Algeciras

La casa del piano (I)

  • Victoria Navarrete Morales y Francisco España Rojas unen sus vidas y los patrimonios de dos familias de emprendedores de aquella Algeciras de finales del XIX en crecimiento

Caserío de la familia Navarrete en la dehesa de Las Abiertas en la actualidad.

Caserío de la familia Navarrete en la dehesa de Las Abiertas en la actualidad.

Para los algecireños de mi generación, el destino nos tenía reservado un regalo que ni los más viejos del lugar pudieron disfrutar, como fue –y mientras se construía el edificio Plaza-, el gozar durante unos meses de la contemplación directa de la bahía desde la misma Plaza Alta.

Aquellas veraniegas noches de los setenta en la que los jóvenes nos sentábamos en los octogonales bancos del corazón de Algeciras, mientras el país vivía un difícil periodo político de transición entre dos regímenes. A veces, nuestras conversaciones se veían amenizadas por las notas de un piano que aprovechando la apertura de las cristaleras del segundo piso, se escapaban para el deleite de los que “al fresco” pasábamos el rato.

Nuestras jóvenes miradas -exentas de la profundidad que da la vida-, se dirigían hacía aquel cierre acristalado, adornado con el familiar anuncio de letras de plata y fondo negro: Gabinete Radiológico. José Mª Millán Bozzino Radioterapia. Radónterapia. Ondacorta. Ultrasonidos. Ultravioletas. Infrarrojos. Corrientes Galvánicas, Farádicas y Exponenciales.

Al mismo tiempo que buscábamos el origen de la magnífica y gratuita interpretación de la que -de vez en cuando-, éramos improvisados oyentes, nos preguntábamos quién o quienes habitaban aquella gran vivienda que para nosotros era tan familiar, y que terminamos por bautizarla como: La casa del piano.

Décadas más tarde en un gesto muy poco dado -desgraciadamente- en nuestra ciudad el destino ha querido salvar de la piqueta a nuestra casa del piano, cuyo origen constructivo bien se puede deducir por las características de uno de los elementos que más personalidad le dan a la misma, como es su elegante escalera interior. Escalera que en no pocas ocasiones, cuando la puerta principal de la vivienda que abre a la Plaza Alta nos permitía ver su oculta y preciosa decoración interna, se presentaba ante los ojos de los que la admirábamos, como hermana casi gemela de la existente en la Casa Consistorial o la también construida en el Hotel Anglo Hispano, por lo que la época de edificación de la vistosa vivienda bien se puede datar como coetáneas de las anteriores.

Pero si los edificios que dan personalidad a un entorno o a una población -como es el caso- son importantes, no pueden quedar en un segundo plano el carácter y las figuras de las personas que los levantaron.

Durante la segunda parte del siglo XIX, la Plaza Alta vería como alrededor de su perímetro, y teniendo como referente la Iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Palma, se va haciendo visible -a través de la compra y posterior construcción de las viviendas-, la pequeña burguesía local. Aquella clase acomodada de la época, que a través de sus actividades mercantiles hacía posible el engrandecimiento de nuestra ciudad, necesitaba hacerse presente a través de la notoriedad de las fincas que ocupaban. Igual fenómeno social se dio en otros lugares de España, como fue en la industrial Barcelona, o en la norteafricana Melilla, en ambas, las clases pudientes de sus respectivos censos optaron por el estilo modernista como sello de distinción para embellecer sus fachadas. En el norte del país, con el mismo fundamento social, los ricos emigrantes o indianos, regresados con los bolsillos llenos de plata, optaban por un estilo más colonial que les recordara -dentro de su terruño- las fincas que habitaron durante sus duros años en las Américas, haciendo florecer un paisaje pseudotropical en unas latitudes impropias para palmerales o plataneras.

Y detrás de nuestra “casa del piano”, sita en la esquina de las calles San Pedro (Rit) y Jerez (antes Palma y actualmente Ventura Morón) ¿qué espíritus la hicieron posible creando tanta belleza en el centro de Algeciras?

