Entrevista | Jesús Melgar, periodista

“Hay quien no sabe las consecuencias que puede traer la ultraderecha”

  • Melgar (Estación de San Roque, 1956) es periodista de larga y prolífica trayectoria. Entrevistó a Gadaffi y a Edén Pastora y se coló en la guerra de Irak como supuesto productor de un espectáculo para las tropas de Sadam Hussein. Una legión de amigos le ha propuesto para que el Ayuntamiento de Algeciras le reconozca como Hijo Adoptivo de la ciudad.

Jesús Melgar, en el parque María Cristina de Algeciras.

Jesús Melgar, en el parque María Cristina de Algeciras. / Erasmo Fenoy (Algeciras)

“Cuando niño, nuestras madres no nos dejaban bañarnos en la playa hasta después de la procesión, una vez que la Virgen del Carmen había bendecido las aguas”, rememora. Mediodía en la Plaza Alta.

¿Cómo siente la propuesta de Hijo Adoptivo de Algeciras, donde ha vivido durante tanto tiempo?

–Es un honor y una alegría que me quieran adoptar en esta bendita tierra. Ha sido también una sorpresa porque se ha desatado una ola de amor hacia mí que yo desconocía. Es muy agradable porque viene a responder en cierta forma a esa pregunta que nos hacemos las personas mayores sobre cómo será mi entierro y quiénes asistirán a él.

¡Eso son palabras mayores!

–Bueno, no deja de ser un anticipo.

Pero sin mausoleo.

–Sin mausoleo y sin mármol, pero no deja de ser una demostración de cariño y afecto. No sé si soy merecedor de tanto, pero lo cierto es que son muchas las personas que se están sumando a una iniciativa que nació precisamente en Europa Sur, en la persona de mi querido profesor Alberto Pérez de Vargas. Aquello lo ha recuperado el conseguidor Javier Ortega... ¡Y la que ha liado!

Pocas personas nacen ya en los pueblos, como usted en la Estación de San Roque.

–Yo nací en casa de mi abuela, en la calle Río, número 3. Eran tiempos de las parteras. Mi madre era de Sevilla y mi padre de Algeciras, de la calle Sevilla.

Su vida sigue pivotando entre Algeciras y Sevilla.

–Sí. De Algeciras me fui a los pocos años porque yo tenía unos horizontes amplios, muchas ilusiones, y quería desarrollar mi vertiente como comunicador, especialmente en el mundo de la radio. Se me brindó una buena idea cuando me llamaron desde Sevilla para la fundación de Diario 16 de Andalucía y después entronqué con Jesús Quintero.

Antes ya había trabajado en Algeciras.

–Había trabajado para la Cadena Ser y el diario Área, es cierto. He tenido una larga carrera, bastante frenética, pero muy positiva.

Y sigue en la carretera.

–¡Y ahí estamos, como los viejos rockeros que nunca mueren, en la Ruta 66 de la información!

¿Cuál es el secreto para mantenerse tanto tiempo en el oficio?

–Es un rompecabezas de muchas piezas. La primera es la vocación, también la obstinación, el optimismo... Hay que ser también poco materialista.

"Muchas veces, el tapón económico es lo que impide que la corriente de agua de la vocación fluya"

. Tampoco hay que perder ni la curiosidad ni la honestidad, que hacen buen matrimonio. Juntas hacen buenos hijos informativos.

¿Sus maestros?

–Afortunadamente, creo que he tenido a los mejores. En primer lugar, a mi padre putativo radiofónico, Sergio González Otal, a la sazón director de Radio Algeciras en mis primeros años. También hubo una persona que me enseñó a trabajar en equipo y que, desgraciadamente, ya no está entre nosotros, Carlos Vergara, gran director también. Y también todos los grandes con los que estuve codeándome en la Cadena Ser durante seis años, en Gran Vía, 32: Iñaki Gabilondo, los mejores cronistas deportivos, el mejor taurino, Manolo Molés… Aunque básicamente, hay dos pilares en mi vida profesional, que son Jesús Quintero, que me enseñó el arte de la comunicación con el respeto a los silencios y la buena realización musical, y Carlos Herrera, mi compadre, que en cierta manera ha sido el impulsor de mi carrera en estos últimos años.

Qué importantes los silencios en Quintero.

