Historias de Algeciras

El incendio de la Plaza Alta (I)

  • Las viviendas de las familias Ortiz Piñol y Gamboa Arjona, junto a sus respectivos mobiliarios y pertenencias, quedaron arrasadas por las llamas en septiembre de 1905

La casa que sufrió el incendio, marcada con una flecha (1905).

La casa que sufrió el incendio, marcada con una flecha (1905).

Aquella mañana del 7 de septiembre 1905, el día había amanecido con una temperatura agradable, aunque el cielo se encontraba algo cubierto por las nubes empujadas por el levante. Y como cada día los hermanos Tizón Piñero, don Miguel y doña Francisca, él encargado y ella propietaria efectiva de la librería que antes de morir le había dejado su marido don Rafael Jurado, procedían a abrir su establecimiento sito en la Plaza de la Constitución para colocar la prensa nacional llegada el día anterior en el tren y recogida por don Miguel a primeras horas de la mañana.

Para cuando se había producido la apertura de la familiar librería de Tizón, el también popular comercio de coloniales ubicado en la calle San Pedro 2 (hoy, Joaquín Costa) bajo la firma “Hijos de Ramón Méndez”, llevaba un buen rato con sus puertas abiertas al público. Y que decir del conocidísimo Restaurant La Plata, propiedad de don Emilio Morilla Salinas, abierto en el número 29 de la céntrica plaza haciendo esquina con la calle del Convento o Alfonso XI, y que bajo la atenta mirada de su jefe, los camareros con la rapidez que da la experiencia, servían con gran avidez los cafés y copas que los trabajadores de Gibraltar que tenían su domicilio en el centro alto gustaban de tomar antes de tomar el vapor. O, con menos prisas, los empleados de los negocios cercanos también se aficionaban a cumplir, como si de un rito se tratase, en tomar el “buche de café” antes de empezar la jornada. Si bien el negocio era la vida para don Emilio, la verdad muy a su pesar, es que llevaba algún tiempo rondándole la cabeza deshacerse del mismo por múltiples razones, poco podía suponer aquel buen empresario que un año más tarde y bajo el precio de 4.450 pesetas entregaría las llaves de su querido café al también vecino de Algeciras don Miguel González Ruiz.

Esta era una de las múltiples estampas con las que la ciudad de Algeciras saludaba aquel nuevo día desde el corazón mismo de la población, como era y lo es, la Plaza Alta. Pero como a veces ocurre, todo cambió en un instante; ese preciso momento determinado por Cronos que puede marcar un antes y un después en la vida de una persona, de una nación o de toda una época: una cabeza que se gira, una mano que señala o una trágica voz que grita. Todo eso ocurrió al mismo tiempo en la Plaza Alta.

Una columna de humo que rápidamente ascendió a las alturas y que vista por alguien generó a su vez que otro la señalara y que al final un tercero con el terror en su cara gritara “¡fuego!”. En un corto espacio de tiempo, el humo comenzó a salir en gran cantidad de la vivienda número 12 de la Plaza de la Constitución haciendo esquina con la calle San Pedro. Los primeros que se vieron sorprendidos por el rápido incendio fueron los clientes y empleados del restaurante y bodega situada en el bajo del edificio denominado Cordobés, regentado por el vecino de Algeciras don Melchor Ruiz León.

A estos les siguieron en velocidad y terror el relojero Francisco de Robledo que alertado por el alboroto salió de su taller que daba a la calle San Pedro, abandonándolo rápidamente –de seguro acompañado del tradicional parroquiano que suele conversar mientras trabaja con este tipo de artesanos– plantándose bajo el gran reloj del campanario de La Palma al que diariamente admiraba desde que a finales del pasado siglo fuese colocado por el Ayuntamiento, tras su compra por el ex Alcalde Rafael de Muro y Joarizty en la ciudad de Londres.

Al mismo tiempo que Robledo alcanzaba la calle, las familias de los industriales Antonio Ortiz Piñol y Francisco Gamboa Arjona, hacían lo propio para ponerse a salvo de las llamas. Todas estas personas ocupaban bajo la condición de alquilados las diferentes estancias de aquella gran casa que era en definitiva propiedad de doña Asunción Gómez Marín, quién la había heredado de su hijo Juan Duarte Gómez, arrastrando la vivienda una capellanía establecida por don Manuel de Arcos y Escalante, consistente en pensión de una misa rezada por cada ducado que produjera la casa, siendo por tanto muy antigua la construcción de aquella casona víctima de las llamas. La propietaria tenía otra hija que un futuro heredaría aquella céntrica vivienda o lo que quedara de ella, llamada María de la Soledad, algecireña de nacimiento, residía junto a su marido Eduardo Adriansen –natural de la isla de Trinidad–, en la ciudad de Melilla, donde él ejercía como agente del cuerpo pericial de Aduanas, ambos se habían conocido en la Isla de Cuba cuando esta aún estaba bajo la corona de España.

