David Galván se hizo estatua y memoria de Miguelín en Algeciras
Tarde de calor y clarividencia en Algeciras, donde el torero de la tierra firmó su mejor faena en Las Palomas: tres orejas, una espaldina y un brindis a Rocío, la viuda del maestro
Talavante se quita del cartel de Algeciras y entra Emilio de Justo en una carambola taurina
La plaza de toros de Algeciras despertó exactamente a las ocho y media de la tarde. No antes. Llevaba una hora viva —la corrida había empezado a las siete y media— pero no despierta. Antes, imperaron el calor, el sopor, ese murmullo plano que arrastra el tedio cuando ni la piedra da sombra. Pero entonces salió al ruedo David Galván, y con él, algo parecido a la claridad.
Salió con la goma de borrar. Así toreó con el capote: como quien elimina lo accesorio. Se plantó con el compás abierto, el gesto decidido y la intención firme de cambiar el signo de la tarde. Y lo hizo. Se llevó al toro a los medios como quien abre un balcón. Y ahí empezó el aire.
El puyazo fue excesivo —duro, seco, casi un castigo más que una medida—, pero el de Fuente Ymbro respondió con nobleza y alegría. Era un toro encastado. Lo que vino después fue otro tipo de clase: la de Galván, que recuperó el quite de Miguel Mateo Miguelín, el torero mayor de esta tierra. El de la espaldina. Esa locura que consiste en dar la espalda al toro, citarlo con la figura tensa y esperar a que llegue al territorio íntimo del riesgo. Solo entonces —cuando el animal está a punto de rebañar— el torero mueve el capote en un zigzag que corta la respiración del público. Así lo hizo Galván: de espaldas al toro, de cara al tiempo.
Fue un homenaje. Un guiño técnico y sentimental. En la puerta principal de la plaza de Las Palomas hay una estatua de Miguelín en plena espaldina. Galván se hizo estatua durante un instante, y también se hizo memoria. Pero no nostalgia: fue un recuerdo en tiempo presente.
El tributo no acabó ahí. Brindó la faena a Rocío, la viuda de Miguelín. Lo hizo con ese gesto íntimo que no necesita palabras, y luego se fue al toro. La faena fue un tejido de remates por bajo, cambios de mano con temple, y una forma muy suya de improvisar sin salirse de la línea. Condujo las embestidas con largura y con música. De fondo, el jaleo: “¡El rabo, el rabo!”, gritó una niña en el tendido. Pero en la acústica del cemento caliente, sonó a “¡el helado, el helado!”, y ambas cosas eran verdad. El toreo pide una recompensa dulce.
Mató más allá del tercio con eficacia. Cayó el toro. La presidencia fue justa: dos pañuelos blancos (dos orejas para Galván) y el azul (vuelta al ruedo para el toro, llamado Jalado, negro listón de 515 kilos). “¡Que saque toda la mantelería el muchacho!”, gritó uno en el 7. El terno de grosella y oro de Galván, el mismo con el que se ha curtido aquí, en esta plaza que lo ha visto sudar tinta, brilló con la luz de las tardes bien ganadas. Como le ocurrió, también aquí, a Miguelín.
El sexto fue más soso. Otro toro noble, pero de motor lento. Galván, ya con el pulso caliente y el corazón arriba, lo entendió pronto. Aportó la chispa que le faltaba al animal. Puso más que lo que ofrecía el toro. Y cortó otra oreja. Salió a hombros con tres en su esportón, llevado en volandas por los suyos, por los que lo conocen desde que era casi un niño.
Miguel Ángel Perera, de verde esperanza y oro, no tuvo la misma suerte. Ni con el lote ni con el tendido. Lleva más de veinte años de alternativa, pero su toreo —una mezcla de conocimiento técnico y valor macerado— ya no cala. Como si toreara de salón. Ni conmueve ni convulsiona. Toreó bien, eso sí. Pero bien sin eco. Y el eco es todo.
El público respondió con respeto, más por cortesía que por entusiasmo. Las figuras ya no llenan plazas. Salvo Morante y Roca Rey, el resto parece torear por inercia, temporada tras temporada, sin romper nada por dentro ni por fuera. Una paradoja cruel: cortar orejas y no interesar.
Lo más celebrado de Perera fue el buen hacer de su banderillero, Daniel Duarte, que es de la tierra y puso dos pares muy toreros, además de cerrar el toro a una mano. Fue ovacionado. Perera, por su parte, se enfrentó a dos toros nobles de Fuente Ymbro, a los que toreó como quien repite un tratado aprendido de memoria. Cortó una oreja en el primero y saludó una ovación en el segundo tras aviso. Correcto, pero sin alma.
Daniel Luque, por su parte, pasó de puntillas hasta que el quinto, llamado Comisario, lo obligó a espabilar. Era un toro encastado, de los que aprietan, pero también regalan. Pegó una arrancada al burladero que dejó vendidos a los peones. Luque, entonces, se rehizo. Pegó varios muletazos desmayados, largos, bien hilados, lo mejor de su tarde. Lo demás, plano. Desganado. Otro al que el calor y la falta de chispa le pesaron más que el oro del traje. Cortó una oreja, también generosa.
Un tercio de entrada en Las Palomas (unas 4.000 personas), que aguantaron estoicamente el calor de un día pesado, que no se fue ni al acabar la corrida: la piedra del tendido seguía ardiendo pasadas las diez de la noche. Afuera, los mozos repartían folletos con los carteles de La Línea, donde Morante sí está anunciado. Allí, la taquilla va más alegre.
En el tendido, entre los aficionados de siempre, destacaba Lola, una joven estudiante de Bachillerato del colegio Los Pinos. Sueña con ser torero. De momento, la ayuda el maestro Paco Ruiz Miguel. “Estoy aprendiendo”, decía, rodeada de sus padres. Como Galván hace unos años. Como todos los que, una tarde, deciden torear con la goma de borrar.
Ficha del festejo
Segundo festejo de la Feria Real de Algeciras 2025. Un tercio de entrada en tarde calurosa. Toros de Fuente Ymbro, bien presentados, encastados y nobles. Ovacionados en el arrastre el primero y el quinto; premiado con la vuelta al ruedo, el tercero. Miguel Ángel Perera, de verde esperanza y oro, oreja y ovación tras aviso; Daniel Luque, de tabaco y oro, ovación y oreja; David Galván, de grosella y oro, dos orejas y oreja. Ovacionado en banderillas Daniel Duarte y Juan Carlos Rey puso un par de mucho riesgo.
Temas relacionados
No hay comentarios