Muchos años atrás, un joven emprendedor llamado Julián Navarrete (hermano de Manuel Navarrete, líder del partido conservador, alcanzó la Alcaldía en tres ocasiones 1879, 1885 y por último 1886), se enamoró de una joven perteneciente a la burguesía algecireña cuando la segunda parte del siglo XIX aún no había comenzado; ella, de aristocrático nombre: Brígida Morales, se convirtió en el apoyo de su esposo desde que recibieran el sacramento matrimonial, en la dura batalla de progresar socialmente a través del camino de los negocios en una zona con amplias perspectivas de futuro como era el Campo de Gibraltar, y dentro de una España paralizada por las continuas guerras civiles entre Carlistas e Isabelinos y posteriores pronunciamientos y asonadas. Aquí, en esta zona se movía el dinero, su condición fronteriza, su naturaleza geográfica y la favorable economía gibraltareña generaban el fenómeno desde el pasado siglo XVIII, solo había que abrir los ojos y aprovechar la oportunidad, y el joven matrimonio compuesto por Julián y Brígida lo hicieron.

Con el pasar de los años, la familia compuesta por el empresario y su joven esposa había aumentado al dar a luz Brígida Morales a su hija, y a la cual le puso por nombre Victoria, quizá aludiendo el resultado de la gran lucha que ambos progenitores habían sostenido tiempo atrás para asegurarle a la recién llegada un prometedor futuro en la siempre difícil y competitiva sociedad española; cuyas claves de comportamiento e idiosincrasia, tenía su reflejo en la burguesía algecireña, teniendo su máxima expresión en la aristocracia que la dominaba. Como expresaba una frase de la época: “Mientras los pobres se sientan por igual alrededor de una mesa, los ricos toman asiento según su posición social”. Y los progenitores de aquella niña tenían claro donde no querían tomar asiento.

Algibe y abrevadero de los Navarrete en el sitio de Las Abiertas. Algibe y abrevadero de los Navarrete en el sitio de Las Abiertas.

Algibe y abrevadero de los Navarrete en el sitio de Las Abiertas.

Para cuando Victoria Navarrete Morales había entrado en la adolescencia, sus padres eran dueños de un rico patrimonio, destacando entre sus propiedades las tierras situadas en Dehesa de Ceuta (en la encrucijada de Los Pastores-Saladillo y Yesera), suerte en la Dehesa de la Punta (montes de Getares), Dehesa de Punta Carnero, anexa a las propiedades de Ignacio Huguet Mensayas, y quizá la propiedad más valorada por su dueño -tanto así que la bautizó con su apellido-, el llamado Cortijo de Navarrete, situado en la Dehesa de Las Abiertas, al sur de la ciudad, colindando con el término municipal de Tarifa.

Julián Navarrete se había convertido en un prohombre de la Algeciras de finales del XIX. Poco tiempo después, la dura lucha por la vida pasó factura al prócer algecireño, cuando aún no había alcanzado una edad muy madura para su época. Julián Navarrete dejó huérfana a su hija Victoria y viuda a la que fuera su fiel esposa y leal compañera Brígida Morales. A partir de aquellos momentos esta última tuvo que hacer frente en soledad al mantenimiento del patrimonio de la familia. Afortunadamente, los años junto a su marido y el conocimiento en los negocios adquirido durante estos le facilitó la labor. Para entonces Victoria Navarrete, se había convertido en una joven casadera, que siguiendo los cánones de la época entre las familias aristocráticas, debía no solo acertar en la elección del marido, sino también procurar que esta coincidiese en la figura de quién enriqueciera el legado recibido. Tras unos años de gestionar el patrimonio familiar en soledad, su madre, la luchadora Brígida Morales, no solo supo conservar intacto el mismo sino que supo sumar al importante legado nuevos terrenos, como los situados en el término municipal de Los Barrios y sitio conocido como La Parrilla.