De vuelta al escenario de la catástrofe, comentar que al mismo tiempo que las familias alquiladas del inmueble se pusieron a salvo, también lo hizo la vecina de la casa contigua, doña Encarnación Almagro Puigt, hermana de don Ricardo Almagro, respetado farmacéutico fallecido un año antes y que había legado a su hermana aquella propiedad anexa a la que se encontraba en llamas.

Ante la magnitud del suceso y las consecuencias que podría tener para las casas y vecinos colindantes, algunos de los testigos echarían en falta la presencia de un cuerpo de bomberos del que la ciudad carecía, siendo la vecina plaza de Gibraltar la única que en la comarca contaba con aquel moderno servicio. La presencia de un gran número de pozos en los patios y casas, así como la diseminada red de fuentes en la ciudad, unida al esfuerzo solidario de los vecinos, era la única respuesta que Algeciras podía ofrecer ante un incendio en un momento dado.

Algeciras carecía entonces del moderno servicio de bomberos que sí tenía Gibraltar

La primera constancia que se tiene de la necesidad de crear un cuerpo de bomberos en Algeciras nace de una crítica pública realizada mediante la cual se demandaba: “La conveniencia de comprar pipas de riego, pidiendo la creación de un cuerpo de bomberos y la adquisición de aparatos contra incendios”. El temor surgió un año antes en 1897, cuando la fábrica de corcho de Lombard sufrió un gran incendio al que, según la documentación consultada: “Acudió rápidamente el Sr. Alcalde, siendo el incendio sofocado –únicamente– por los operarios de la fábrica”.

Luego, en aquellos tremendos instantes de desconcierto en los que las llamas crecían ante la mirada atónita de los algecireños, el cercano ayuntamiento tan solo podía socorrer y tranquilizar a la población con los exiguos servicios que pudieran ofrecer sus empleados Francisco García, Jefe de la Guardia Municipal o el siempre diligente Agustín Ferrán, fontanero también Municipal, que junto a su pequeña cuadrilla era el gran conocedor de las conexiones de fuentes y madronas de la ciudad.

El fuego crecía y seguía consumiendo a la gran vivienda poco a poco. Por un momento se improvisó una fila más o menos organizada que intentó hacer llegar desde la cercana fuente de la plaza hasta el fuego, el agua que se había vertido en cubos, baldes, palanganas o barreños acumulados a todo correr por los allí presentes. Desgraciadamente con el lógico nerviosismo de los componentes de la hilera, la mitad del contenido de aquellos recipientes se perdía antes de llegar a su necesario destino.

El fuego una vez más ganó la batalla, dejando una imagen dantesca de lo que allí había ocurrido aquel día de septiembre de 1905. Las viviendas de las familias Ortiz Piñol y Gamboa Arjona, junto a sus respectivos mobiliarios y pertenencias quedaron arrasadas por las llamas. Y el restaurante Cordobés, que con tantos esfuerzos había abierto al público de Algeciras su propietario Ruiz León, había sufrido grandes daños que unidos a los del propio edificio hacían imposible la rehabilitación del negocio.

Curiosamente y ante la sorpresa general, el taller del maestro relojero Robledo resultó ileso en su plena totalidad, pudiendo salvar el sorprendido profesional todos sus relojes, tanto los puestos a la venta, como los arreglados, y los que estaban a la espera de ponerse nuevamente en marcha bajo sus expertas manos.

Más, la presencia de un establecimiento en los bajos de la vivienda derruida, en la que recordemos don Melchor Ruiz León abrió un restaurante bajo la denominación de Cordobés, posibilitó el que el precavido empresario hubiese asegurado su negocio en la Compañía La Esperanza domiciliada en la ciudad de Barcelona, con número de póliza 2.279.

La gran magnitud del siniestro, hizo posible que semanas después y del ferrocarril inglés de la Algeciras (Gibraltar) Railway Company, bajase don Francisco Sánchez Escribano, a la sazón, perito de la catalana compañía. Proveniente de Ciudad Real, de donde era vecino, contaba con 32 años, estaba casado, y había recibido la orden de trasladarse hasta nuestra ciudad y realizar el pertinente informe técnico de la mano del que fuera inspector de la compañía, el sevillano y soltero de 29 años don Manuel Vázquez Quirós, quién ejercía como responsable técnico de La Esperanza en la capital hispalense.

