocada por el Ayuntamiento de Algeciras, el pasado 1 de septiembre en el mercado, donde se identificaba a Sánchez Arcas como mero director de las obras y no como coautor. / Claudio Palma

Pues bien: un carnicero le ha contado que la víspera de su llegada, la tarde del 18 de noviembre, el Consistorio cambió la placa sin anuncio alguno. Pero la nueva tampoco acierta.

“¿Construido?”, se pregunta Haro, señalando el texto:Este mercado de abastos de Algeciras fue construido en 1933 por el ingeniero Eduardo Torroja Miret y el arquitecto Manuel Sánchez Arcas”. “Parece que lo hubieran levantado ladrillo a ladrillo ellos mismos”, ironiza. Y añade: “Tampoco han cambiado el nombre del mercado en el exterior, ni en las webs oficiales”.

La segunda placa puesta por el Consistorio algecireño, el 18 de noviembre, según la cual Torroja y Sánchez Arcas "construyeron" el mercado.
La segunda placa puesta por el Consistorio algecireño, el 18 de noviembre, según la cual Torroja y Sánchez Arcas "construyeron" el mercado. / E.S.

No se sabe con certeza quién propuso a Sánchez Arcas para el proyecto. Puede que fuera el pintor algecireño Ramón Puyol, militante comunista y afincado en Madrid; o quizá algún contacto derivado de su pabellón de Castilla la Vieja en la Exposición de Sevilla de 1929.

Lo que sí se sabe es que, para cuando le encargaron el mercado, Sánchez Arcas era uno de los arquitectos más brillantes de su tiempo. “Llegó a ser el mejor de su generación en Madrid”, afirma Haro. Había viajado a Estados Unidos y Holanda, estudiado el racionalismo neerlandés, bebido de la Bauhaus. Todo eso está en la cúpula algecireña.

La memoria rusa

El recorrido termina con una mirada al presente artístico de Haro. El poeta y crítico Juan Manuel Bonet definió su obra como un tejido de memorias en el que asoman Rusia y Polonia, aunque él jamás haya pisado aquellas tierras donde vivió su familia durante décadas.

En uno de sus cuadros, Vania ya no vive aquí, aparece “un bosque azul eslavo, inquietante, poblado por sombras de otro tiempo”: un bolchevique que dispara, un mujik que recoge leña, una estatua rota de Lenin, botas, el carrito del Potemkin, y unas ánsares que huyen. Todo envuelto en cerezas chejovianas y en ecos de Le temps des cerises.

Es, quizás, el mismo impulso de esta visita: atar el hilo de la memoria antes de que se pierda.

Alvar Haro se despide del mercado algecireño observando otra vez la cúpula.
Alvar Haro se despide del mercado algecireño observando otra vez la cúpula. / Claudio Palma

La luz cae sobre la plaza de abastos y el nieto vuelve a mirar hacia arriba. Alvar Haro se despide del mercado algecireño observando otra vez la cúpula. La luz atraviesa el óculo, ilumina un edificio que fue un prodigio de modernidad, una pieza clave del racionalismo español, un refugio popular sostenido por un ingeniero genial y un arquitecto exiliado cuya historia aún reclama ser contada.

Esa historia empieza a recuperarse ahora. Pero aún falta nombrar. Falta, simplemente, decir la verdad.

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