A poco de comenzar el siglo, se presenta una nueva oportunidad para incrementar la fortuna familiar sin desprenderse de parte del patrimonio heredado. Y esto surge cuando el Cuerpo de Carabineros, para un mejor control del litoral entre Algeciras y Tarifa, decidió adquirir los terrenos de esta familia, ubicados al sur del término municipal algecireño según la Circular generada por la Administración del Estado, y que habilitaba al Teniente Coronel de Carabineros, jefe de esta comandancia Agustín Villar y Llinas, para: “La compra de un pedazo de terreno correspondiente a la finca situada en la Dehesa de la Punta y sitio de Las Abiertas propiedad de Doña Brígida Morales Estefano, viuda de Don Julián Navarrete […], para edificar y ampliar la caseta del citado cuerpo de Carabineros que existe en el sitio nombrado Marcha Descalzos, en la Cañada del Peral por ser insuficiente para el alojamiento de las fuerzas de dicho Instituto”. Prosiguiendo el texto consultado: “Dando cuenta al Jefe de Yngenieros de esta plaza y después de oírle y puesta de acuerdo con el mismo en cumplimiento á lo manifestado por la Dirección General ha convenido en la compra del siguiente pedazo de terreno de 500 m2 en la Dehesa de la Punta, sitio denominado Marcha Descalzos y en la Cañada del Peral, puesto donde se encuentra una caseta perteneciente al Cuerpo de Carabineros, constituyendo un rectángulo de 19'20 m de base, por 15 m de lado, cuya superficie es de 288 m2, que con 212 m2 más para formar un muro de circunvalación, forman los 500 m2 que se compone el terreno. Linda por el Sur con dicha caseta de Carabineros, Norte, Poniente y Levante con la finca que se segrega en la que esta enclavado […], la venta se hace al precio de 75 céntimos el m2 por lo que los 500 m2 que se compone dicho pedazo hace la suma de 375 pesetas”.

Aquella vivienda tenía una escalera similar a la del Anglo Hispano o la CasaConsitorial

Al mismo tiempo que estos hechos se desarrollaban en el seno de los negocios de la familia Navarrete-Morales, otro importante clan de la burguesía local encabezado por Francisco Rojas Pardo, también incrementaba su patrimonio y con ello su posición social en Algeciras. Siguiendo -como era de obligado cumplimiento- los cánones reseñados anteriormente y por los cuales se conducía el proceder de la aristocracia española de la época. Rojas Pardo, era propietario, entre otras, de una suerte de tierra junto al Cortijo denominado El Tesorillo en la Dehesa del Novillero, una huerta denominada Vega de las Cuevas, cercana al sitio de Las Pasadera”, junto al río de la Miel y línea férrea de Bobadilla-Algeciras; u otra suerte de tierras en la llamada Dehesa de Ceuta, cercana a la Vereda del Rodeo; siendo la propiedad más importante de esta familia, el conocido Cortijo de Ceuta que contaba con una superficie de 130 fanegas, junto a la vereda a la Dehesa de la Punta (hoy carretera al Faro), y que en un gran gesto muy patriótico: “Tiene enajenada á favor del Cuerpo de Carabineros dos pedazos de tierra: uno de 600 m2 y el otro de 1.704 m2 de fecha 5 de Mayo de 1899 y 25 de Febrero de 1904, respectivamente. Que teniendo necesidad el Cuerpo de Carabineros de terreno suficiente para construir un pozo conque abastecer de agua á la fuerza de dicho Ynstituto que presta servicio en la caseta situada en el sitio nombrado Diente de la Vieja, próximo al Cortijo descrito [...] se abren diligencias para la cesión de un pedazo de tierra con el expresado objeto, el cual le fue cedido gratuitamente por su propietario quién desde luego se habría ofrecido á ello espontáneamente y sin retribución alguna por tratarse de un servicio del Estado”. (Tapia Ledesma, M. El Diente de la Vieja, Europa Sur 16 de diciembre de 2018).

Al patrimonio descrito generado por Rafael España Rojas había que sumarle sus acciones y participaciones en la Compañía Anónima Alumbrado Eléctrico de Algeciras, constituida en 30 de enero de 1890, siendo además propietario de la casa anexa al edificio que albergaría la popular Fábrica de la Luz. Todo este patrimonio pasaría a su hijo Francisco España Rojas, quién cumpliendo con el riguroso y aristocrático protocolo, se convertiría poco tiempo después en el esposo de la joven Victoria, hija de Julián Navarrete y Brígida Morales.

(Continuará)

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