Historias de Algeciras

La casa del piano (y II)

  • Victoria Navarrete y Francisco España asistirían, desde su magnífica residencia con salida directa a la Plaza de la Constitución y teniendo como guardián a la torre del campanario de la Palma, al desarrollo de la ciudad

A la izquierda de la torre, la casa anterior a la de Millán Bozzino (Siglo XIX).

A la izquierda de la torre, la casa anterior a la de Millán Bozzino (Siglo XIX).

Una vez contraído matrimonio, la joven pareja estableció su nuevo hogar en la casa levantada en aquel último cuarto de siglo, frente a la Iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Palma, haciendo esquina con la calle Jerez y San Pedro, sobre unos terrenos que con anterioridad fueron propiedad de Diego Marín y enlazando con el siglo XVIII, el antiguo propietario Juan de Lucas.

Aquella nueva vivienda que albergaría a la familia compuesta por los herederos del patrimonio de la zaga de los España y Navarrete, gozando de un patio interior, se distribuía hacia el sur, hasta alcanzar la esquina con el Callejón de las Viudas (Tte. García de la Torre), por donde tenía entrada el servicio a través de un corredor que enlazaba con la parte noble baja del edificio. Por la calle Jerez o Palma (hoy Ventura Morón), existía otra entrada que enlazaba con una escalera de servicio facilitando el acceso a la cocina y demás dependencias de segundo orden. La entrada principal de cara a la Plaza Alta y bajo el cierro de cristal, recibía al visitante con la esplendorosa escalera que conducía a las habitaciones privadas, dejando a su lado izquierdo salas, despacho y magnífica biblioteca, todo ello coronado por un estucado arabesco elaborado sobre la escalera central en el piso superior y que era objeto de constante admiración por la ciudadanía desde el exterior, cuando la puerta principal se abría a la Plaza de la Constitución. Técnicamente su línea arquitectónica sería definida como: “Eclecticismo historicista, con cierros de esquina con filigranas recalcados de huecos con cuadros de molduras y guirnaldas, cornisas y repisas de balcones sobre canes labrados y antepechos de huecos de planta baja con motivos florales calados”. 

Poco tiempo después, el nuevo matrimonio domiciliado en el número 3 de la calle de San Pedro, esquina calle Jerez o Plaza de la Constitución, fue victima indirecta de la guerra hispano-norteamericana de 1898. La amenaza yanqui de desembarco -con ayuda británica- en suelo peninsular, expresada por el ejecutivo de la Casa Blanca y respaldada mediante un plan elaborado por un alto mando del almirantazgo inglés para la ocupación del Campo de Gibraltar (Tapia Ledesma, M. Historias de Algeciras V. Ed. Imagenta 2019), motivaron la expropiación con carácter de urgencia por el Ramo de la Guerra de gran parte de los terrenos que ambas familias poseían en el sur del término municipal de nuestra ciudad. Aquellas tierras albergarían, según los planes elaborados de defensa por el Ejército español, las baterías de costa con las que defender la soberanía del Campo de Gibraltar.

Afortunadamente y debido a la presión diplomática ejercida por las naciones europeas, la citada amenaza no se produjo. Mientras en París se firmaba una vergonzosa derrota poniendo fin al Imperio español, para el matrimonio algecireño propietario de aquellos terrenos -victima del conflicto de Ultramar-, comenzaba su particular guerra contra la burocracia española.

Al fondo a la ziquierda a los pies de la torre la casa de Francisco España. Al fondo a la ziquierda a los pies de la torre la casa de Francisco España.

Al fondo a la ziquierda a los pies de la torre la casa de Francisco España.

Con la licencia marital preceptiva, Victoria Navarrete comenzó un procedimiento administrativo para devolver al seno familiar el patrimonio perdido. Pues si bien la expropiación urgente de los terrenos por “estado de necesidad” gozó de un rápido expediente, casi inexistente de plazos y estudio de justa contemplación de resarcimientos  no ocurrió lo propio cuando la circunstancia de “urgencia” desapareció del procedimiento compensatorio. Se haría justicia, sin duda pero dentro del contexto de “las cosas de palacio...”. Sea como fuere y pasado el tiempo, la esposa de Francisco España Rojas se vio obligada a actuar directamente frente a la administración central, y frente a sus oficinas en la capital del reino. Afortunadamente al ser familia con “posibles”, la economía para afrontar un largo procedimiento no sería un obstáculo insalvable. Personas conocidas y reconocidas dentro y fuera de Algeciras, confiaron la misión a quién gozaba de la amistad del matrimonio, el periodista y vecino de Madrid Joaquín Sánchez Conejo, hombre muy bien relacionado con los entresijos del poder, lo cual haría más fácil y menos farragoso alcanzar la justicia pretendida, aunque fuera “a la española”. Fundamentando Sánchez Conejo su memorándum presentado ante las ventanillas del ministerio, sobre la base peticionaria de resarcimiento por el desposeimiento de: “Terrenos en los sitios nombrados Cortijo de Torres, Cortijo del Guijo, Cortijo de Huerta y Dehesa de la Punta, del termino municipal de esta Ciudad que pertenecían á los otorgantes y que les fueron expropiados por el Ramo de Guerra en el año 1898 para construcción en los mismos de una carretera y colocación de baterías...".

Sea como fuere y aplicando el dicho de que “hay que tener amigos hasta en el infierno”, sumado al que expresa “quién tiene padrino se bautiza”, con el añadido de “sobre todo si eres español”, la justicia caería por su propio peso en lo particular; mientras que para el interés general, Algeciras gozaría desde entonces de unas infraestructuras -carretera al Faro y enlace de los Yanquis- que de no ser por el conflicto y posterior expropiación de aquellos particulares terrenos difícilmente se hubiesen construido.

Mientras la propietaria del número 3 de la calle San Pedro y a través de su representante lidiaba con la dura, parsimoniosa y decimonónica administración española, su marido, siguiendo los paso de quién fuera su progenitor, heredaba el lugar que este le había dejado dentro del contexto social de aquella Algeciras de comienzos del siglo XX.

Francisco España Rojas, desde su magnífica residencia con salida directa a la Plaza de la Constitución y teniendo como guardián a la torre del campanario de la Palma, se convirtió en testigo y protagonista en el desarrollo de la ciudad. Participando mediante importantes préstamos, con sus pingües intereses, en los negocios de los industriales  corcheros como, entre otros, Narciso Soler Gallart. Quién venido desde las lejanas tierras catalanas del municipio de Palafrugell (Gerona), pretendía hacerse con el descorche y posterior recogida de las majadas denominadas: Potrica, Goleta y Lora, pertenecientes al municipio de Jimena de la Frontera. Aquellos beneficios le permitían a España Rojas adquirir nuevas propiedades como la viña situada en la Dehesa de la Punta, nombrada “Manent”, siendo su anterior propietario Carlos Manent Calonge. Gran aficionado al arte de la tauromaquia, tuvo un destacado papel en la junta directiva de la Sociedad Arrendataria de la Plaza de Toros de Algeciras La Perseverancia, junto a su gran amigo Emilio Santacana, como lo demuestra el siguiente documento: “Procedimiento de subasta del arrendamiento de la Plaza de Toros de esta población que había sido anunciada por la Sociedad propietaria previamente por los Señores Don Rafael Oncala Amaya [...], del comercio y de esta vecindad [...], Don Emilio Santacana y Mensayas […], propietario y de esta vecindad [...], Don Francisco España Rojas […], propietario y de esta vecindad [...], los que concurren en su calidad de Presidente, Tesorero y Vocal, respectivamente de la Junta Directiva de dicha Sociedad...”.

