¿Dolencia o estrategia? Talavante plantó a Algeciras y reapareció sin secuelas en Segovia dos días después
El número uno del escalafón y triunfador de San Isidro se cayó del cartel en una plaza semivacía alegando una lesión que requería reposo de ocho días. A las 48 horas toreaba sonriente y salía a hombros en Segovia
La extraordinaria corrida de La Palmosilla que Talavante eligió para Algeciras y no quiso torear

Algeciras/Hay dolores que duelen menos cuando hay dinero en la taquilla. Y hay plazas que pesan más que otras, aunque el toro sea el mismo animal mitológico en todas. El pasado viernes, en Algeciras, Alejandro Talavante no compareció. La empresa Espectáculos Carmelo García, encargada de organizar la feria taurina de Las Palomas, explicó su ausencia con un parte médico que hablaba de una lesión en las costillas flotantes izquierdas, una contusión pulmonar y una condensación “mal definida” en la base pulmonar. El diagnóstico, firmado por el doctor Toledo Romero, recomendaba “reposo durante unos ocho días” y ejercicios de fisioterapia respiratoria.
Sin embargo, Talavante —número uno del escalafón taurino, triunfador de San Isidro y reciente indultador de dos toros en Marbella— toreó este domingo en Segovia. No solo toreó: salió a hombros, sonriente, entero, victorioso. Habían pasado apenas 72 horas desde que la empresa de Algeciras difundiera su dolencia. Y allí estaba, como si el reposo prescrito se hubiera cumplido en sueños, como si la lesión hubiese sido cosa de voluntad y no de hueso.
¿A qué jugamos? Porque la pregunta ya no es si Talavante estaba o no lesionado. La pregunta es por qué no se lesionó también para la corrida de Segovia, donde la plaza respondió mejor que en Algeciras, donde apenas se cubrió un tercio del aforo. ¿Fue la lesión una excusa elegante para escapar de un cartel que olía a fracaso? ¿Puede una figura del toreo permitirse estos desaires sin que tiemble el sistema entero?
El torero extremeño suma 22 corridas en lo que va de temporada y su nombre cotiza al alza en las ferias. Pero si el triunfador de Madrid no llena ni media plaza en Algeciras, si su presencia no basta para convocar ni la curiosidad del tendido, ¿no convendría revisar el concepto mismo de “figura”? Porque una figura —y eso lo sabían los viejos de esto— es quien lleva al público a los toros, no quien se limita a salir en los carteles.
Hay quien sostiene que los honorarios de los toreros deberían ajustarse al número de entradas que venden, y no al aura que arrastran de otras plazas, de otros tiempos, de otras glorias. Porque si un torero se borra cuando la plaza no responde, si solo aparece cuando hay garantía de éxito, ