Javier Sierra: “La Roca combina lo moderno con lo primitivo y a mí eso me fascina”
Entrevista | Javier Sierra, escritor
Presenta en La Línea su última novela, El plan maestro, y reflexiona sobre el arte, la historia, la lectura y mucho más
Entre el arte y el misterio, vuelve para recordarnos que lo invisible también se puede mirar
Javier Sierra celebra el Día de la Biblioteca con cinco lecturas imprescindibles para los amantes del misterio y la historia
El calor aprieta para ser octubre, pero el viento de poniente en La Línea alivia los termómetros. Muy cerca del Palacio de Congresos, donde a la tarde del día en que se hizo la entrevista tuvo lugar su charla con centenares de lectores, se concentraban las selecciones nacionales de pádel. Sin embargo, en el paseo marítimo, a quien saludan no es a un deportista, sino a un hombre de letras: “Bienvenido a La Línea, Javier”, le grita un vecino que continúa su marcha deportiva sin detenerse.
Javier Sierra (Teruel, 1971) responde con una sonrisa. Periodista, escritor, Premio Planeta 2017 por El fuego invisible, es uno de los autores españoles más traducidos y leídos del siglo XXI. Ha vendido más de siete millones de ejemplares en cuarenta y cuatro países. Su última novela, El plan maestro (Planeta, 2025), lo devuelve al Museo del Prado —su casa, dice— y al territorio donde comenzó todo con El maestro del Prado (2013).
En sus presentaciones, confiesa, nunca habla del libro. Prefiere ofrecer el contexto en el que se fraguó, dejar que la lectura sorprenda al lector sin anticipaciones. “El Plan Maestro le regala al lector un marco de referencia estable para entender el mundo”, resume. Historia, arte y misterio son los cimientos de su nueva novela. Y, de algún modo, también del Campo de Gibraltar, un lugar que para él rezuma materia narrativa. “Yo cogería la Roca”, dice sin dudar ante una posible novela ambientada en la zona. “Porque combina lo moderno con lo primitivo. Es una instalación militar de altísimo nivel de la que desconocemos muchas cosas y, al mismo tiempo, el último lugar donde se encontraron huesos de neandertales de hace 30.000 años. Es un punto de paso entre dos mundos, desde lo atómico a lo neandertal. Y esa combinación siempre me fascina”.
En realidad, las fronteras no existen. Técnicamente sí, pero, ¿qué diferencia hay entre La Línea y Gibraltar? Es absurdo, es lo mismo"
El autor observa la frontera con la misma curiosidad con la que un arqueólogo descifra los estratos del tiempo. “A mí me gustan las zonas de frontera, donde termina un mundo y empieza otro. En realidad, las fronteras no existen. Técnicamente sí, pero, ¿qué diferencia hay entre La Línea y Gibraltar? Es absurdo, es lo mismo. Pero la mente humana es tan poderosa que, de repente, establece las configuraciones a un lado y otro de una línea imaginaria. Y a mí eso me fascina: esa capacidad creativa del ser humano”.
El periodismo como origen y brújula
“Yo sé que soy un rara avis desde que elegí periodismo”, confiesa. Su entusiasmo, palabra que él mismo remonta al griego —en theos, “tener a Dios dentro”—, es su secreto y su motor. “A mí me importa lo divino, no lo mundano”. Cuando decidió estudiar Periodismo, lo hizo movido por el deseo de contar cosas importantes, no urgentes. “Ni deporte ni política porque no lo veía importante. Es urgente, pero no tiene el alcance que yo quería. Lo importante está en la cultura, la ciencia, el arte: las que amueblan el espíritu humano. Lo otro lo desordena, te lleva al caos. La belleza y el orden te dan un marco de referencia estable”, dice. Y ese marco lo da su nueva novela, ayudando al lector a jugar con el arte y recuperar “la segunda visión”.
Cuando cursaba la carrera, el periodismo vivía su edad dorada. El Mundo, El Sol, El Semanario… y las revistas que marcaron un antes y un después en él: Más Allá, Año Cero. “El periodismo es la profesión más bonita del mundo”, señala convencido. Sin embargo, el destino, la vida, le lanzaron a los brazos de la ficción. “Pronto me di cuenta de que la literatura me salvó. Con el periodismo que a mí me interesaba solo podía plantear preguntas: ¿Y si hay vida extraterrestre? ¿Y si hay vida más allá de la muerte? Son preguntas que no tienen respuesta. Si yo respondía a eso en periodismo, estaba haciendo ficción. Así que decidí saltar a la ficción para poder responder esas preguntas que no podía contestar desde la razón, y hacerlo desde el instinto y la creatividad”.
La intuición periodística, sin embargo, nunca desapareció. “El periodismo me dio una herramienta clave para entender mi literatura: el interrogante. Eso es fantástico, porque es lo que me empuja a moverme”. Por eso viaja, investiga, entrevista. “Baelo Claudia, en Tarifa, tiene un Iseum, un templo dedicado a la diosa Isis. ¿Qué hace un templo egipcio aquí, cuando pensábamos que los egipcios no tenían interés en el Mediterráneo porque para ellos el Nilo lo era todo? Ahí ya tienes un precioso interrogante”.