–Un maestro de los silencios, de la palabra y de los buenos textos. También supo tener un buen equipo a su alrededor.

Entre los cuales estaba usted.

–Sí, aunque he de decir que nunca sonaban en antena los nombres de los integrantes de su equipo, pero la figura del personaje ermitaño que estaba en la montaña, que emitía desde un lugar desconocido, una especie de Wolfman Jack español a lo American Graffiti, impedía que fuese un programa al uso citando los nombres de quienes integrábamos el staff.

En ese staff figuraron personas muy relevantes. Usted era el subdirector y allí estaban también Juanjo Téllez, Javier Salvago, Raúl del Pozo…

–Muy buenos, con un equipo técnico también muy bueno, aunque Quintero siempre tenía unos criterios muy firmes en cuanto a la selección musical. Él se refería a El Loco de la colina como un programa de clima: escuchar los primeros compases de Pink Floyd te metían de lleno en el fastuoso mundo de la comunicación de Quintero.

Si Quintero es la noche, Carlos Herrera es el día.

–Exactamente. Creo que es el único hombre capaz de comunicar con un modelo de radio-espectáculo. Hace muy buena radio informativa, pero él es básicamente radio-espectáculo. Y además, reparte muy bien el juego entre sus colaboradores y también entre sus oyentes a través de sus fósforos.

Y todo ello, compatibilizándolo con el rigor.

–Compatible con el rigor, naturalmente. Lo divertido no tiene por qué ser frivolón, sino que también puede ser profundo.

Es curioso que siendo esta la época en la que más información existe disponible, también sea la época donde más desinformación hay también.

–Y más incomunicación.

Exacto. Y gracias a ellos surgen fenómenos como el Brexit o líderes de extrema derecha como Trump o Salvini.

–Es alucinante. Hay gente que no sabe las consecuencias que puede traer la ultraderecha a un país, marcando a una generación entera. Las redes sociales son una gran revolución, pero yo veo a menos gente comunicándose entre sí.

Cara a cara y piel con piel.

–Efectivamente. Me hizo mucha gracia un eslogan que vi en una cafetería: “No tenemos wifi, hablen entre ustedes”. Es una pena que estemos perdiendo la comunicación entre las personas.

¿No tiene la sensación de que este país ha perdido sentido del humor?

–Me produce mucha tristeza que chavales que, afortunadamente para ellos, no han conocido la dictadura, propugnen ideas asimilables a ese pasado triste y gris que llevó a la infelicidad a toda una generación. Les pediría que se informasen bien sobre las ideas que defienden. La ignorancia es muy osada.

¿Cómo ve Algeciras? Hay quien dice que acoge al foráneo igual que lo haría una madrastra. ¿Usted, propuesto como Hijo Adoptivo, comparte esa visión?

–No, en absoluto. Siempre se dijo que a Algeciras la gente viene llorando y se va llorando. El paisanaje es insuperable. El marchamo de esta tierra de transición entre Europa y África, el Estrecho, nos ha dado un barniz internacional y cosmopolita. Urbanísticamente, todo hay que decirlo, es un desastre y ha perdido mucha de su identidad. Ha perdido el olor a salitre y su vida cara al mar, al que tanto le debemos. A las nuevas generaciones hay que pedirles que conserven lo que nos queda de nuestro pasado mejor de lo que lo hemos hecho nosotros.

Ampliemos el plano. ¿Qué perspectiva tiene de la comarca?

–A mí, oyendo estos días a Juan Franco, alcalde de La Línea, propugnando que su municipio se segrege y se convierta en ciudad autónoma, me venía a la cabeza aquello de la novena provincia. Tenemos personalidades muy similares que nos unen. El Campo de Gibraltar tiene problemas genéricos que unen tanto a alguien de Algeciras como de La Línea o Los Barrios.

La ausencia de una conexión ferroviaria adecuada, por ejemplo. Los alcaldes están todos a una en ese sentido.

–Es una cuestión que debería promover muchos más viajes a Ronda, como el que ayer (por el lunes pasado, día 15) hicieron los alcaldes de la comarca, para que no nos tomen el pelo. Vivimos en un lugar tan paradisíaco, tan bello, en el que la filosofía de vida es que no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita, que eso nos hace ser demasiadas veces consentidores con una determinada casta política. Ahí deberíamos espabilar.

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