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Álvaro Luna, tertulias y toreros

Campo Chico

Aun siendo grandes las dificultades que tuvo Álvaro Luna, es mucho aquello de lo que ha podido disfrutar

Participó activamente en la política municipal durante las primeras corporaciones constitucionales

Salvador Sierra en el Cabsy's.
Alberto Pérez De Vargas

Algeciras, 07 de agosto 2022 - 04:00

Se ha ido el mes de julio con la marcha de Álvaro Luna Martín. Sus últimos años entre nosotros, los que quedamos a la espera de lo que Dios quiera, han sido muy duros, pero no quiero referirme a esos ni a otros infortunios propios, no obstante, de nuestra humana naturaleza. Su familia, como él, como su admirable compañera de toda la vida, nuestra querida Fortunata, que creció en la Banda del Río, apilan tanto bueno que sus infortunios, los suyos, apenas si tienen la posibilidad de mantener un protagonismo menor. Tuvimos algún tiempo una tertulia mañanera, en el Cabsy's, en esas horas apacibles y compartidas que preceden al ya imperceptible Ángelus. Álvaro y Fortu ya llevaban tiempo reuniendo en torno a ellos a unos cuantos paisanos. Haciendo uso de mi oficio, un día le dije a Álvaro que en aquel cambiante grupo, él era el punto de acumulación.

Las limitaciones para el desplazamiento de Álvaro acortaron la duración de la tertulia. Siempre aprendo mucho de las estancias, por cortas que sean, en las que frecuento a algún grupo de generación espontánea, pero debo confesar que escuchar a Fortu y a Álvaro, éste menos locuaz que su esposa, fue un placer del que guardo un gratísimo recuerdo. Hay en mi pensamiento la intención vana de participar en la densa soledad de Fortu, pienso que es posible que cuando uno pone mucha voluntad en este tipo de intenciones, llegue a acompañar algunos de los momentos más sentidos de ese inevitable gran vacío que sentimos cuando se nos va un ser querido, sobre todo si hemos convivido con él toda una vida.

La familia en cuyo seno nació y creció Álvaro, estuvo muy ligada a San Roque, en donde su padre, el conocido Dr. Luna, ejercía la medicina y en donde nacieron algunos de sus hermanos. Colaborando con el cirujano de la Plaza de Toros, el Dr. Marenco, el Dr. Luna vivió una de esas tragedias que están siempre al acecho entre las sombras de la Fiesta, en la persona del novillero mexicano Eduardo Liceaga Maciel. Hace diez años, en septiembre de 2012, un sobrino nieto del desafortunado torero, Eduardo Jiménez Liceaga, visitó el Museo Taurino y la Plaza sanroqueña rememorando la aciaga tarde del 18 de agosto de 1946.

Juanita Cruz en 1935.

Liceaga alternaba con Julio Pérez Vito y Antonio Chaves Flores, que habían de lidiar toros de Concha y Sierra. Liceaga, que en noviembre de ese año habría cumplido 24 de edad, sufriría una cornada mortal de un cárdeno llamado Jaranero, apuntado con el número 93, el primero de su lote. El novillo lo enganchó malamente y enseguida se percibió la gravedad de la cogida. Los doctores Marenco y Luna, dispusieron pronto el traslado de Liceaga al Hospital Militar de Algeciras. Cuentan que recurrieron a un taxi para trasladar al herido. En esos años, el Hospital Militar de la calle Convento era el mejor preparado para esos trances, de la Comarca. Pero nada pudo hacerse.

Liceaga pertenecía a una saga de toreros muy popular en México. Su trayectoria estaba siendo brillante y su gran ilusión era tomar la alternativa de manos de su compatriota Carlos Arruza, el gran rival de Manolete. Había llegado a España en abril de 1945 con la esperanza de consagrarse tras varias temporadas de éxitos. En Tampico, en 1939 había actuado como sobresaliente de la legendaria torero española, Juanita Cruz, con la que seguramente hablaría de su proyecto, y de la que cabe esperar le diera algún consejo. Que no pudo ser demasiado bueno porque Juanita, madrileña, con unos años más que Liceaga, era una mujer de armas tomar que se enfrentó a todo y a todos los que le impedían ser lo que quería ser. Está enterrada en Madrid, en el cementerio de Almudena, y junto a una estatua de su entera y valiente feminidad –toreó cuando pudo con una falda pantalón– hay un epitafio que dice: "A pesar del daño que me hicieron los responsables de la mediocridad del toreo en los años cuarenta-cincuenta, ¡brindo por España!".

Emy Luna.