Extracto del informe pericial. Extracto del informe pericial.

Extracto del informe pericial.

Una vez instalado en Algeciras, y tras unos días de concienzuda observación y estudio sobre el terreno del incendio ocurrido en la vivienda número 12 de la Plaza de la Constitución –tomando notas y entrevistándose con los afectados–, elaboró el siguiente: “Ynforme de la situación del edificio por incendio en Póliza 2.279 de la compañía La Esperanza. Francisco Sánchez Escribano, Perito de la Compañía de Seguros La Esperanza, domiciliada en Barcelona nombrado para intervenir en el siniestro de póliza 2.279 de Don Melchor Ruiz León, vecino de Algeciras, hace constar en cumplimiento de su cargo y siguiendo las instrucciones del inspector de la misma D. Manuel Vázquez, el informe siguiente sobre la situación del edificio por incendio. Estudiado y visto detenidamente, sobre el terreno el edificio siniestrado cuyos planos de planta baja y alta se acompañan debe hacer constar: que la dirección de las llamas en el momento del siniestro, fueron siempre por las huellas dejadas en los locales, desde la parte interior á la exterior, ó sea, con dirección á la calle San Pedro [...] Aceptando como buenas que las llamas del mostrador prendieran al suelo-cuadro ¿Cómo pudo hacer la propagación á los techos del piso principal, ó sea, a la cubierta de la casa?. En primer termino al pasar las llamas al suelo principal este debió derrumbarse como quedó demostrado sirviendo de corta fuegos; y en segundo lugar, puesto que la colaboración del voraz elemento era el indicado sitio, las puertas que existen encima, y que daban acceso á las habitaciones del piso superior por la salida al pasillo, debieron haberse carbonizado por la parte inferior que es de donde recibía la fuerza de las llamas y estas que son dos, compuestas de cuatro hojas; tres que existen puestas aparecen casi intactas en su media parte inferior y carbonizada la parte superior; este hecho demuestra que en aquel sitio el fuego partió de la techumbre del edificio tomando como base la dirección de la parte carbonizada de las puertas, ó sea, de arriba á abajo y de la parte interior del pasillo al exterior. Si los suelos del salón hubieran sido de madera estos hubieran servido de conductores para la propagación del fuego en la distancia de 13’13 metros que mide de largo. Al hacer esta observación, es por haber notado durante el minucioso descombrado que ha sido llevado á cabo el hecho singular de no aparecer durante el mismo, trozos de sillas alguno y otros efectos que no puede finiquitar al no recibir las llamas por distintas direcciones. Por la dirección de las llamas –continúa el texto pericial de Sánchez Escribano–, y la limpieza que existe en parte en la boca de la puerta que dá acceso al pasillo y no coincidir puerta alguna á los portales de entrada desde el salón, no cabe dudar que no fueron conductoras de la propagación á aquellos sitios, y máxime que sus muros de piedra y espesor de más de 30 centímetros no han sido afectados por el fuego. Si las llamas no pudieran penetrar por los justificantes relacionados, incluso la parte primordial que es la dirección de las mismas ¿cómo puede carbonizar el marco de la puerta del sótano y penetrar en él el fuego, haciendo lo propio en los bordes de madera de los peldaños de la mitad del primer tramo de la escalera? ¿Por donde entraron en aquel sitio las llamas? ¿Cómo destruyeron aquella parte completamente aislada y no penetraron en una habitación inmediata alquilada y que sirve de relojería? ¿Cómo no supieron igualmente los horrores del fuego las grandes vigas que existen al descubierto en el indicado portal y á una habitación que arriba se expresa? Examinado el pasillo que conduce á la cocina y que en su final estaba cerrado por un tabique de madera, según se demuestra por los empotrados en pared completamente carbonizados, aparecen las huellas de que las llamas corrieron de la parte exterior, ó sea del patio al interior del pasillo y que su origen fueron de la parte media de abajo á arriba simultáneamente, cuyos datos los justifican las vigas quemadas del suelo superior por su forma especial de carbonización á medias. Siendo esta parte uno de los focos principales por su combustible”.

Muchas preguntas comenzaba a hacerse el perspicaz perito en curso de su investigación.

Continuará

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