Campo chico

Sacramento, pasaje y paisanaje

  • El último tramo de esta calle ha albergado establecimientos como el Café Bohórquez y la tienda de Isabelita Benítez

Embocadura de la calle Sacramento.

Embocadura de la calle Sacramento. / E. S.

El último tramo de la calle Sacramento, entre Panadería y la Plaza, es una especie de pasaje por el que seguramente ha pasado alguna vez todo el que vive en la ciudad o ha estado de visita. Diría que es la vía urbana más transitada de Algeciras. Con una peculiaridad, a lo largo de la mañana registra una densidad de paso muy alta, que desciende prácticamente a cero por la tarde. Un publicitario seguramente elegiría el lugar para anunciarse. Que sólo haya mercado por las mañanas supone una diferencia extrema entre las dos partes de la jornada. Factores diversos han provocado un vaciado de la zona sur de la ciudad, dejando una amplia franja, desde la calle Panadería hasta el antiguo cauce del río, subdotada de oferta comercial y en la que escasea la gastronómica. No era así, ni mucho menos, en los años sesenta y siguientes.

Más bien al contrario; la calle Tarifa era quizás la vía más comercial de Algeciras y la abundancia de pequeñas tiendas en los callejones, sobre todo en la calle Río, procuraba al lugar una alta circulación de personas y una gran variedad de ofertas. Muchos paisanos de la etnia gitana abrieron allí sus pequeños comercios y el ambiente grato y festivo del entorno llegó a interesar incluso al diseño del programa de Semana Santa. Hubo un tiempo, en los ochenta, en que la cofradía del Nazareno; concretamente cuando mi compañero de Instituto, Juan Martínez, pertenecía a su Junta; se desplazaba hasta la calle Río a recibir los piropos y los cantares en forma de saeta de la población gitana residente en aquella zona.

Recuerdo a muchos queridos amigos, como Miguelito Lara y su inolvidable esposa, una de las miradas más dulces que jamás he visto, o el patriarca de los Pañeros, hoy dedicados al cante bueno. Aún sigue por allí el gran Juan Chirobao, aunque su peña Camarón, en el callejón de las moscas, sea ahora más bien un café de los que uno encontraría en Tetuán o en Tánger. Pues hacía tiempo que no le veía, el otro día pregunté por él a Joselón, un gitano guapo con el que me encuentro en los bares de la plaza, y parece que, gracias a Dios, Juan lleva con mucha entereza sus ya unos cuantos años.

Ese tramo de Sacramento ha albergado establecimientos históricos como el Café Bohórquez y la tienda de Isabelita Benítez. Justo en sus esquinas con la plaza. El café era por excelencia el lugar de encuentro al amanecer, de tenderos y gente de hostelería que acudía temprano a hacer sus compras. Valía la pena madrugar para vivir el ambiente ruidoso y dinámico del lugar. Como ya he contado en algún Campo Chico fue en el Bohórquez donde se juntaron familiares y amigos a celebrar el nacimiento de Miguelito Rovira; que lo fue en una de esas casas que alberga el esquinazo de la plaza hasta la calle Tarifa. De allí partieron para bautizarlo en La Caridad. Por poco tiempo, Ignacio “el de Los Rosales”, mantuvo ahí, al final de la década de los treinta, un pequeño bar que fue el antecedente de su histórico establecimiento en la calle José Antonio, el tramo alto de la calle Real.

Al contrario que ahora, hace unas décadas era una calle llena de vida y negocios

Isabelita Benítez era una institución en Algeciras y su tienda uno de los pocos lugares donde abastecerse de buen aceite a granel y de coloniales. Su hermano Juan fue quien dio vida al Hotel Bahía, en El Rinconcillo. De jovenzuelo, me gustaba visitarle en aquel lugar mágico y mantuve mis visitas durante bastantes años, cuando ya después del relevo se hizo cargo un hijo suyo del negocio. Juan estaba encantado con hacer su trabajo en una de las orillas más bellas del mundo. Poco a poco vimos cómo, en las noches de verano, las luces de la Bahía iban dando paso a potentes focos de luz y las chimeneas interrumpían los perfiles y el silencio de las dunas.

A unos compañeros, profesores universitarios que un día de uno de aquellos veranos, estuvieron conmigo de madrugada en el Bahía, contemplando asombrados la conífera que atravesaba el edificio y viendo el ir y venir de un oleaje solamente insinuado, traslúcido, levemente dorado, se les quedó la vivencia para siempre. Algeciras se les instaló sintetizada en el momento hasta el punto de que muchos años después surge el recuerdo de aquellas horas tan gratas. De hecho, me divertía recordarles que no muy lejos de allí, situó el relato mitológico, el Jardín de las Hespérides, propiedad de la diosa Hera, hija de los titanes Cronos y Rea, de la que se prendó Zeus, el mayor de sus hermanos.

La visión de la Bahía de noche, cuando apenas había sido víctima de las agresiones al paisaje que han supuesto las instalaciones industriales, me permitía adornar mi relato de guía improvisado, con toda clase de fantasías. Les hablaba de Carteia, de los hornos romanos que descubrió el padre Sotomayor Muro, un jesuita algecireño, arqueólogo, que siempre tuvo su pueblo en el corazón. Y del sello con las siglas SCG (Societas Cetariorum Gaditanorum) que aparecía como garantía de origen en las ánforas fabricadas en El Rinconcillo, depositarias del garum que se preparaba en la factoría de Bolonia y a lo largo de la costa sur gaditana, para las élites romanas, allá por los primeros años de nuestra era.

La calle Sacramento en la plaza del mercado. La  calle Sacramento en la plaza del mercado.

La calle Sacramento en la plaza del mercado. / E. S.

Cuando Isabelita decidió retirarse, Emilio Acevedo adquirió el edificio y encargó al arquitecto algecireño Enrique Salvo Medina la construcción del que sería el buque insignia de su marca. Un cartelón vertical visible de norte a sur, acabó por materializar en el nombre, Acevedo, una referencia en la industria algecireña de la distribución de alimentos y la restauración. Fue el gran supermercado de la ciudad, antes de que se consagraran este tipo de establecimientos. Emilio sería, de inmediato, uno de los pioneros del protagonismo de la calle Convento en la hostelería algecireña. Tanto éste como sus tres hermanos nacieron y se criaron en ese esquinazo cercano a los salesianos, donde dieron sus primeros pasos escolares.

Amigo entrañable desde la infancia del gran pianista y compositor, Felipe Campuzano, gaditano nacido en Palma de Mallorca, criado en los aledaños de Casa María y educado en los salesianos de Algeciras; le dedicó un reservado en el Mesón Los Corzos, uno de los primeros establecimientos de hostelería que se abrió en el tramo norte de la calle Convento. La esposa de Emilio, Pilar Corzo, parecía llegar con su apellido a determinar el nombre de aquel establecimiento situado donde después nació La Venencia. Cada 28 de diciembre, con ocasión de su cumpleaños, que tal vez este año se celebre en el Hotel Reina Cristina, Emilio convoca a sus amigos a una jornada en torno a la figura de Campuzano, ofreciendo el privilegio de escucharle, junto a él y a distancia corta, y de disfrutar de los manjares que pone a disposición de sus invitados.

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