El arte de mirar
Hablar con Javier Sierra es entrar en un juego de espejos entre arte, historia y espiritualidad. “El arte se inventa para hacer visible lo invisible”, afirma. “Nadie ha visto a San Miguel Arcángel ni a la Santísima Trinidad. Pero el arte sigue cumpliendo esa máxima. Si no hace visible lo invisible, entonces no es arte, es propaganda”.
Sierra, jurado del Premio Nacional de Pintura y Escultura Reina Sofía, observa con interés cómo el arte contemporáneo regresa a la figuración: “Hay un regreso a los cuadros que cuentan cosas. La abstracción, la mancha de color, el impacto con los materiales, están pasando a un segundo plano. Volvemos al contenido. Y me parece natural: el arte cumple una función. Si no, no es nada, solo un impacto estético y fugaz. Que los artistas contemporáneos estén volviendo a eso me parece un gran avance”.
Si el arte no hace visible lo invisible, entonces no es arte, es propaganda”.
El escritor invita al visitante del Prado —su “casa”— a detenerse y mirar con humildad. Ya lo hizo con El maestro del Prado, cuando el museo se llenó de lectores que recorrían sus salas con el libro bajo el brazo, dispuestos a descifrar los enigmas de los cuadros. Ahora, con El plan maestro, abre nuevas puertas a esa misma mirada reveladora. “El arte, como la literatura, es un espejo de quien se asoma a él. Un físico ve cosas de física; un músico, armonía. Lo ideal es ponerse en la piel del artista y entender qué quiso transmitir. Ir al museo con humildad, no para consumir cuadros, sino para dejar que empiecen a decirte cosas”.
Bibliotecas: el universo visible e invisible
La entrevista se celebra en el marco del Día de las Bibliotecas, un escenario que él celebra con emoción. “La biblioteca para mí es el universo visible e invisible: visible en los títulos y en las solapas, e invisible por todo lo que genera en el cerebro del lector. Si no tuviera biblioteca, sencillamente no existiría”.
La suya es una biblioteca heterogénea: guías de viaje, libros de física que —admite entre risas— ni él mismo entiende, y, por supuesto, novelas y mucho misterio. Pero hay algo de lo que se siente especialmente orgulloso: su colección de recortes de prensa. “Tengo más de 100.000, también de otros países. Me alimenta mucho un breve de un periódico. De ahí germinan historias”.
Leer como acto sagrado
“La lectura es el último refugio del alma”, dice con convicción. “Es ese espacio en el que desaparece el tiempo y las presiones del mundo. Te aíslas de lo superfluo y te reconectas con algo profundo. El cine, la televisión o las redes sociales son velocidad e impacto, pero no dejan profundidad. La lectura sí deja huella”.
Por eso sus novelas están llenas de referencias, de historia y de preguntas. “El lector de mis novelas tiene la oportunidad de aprender, y eso es muy bonito. Creo que el lector es inteligente y distingue dónde está la ficción y dónde la realidad. Yo no le doy respuestas, le doy motivos para preguntarse”.
Sierra asegura que una de las cosas más preciadas que le ha dado la literatura es haber ganado cómplices, ya no tiene lectores. “Cuando voy al Prado y me encuentro personas con mi libro, me entero de que ya no tengo lectores, tengo cómplices. Gente que se ha sumado a mi búsqueda”.
El entusiasmo como divisa
En plena gira de promoción, con decenas de actos a sus espaldas, no se cansa. “Creo que este es el acto 57 desde que empezó la promoción del libro, y me encanta. Porque los lectores son distintos, la energía es distinta. Si tuviera que reencarnarme en alguien, sería en un trovador, de pueblo en pueblo contando historias”.
Su entusiasmo —esa palabra griega que une lo humano con lo divino— es contagioso. “No me puedo quedar quieto”, confiesa. “Soy un escritor providencialista. Dejo que el destino me sorprenda”. Su mirada, curiosa y luminosa, revela el mismo impulso que lo llevó a escribir sus primeras crónicas y luego sus primeras novelas: la necesidad de entender el mundo a través de la belleza, del arte y de lo invisible.
En El plan maestro, ese impulso toma forma en un recorrido por la historia del arte que invita al lector a jugar, a detenerse, a observar lo que siempre ha estado ahí. “Invito al visitante a jugar con el arte. Somos una sociedad lúdica y con el arte también se puede jugar. En el fondo mi novela apela a eso, al juego de decir: ‘¿Cómo no me he dado cuenta de esto antes?’”.
Javier Sierra sonríe con la calma de quien todavía guarda muchos enigmas por revelar. En su gesto se adivina la certeza de que la búsqueda continúa, de que las historias siguen aguardando su turno para ser contadas.
Porque el verdadero maestro ha vuelto. Javier Sierra regresa para guiarnos una vez más en el arte, para sumergirnos en la historia y para atraparnos en los misterios que aún laten en lo invisible. Y, a juzgar por su entusiasmo, tiene muchos por desvelar.
También te puede interesar
Lo último