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Durante más de cuatro décadas, Francisco Márquez Salaverri (Valle de Lecrín-Granada, 1955) vivió de primera mano la evolución —y las grietas— del sistema penitenciario español. Su nuevo libro, 45 años entre rejas. La desagradable realidad de las prisiones, editado por Imagenta, no es solo un repaso autobiográfico: es una crónica directa, sin maquillaje, de lo que ocurre “detrás de los rastrillos”. Con la autoridad de quien ha sido funcionario en casi todos los destinos posibles y director de Botafuegos durante dieciséis años, Márquez Salaverri levanta el velo de un mundo hermético y a menudo incomprendido.
El libro se presenta el miércoles 10 de diciembre a las 18:00 en el centro documental José Luis Cano. Allí, el autor compartirá un puñado de vivencias que abarcan desde anécdotas hilarantes hasta episodios duros y tensos, pasando por personajes inolvidables, decisiones difíciles y reformas que marcaron época. Su estilo, directo y sin concesiones, convierte cada capítulo en un testimonio que se lee casi como una novela de intriga, pero basada en hechos reales.
Europa Sur adelanta hoy uno de los fragmentos más jugosos: el capítulo VI, donde el autor narra, con crudeza y sentido del humor, su primera llegada a Algeciras en 1990, la impresión inicial de la ciudad, el estado del centro penitenciario y los personajes con los que se encontró al asumir la dirección.
Fragmentos del capítulo VI, reproducidos literalmente, con permiso del autor y la editorial
“Recuerdo el día que llegué por primera vez a Algeciras, la impresión sobre la ciudad no podía ser más pésima, hacía mucho calor y encima había huelga en el servicio de basuras. Ya de por sí Algeciras es una ciudad fea y si le añadimos lo anterior, quien conozca esta ciudad se puede hacer una idea”. Este inicio, tan descarnado como irónico, da el tono del capítulo: un choque frontal entre las expectativas del nuevo director y la realidad que se encuentra.
“En el momento que llegué [al aparcamiento de la prisión] se encontraba vacío y aparqué mi coche (…) Pasaba un hombre (…) diciéndome: ‘oiga este aparcamiento es solo para funcionarios’. Yo le contesté diciéndole que yo era funcionario y él me contestó, que sería funcionario, pero no de esta cárcel”. Un recibimiento digno de una comedia, que anticipa el ambiente peculiar que encontrará dentro.
"Las internas estaban bastante hacinadas… mientras una miembro de ETA disponía de una celda de grandes dimensiones. Me pareció un privilegio inaceptable"
Así describe Márquez Salaverri su primera inspección interior. "Hubo alguna cosa que me impresionó (…) Me llamó la atención que las internas estaban bastante hacinadas (…) y junto a la brigada había solo una celda de bastantes dimensiones, donde vivía la interna de la organización terrorista ETA llamada Inés del Río Prada… Me pareció un privilegio inaceptable”. La contraposición entre espacios saturados y privilegios llamativos marca uno de los pasajes más críticos del capítulo.
El autor no se corta a la hora de valorar la arquitectura del centro: “Cuando salías o entrabas a la enfermería, te encontrabas con un pasadizo que habían enrejado y que debió costar un dineral y desde mi punto de vista no tenía ningún sentido (…) La primera conclusión que saqué (…) es que quien ideó las reformas de la cárcel se había cubierto de gloria”.
Un ejemplo claro del tono sincero —y a veces sarcástico— que recorre todo el libro: “Pronto me di cuenta de que aquellas conducciones eran una odisea, ya que los internos preferían dormir en el suelo antes de irse trasladados (…) Se comentaba que había internos que pagaban a alguien para no irse”. Una escena que anticipa los desafíos disciplinarios que marcarían su dirección.
El descubrimiento de un almacén cuyo origen es casi una novela dentro del libro: “Junto al recinto había un almacén (…) que le llamaban el hurón (…) Me sorprendió que estaba bastante lleno de productos de limpieza y, sin embargo, la limpieza en el interior dejaba mucho que desear (…) Con posterioridad me enteraría de que dichos productos nos los vendía al centro una mujer que era familiar de un funcionario”. Corrupción cotidiana y escenas casi costumbristas que revelan el funcionamiento interno del centro en aquellos años.
Así describe Márquez Salaverri el perfil criminal y social de los internos a principios de los noventa: “La población reclusa era muy tranquila, teníamos muchos internos que eran traficantes de hachís y de tabaco de los de entonces, pero que tenían un perfil bajo de delincuencia, eran temas que se venían haciendo desde siempre en el Campo de Gibraltar y ellos no eran conscientes de ser delincuentes”.
"Muchos internos eran traficantes de hachís y tabaco, pero no tenían conciencia de ser delincuentes"
En este fragmento, Márquez Salaverri retrata un tiempo en el que el contrabando de hachís y tabaco operaba casi como un oficio heredado, muy lejos de la violencia que dominaría el narcotráfico en décadas posteriores. La descripción de las barcazas, los mulos que hacían solos el trayecto y la ausencia de las actuales planeadoras compone un cuadro casi costumbrista de un delito sin sensación de delito. “Si dichos delincuentes eran descubiertos, se entregaban y no ponían resistencia alguna a su detención, cosa distinta a lo que pasa ahora que tienen mucha agresividad (…) lo que ha provocado (…) muertes tanto de la Guardia Civil (…) como también muertes de delincuentes”.
El autor combina vida profesional y personal en un momento clave: “Tras informarme, justo detrás de la cárcel había un colegio, pero me aconsejaron que no los matriculara ahí ya que muchos niños eran hijos de delincuentes (…) Mi nombramiento como director se produjo el 11 de julio de 1990”.
El capítulo cierra con la llegada definitiva de su familia y el inicio real de una etapa profesional decisiva, tanto para Márquez Salaverri como para Botafuegos.
Estos fragmentos muestran solo una mínima parte del tono directo, crítico y a veces sorprendente del libro. Las memorias completas recorren 45 años de servicio penitenciario con escenas duras, anécdotas insólitas y reflexiones profundas sobre un sistema que el autor conoce como pocos.
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