CONMOCIÓN EN ALGECIRAS

Algeciras, una ciudad consternada, condena el ataque yihadista en la Plaza Alta

Autoridades y vecinos guardan silencio en el lugar donde Diego Valencia fue asesinado.

Autoridades y vecinos guardan silencio en el lugar donde Diego Valencia fue asesinado. / Erasmo Fenoy

Calaba el frío húmedo hasta los tuétanos. Había estado lloviendo buena parte del día pero, a esa hora de la tarde, un corte de luna creciente rompía limpiamente el cielo. Como de costumbre, se veían grupos de niños jugando en la Plaza Alta, paisanos aparentemente aburridos que contemplaban a los pequeños sentados desde los bancos de cerámica con ilustraciones de El Quijote, un crío que se empeñaba en arrojar al suelo puñados de arroz a pesar de que las palomas ya dormían y gente merendando tardíamente en los veladores, arrimada a las grandes estufas exteriores de las cafeterías en el final de un enero polar.

El campanario de Nuestra Señora de la Palma, administrador impenitente del tiempo de los algecireños, había marcado, hacía ya un rato, las siete. Nada nuevo. Nada extraño salvo el frío excesivo que provocaba que en la calle hubiera menos gente de la habitual. Y, de repente, del interior de la parroquia se escucharon unos gritos espantosos. Un alarido, de nuevo el silencio y, después, más voces. La gente se levantó de los veladores, dirigiendo sus miradas hacia el templo. Por la puerta lateral que da la calle del Santísimo escapaban unas catequistas.

La silueta de Diego Valencia, el sacristán, asomó entonces por la entrada principal. Bajó atropelladamente los escalones echándose la mano al vientre y corriendo hacia la fuente central. Ya estaba herido y huía. Al poco, detrás de él, apareció su agresor. Vestía chilaba oscura y blandía un enorme machete en la mano derecha. Las personas que se encontraban en la Plaza Alta empezaron a correr despavoridas, sin rumbo. Algunos se refugiaron en el interior de las cafeterías; otro grupo entró en una galería comercial, atrancando la puerta de cristal, torpemente, con un paraguas. Triste arma ante un machete ensangrentado. Y otros quedaron petrificados, observando cómo el asesino, con los ojos perdidos en el cielo negro, asestaba a su víctima el golpe mortal en el cráneo entre gritos de Alá es grande y Muerte a los cristianos.

El supuesto yihadista se encaminó a continuación hacia la cercana capilla de Nuestra Señora de Europa; golpeó fuertemente la puerta, pero la encontró cerrada. En la calle Murillo se cruzó con varios viandantes: muchos padres que recogían a sus hijas a la salida de una popular academia de baile. Agitó el machete y sembró el pánico. En el mirador de la calle Muro, frente a las grúas iluminadas del puerto, el terrorista arrojó el arma, se arrodilló y comenzó a rezar con una misbaha entre los dedos, el rosario para los fieles del islám. Fue allí donde resultó detenido por la Policía Local, que lo puso a disposición de la Policía Nacional. Horas después se supo su nombre: Yasin Kanza. Tenía abierto un expediente de expulsión por situación irregular en España desde junio del año pasado.

Todo, como una premonición, ocurrió en la noche más fría del invierno.

El cadáver de Diego Valencia, en mitad de la Plaza Alta. El cadáver de Diego Valencia, en mitad de la Plaza Alta.

El cadáver de Diego Valencia, en mitad de la Plaza Alta. / Jorge del Águila

El miedo crece

A diferencia de otras pasiones que se apagan con el paso del tiempo, el miedo es un sentimiento que crece y se alimenta. Engorda de boca en boca. Por la mañana, los detalles de la barbarie corrían, a la velocidad de la pólvora, por las calles de Algeciras. “Aún tengo el corazón encogido”, se escuchaba este jueves al pasar cerca de los corrillos de vecinos.

Okay es una de las cafeterías más concurridas de la Plaza Alta. Tras la barra, la cafetera Wega Polaris, capaz de servir 240 expresos por hora, borbota sin descanso. Carmen, una de las camareras, no aparta la vista de la máquina. Fue ella quien, la tarde anterior, llamó a la policía avisando de que un individuo estaba apuñalando a un hombre frente al negocio. Por entonces, nadie sabía que se trataba de Diego Valencia.

Cuando el terrorista se alejó del cadáver, otros dos camareros, Alberto y Eloy, se acercaron al cuerpo. Eloy, al ver el charco de sangre, frenó en seco. “Lo mató sin piedad”, recuerda en declaraciones a Europa Sur. Alberto sí se arrodilló en su auxilio, pero era tarde: el sacristán ya estaba muerto.

“El terrorista, antes de entrar en la iglesia, amenazó a las camareras del bar de al lado, el Mercedes”, cuenta el personal de Okay, sin embargo, éstas rehúsan a hablar. “No vamos a contar nada de lo que ha sucedido”, responden. Rocío, cajera de Carrefour, explica que ella no trabajó en el turno de tarde, pero que las compañeras que estaban en el supermercado a la hora del asesinato detallaron la escena en un grupo de Whatsapp. “Dicen que aquí empezaron a entrar clientas despavoridas”, añade Rocío. “Ellas y mis compañeras se escondieron al fondo de la tienda, pero no repararon en echar la persiana. Otras tiendas sí que cerraron”.