Por la tertulia de Álvaro y de Fortu, pasaban y se quedaban o no, y repetían o no, personajes siempre interesantes. No conocía yo antes de aquello a Andrés Emilio, un sevillano recriado en Soria, de gesto y proceder elegante, que apareció por estos pagos y se casó con una de las hermanas Ayuso, hijas de un médico analista muy estimado, como ellas, en Algeciras. La mujer de Andrés, por más señas, es la farmacéutica de la Granja. Manolito Regén, que tanta memoria nos aviva, Santiago Sarmiento, Vicente Luis Asencio Cerón, Antonio Toto Marín y hasta José Antonio Noni Benítez, entre otros muchos paisanos de buen ver y estar, estuvieron algún rato y en algún momento con nosotros. Loren, el gran Loren, con su irrompible e inarrugable chándal, pasaba con frecuencia sin pararse pero alegrándonos con su siempre grato saludo y presencia.

Le dije a Álvaro que él era el punto de acumulación de la tertulia por ser el aglutinante. En matemáticas, más concretamente en topología general, un punto de acumulación de un conjunto, es un elemento alrededor del cual, por cercana que sea la proximidad hay, al menos, otro elemento del conjunto. Claro que eso supone que hay una infinidad de elementos en el conjunto, pero eso es algo ya muy del oficio. No hay una infinidad de personajes, pero son tantos los que se pueden parar al sentirse a gusto con la gente que estiman, que el proceso de parada y estancia puede muy bien asociarse a un infinito; eso sí, numerable. Echo de menos aquellos ratos que las circunstancias fueron diluyendo. La calle Ancha ha ido progresivamente vaciándose de viandantes. El cierre del Cabsy’s fue la puntilla. Desapareció ese detalle de buen gusto que tuvieron Salvador Sierra y sus socios, creando un salón de té que durante años le dio vida a Algeciras; fue un maravilloso lugar de encuentros y de tertulias.

Eduardo Liceaga en 1945.

No hace mucho, teniendo delante al Dr. Ángel Estella que, como muchos de sus colegas, vino de Granada y se estableció para nuestro bien en Algeciras, recordé la tertulia que tenían unos cuantos médicos en el Cabsy’s. El Dr. López Barranco, también pediatra y granadino, era uno de los asiduos. Solían reunirse en la planta de arriba. La presencia del Dr. Romojaro me trasladaba a mi infancia, porque su padre fue médico de cabecera de mi familia. Don José María era muy querido en Algeciras y fue uno de los mejores colaboradores del alcalde Ángel Silva Cernuda, este mismo me lo dijo en una entrevista. Tenía la consulta en la Casa de Muñecas, en la calle Convento, junto a la Alcaldía, como el oftalmólogo Dr. Maza de Linaza, referencia de una gran familia. Su hermano Ángel mantuvo durante años una rondalla de Navidad que se integró en la leyenda de aquellos años del último cuarto de siglo. Los de la edad de oro de esas tradiciones, que La Pastorada de la Peña Miguelín mantuvo vivas durante el largo vacío de la primera década de la Transición.

En Algeciras siempre tuvimos un magnífico cuadro de médicos y, en general, de sanitarios. Los practicante y las parteras formaban parte de un colectivo muy querido por la gente. A pesar de las muchas carencias de los años de posguerra, se fueron incorporando excelentes profesionales de la sanidad, la mayoría procedente de más allá de nuestros límites comarcales. Fueron dignísimos herederos de la bonhomía y la generosidad del Dr. Buenaventura Morón que, como es bien sabido se convirtió en una leyenda, en una autentica referencia histórica.

Carlos Arruza, en los primeros años 40.

Pilar, la hermana mayor de Álvaro, perteneció a una de las brillantes promociones que en su conjunto significaron mucho para la ciudad cuando eran grandes nuestras carencias y limitaciones. Emilia, Emy, la más pequeña es, como las demás hermanas, una mujer llena de encanto y sensibilidad. Dotada del don de escribir con una exquisita prosa, por la que se filtra una sutil poesía, te atrapa y te convierte en un adicto de su finísima literatura y en un admirador de su capacidad creativa. Aun siendo grandes las dificultades a las que se tuvo que enfrentarse Álvaro Luna, es mucho de lo que ha podido disfrutar a través de su gran familia y de los amigos que supo crearse. Participó activamente en la política municipal durante las primeras Corporaciones constitucionales, manteniéndose en niveles sobre todo ideológicos.

Como ocurriera con el inolvidable Antonio Toto Marín, ingeniero industrial de cuando cursar esa carrera en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, era una verdadera proeza. También Antonio formó parte activa en el plano ideológico, de aquellas primeras Corporaciones. José, el padre de Antonio era un remitente de pescados con posibles y se convirtió en un promotor del flamenco, antes de que a nadie se le ocurriera semejante osadía. Por su casa pasaron los grandes y entre ellos, un Camarón de la Isla y un Paco de Lucía en plenitud creativa, cuando eran poco conocidos y cuando la mayor parte de la gente no pasaba de detenerse en el puro folclore del tres al cuarto.

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