Hombre de negocios, participó en cuantas subastas pudiera agrandar su ya  importante patrimonio: “Adjudicada á Francisco España Rojas por las 2.737'78 pesetas ofrecidas como mejor postor, la suerte de tierra que nombran Cerro del Lazareto, de cabida 18 fanegas de tierras en la Dehesa de la Punta, propiedad de Francisco Alegre Jurado, Ysabel Yedra Salvo y Ana Alegre subastada por impago de impuestos”. En el expediente de subasta consultado se observa como curiosidad que lindando con la propiedad adquirida -y tal vez por ese mismo motivo-, se encontraba una de las suertes de tierras de su esposa  heredada de su difunto padre Julián Navarrete, situada en aquel lejano paraje de los montes de la ensenada de Getares. Otras de las suertes adquiridas por el vecino de la casa número 3 de la calle San Pedro, fue la situada en el sitio del “Calafate”, también en la Dehesa de la Punta, y que fue propiedad de Josefa Baglietto Dotto, importante señora de la burguesía local algecireña, casada con el industrial Leonardo Ferrero Romero.

Su desahogada posición económica, le permitía ofrecer facilidades para que otros destacados miembros de la sociedad algecireña pudieran hacer sus negocios respectivos, tal y como aconteció con Antonio Roca, quién recibió de Francisco España Rojas, la nada despreciable cantidad de 27.000 pesetas, para hacer frente a la compra de los muebles y parte del negocio del Hotel La Marina: “Por quién fuera su propietaria Dña. Teresa Morilla Salinas […], enajena a don Manuel Roca Gutiérrez, esposo de su hermana Adelaida el mobiliario y su parte del negocio...”.

Su reconocida posición social dentro del contexto aristocrático local, le sirvió de sobrado aval para alcanzar la presidencia de la Sociedad Casino de Algeciras pocos años después. Comenzando bajo su dirección una época de esplendor dentro de tan exclusiva  institución privada algecireña.

Gran parte de los terrenos que la familia poseía fueron expropiados por Defensa ante la amenaza yanqui de desembarco

Mientras las vidas de sus propietarios seguía su curso, la bella casa de la calle de San Pedro esquina Plaza de la Constitución, aquella de estilo “ecléctico historicista propio del XIX” había cambiado de número, pasando por reordenamiento municipal del 3 al 2 (el número 1 de la calle lo ostentaba el domicilio del industrial Miguel Utor Rodríguez). Su privilegiada posición en el centro del corazón mismo de la ciudad le hacía participe de cuanto en Algeciras sucediera, ya fueran actos cívicos, religiosos o castrenses, entre otros. Sus muros se embriagaban semanalmente con las notas de la banda de música del Regimiento de Talavera que hacía las delicias de los viandantes, principalmente los sábados por la mañana, interpretando rítmicas marchas y alegres pasodobles, así como alguna que otra pieza de las populares zarzuelas. También vivió trágicos momentos viéndose la integridad de la casa en peligro cuando:  “En un corto espacio de tiempo, el humo comenzó a salir en gran cantidad de la vivienda número 12 de la Plaza de la Constitución haciendo esquina con la calle San Pedro. Los primeros que se vieron sorprendidos por el rápido incendio fueron los clientes y empleados del restaurante y bodega situada en el bajo del edificio denominado Cordobés, regentado por el vecino de Algeciras don Melchor Ruiz León” (Tapia Ledesma M. El incendio de la Plaza Alta. Europa Sur 17 de febrero de 2019).

Al mismo tiempo que estos hechos se sucedían alrededor de la vivienda número 2 de la calle San Pedro, hogar de la familia España-Navarrete, un joven gibraltareño había llegado poco antes de finalizar el siglo XIX hasta nuestra ciudad. Su objetivo, hacer negocio e invertir parte de sus ahorros aprovechando las inmejorables condiciones del  precio de las viviendas en este lado de la bahía. Tras contactar con el representante en Algeciras de la vecina de Madrid Asunción Arribas Jover (propietaria junto a los hermanos María y José Ottone Solessi de la primera finca que adquirió la Sociedad Casino de Algeciras en la Plaza de la Constitución o Alta), procedió a comprarle una finca de su propiedad situada en el número 22 de la calle Alameda, junto al huerto de los socios Furest y Plá, su nombre José Bozzino Sarmiento, corría el año de 1896, y en un futuro, este apellido: Bozzino y “nuestra casa del piano” se encontrarían en el devenir del tiempo. Pero esa es otra historia.

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