Antes de llegar a la Plaza Alta, Yasin Kanza había apuñalado de gravedad en el cuello a Antonio Rodríguez, vicario de la Parroquia de San Isidro, el barrio más castizo de Algeciras. “En su bajada, hirió a un estudiante y empujó a varios vecinos”, se murmuraba en la Plaza Alta este jueves poco antes de comenzar la concentración condenando el atentado. “La policía estaba patrullando el centro buscando a un loco, yo vi varios coches, pero no llegaron a tiempo para detenerle”.

“Tengo un vecino marroquí y se avergüenza de lo que ha pasado: es un tío de ley, como nosotros”, cuenta otro paisano en la barra de Okay. Alberto, con la mirada baja, coloca parsimoniosamente en una bandeja los cafés que salen de la Wega Polaris. Una clienta que apura el último sorbo de su expreso le deja un euro y medio en la barra. “Adiós, reina, nos vemos”, musita el camarero sin levantar los ojos.

Un altar improvisado en el lugar donde fue asesinado Diego Valencia. Un altar improvisado en el lugar donde fue asesinado Diego Valencia.

Un altar improvisado en el lugar donde fue asesinado Diego Valencia. / Erasmo Fenoy

Una ciudad consternada

Al mediodía de este jueves, cientos de ciudadanos de Algeciras han expresado su repulsa y consternación por el ataque contra tres de los principales templos del municipio. En el ecuador de otro día gélido, el tañido de las campanas de la capilla Punta Europa doblan a duelo. En el suelo, varias velas y estampas con imágenes religiosas marcan, igual que la cruz en un mapa, el lugar exacto donde se produjo el asesinato. 

Numerosos periodistas venidos de fuera para cubrir el acto pululan por la Plaza Alta registrando testimonios de vecinos con libretas llenas de nombres con calles de la ciudad: Sevilla, Ruiz Tagle, Rocha... En esas vías habitaba el terrorista en un "piso patera" compartido con otros compatriotas. El registro de la vivienda se alargó hasta altas horas de la madrugada y se halló, entre otras pruebas, la funda del machete con el que se cometió el crimen. Yasin Kanza, un marroquí de 25 años, no residía en el extrarradio ni en una barriada marginal, sino en el mismo corazón de la ciudad

¿Hay mezcla de culturas en Algeciras?”, preguntan los reporteros. Todos se fijan en una joven musulmana que comparte públicamente su dolor. “¿Por qué un hombre que no ha hecho nada malo tiene que estar muerto?”, se cuestiona desolada. Confiesa que no ha pegado ojo en toda la noche. “Un hombre bueno, que sale de la iglesia tras orar, que ayuda a todo el mundo, no tendría que morir así. El asesino merece sufrir en la cárcel”, sentencia. "El islam no tiene nada que ver con esto", puede leerse en una cartulina que porta otra chica.

En ese momento, los objetivos se desvían hacia Juan José Marina, párroco de la Palma que, ataviado con abrigo negro, acaba de llegar a la Plaza Alta. “Si hubiera estado en el templo en ese momento, Diego no habría muerto", declara mientras los feligreses, con los ojos arrasados en lágrimas, le abrazan. Relata el sacerdote que, antes del ataque, nunca se habían producido problemas con la comunidad islámica y precisa que el 75% de las personas que acuden al servicio de Cáritas de la parroquia son musulmanes.

A la concentración de silencio se suman el alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce; la ministra de Transportes, Raquel Sánchez; el delegado del Gobierno en Andalucía, Pedro Fernández, y la delegada de la Junta de Andalucía en Cádiz, Mercedes Colombo, además de otras autoridades y representantes políticos y alcaldes de la comarca. También varios hermanos del fallecido, quien tenía mujer y dos hijos.

Tras dar el pésame a la familia de Diego Valencia en nombre de la ciudad de Algeciras, que este jueves vive una jornada de luto, Landaluce ha dado las gracias "a quienes nos protegen". "Pedimos más compromiso para que sean más. Queremos un futuro en paz y armonía. Las administraciones vamos a trabajar codo con codo para dar un mayor bienestar a los vecinos. Convivimos 129 nacionalidad distintas en Algeciras. Hasta ahora siempre ha sido en paz y con respeto. Debe seguir siendo así, debemos de evitar que prenda cualquier tipo de mecha que no queremos", ha añadido el primer edil.

El alcalde, José Ignacio Landaluce, junto al párroco Juan José Marina. El alcalde, José Ignacio Landaluce, junto al párroco Juan José Marina.

El alcalde, José Ignacio Landaluce, junto al párroco Juan José Marina. / Erasmo Fenoy

Va por ti, Diego

Las palomas se arremolinan en lo alto de la fuente de la Plaza Alta, un lugar donde la mayoría de los algecireños ha dado sus primeros pasos, ha jugado, ha esperado, ha compartido y ha amado. Al finalizar los cinco minutos de silencio en repulsa por el asesinato, un grito rompe la mañana. “¡Va por ti, Diego!” y, espoleadas por la voz, las aves vuelan conjuntamente hasta el tejado de la iglesia de La Palma, donde Diego Valencia era su fiel sacristán y protector.

“Desconozco si resulta razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos”, se pregunta un vecino antes de abandonar la Plaza Alta, reflexionando en alto sobre la atrocidad. Por suerte, el ser humano casi nunca se comporta de forma razonable y, por eso, como escribió Ernesto Sábato, “la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades”.

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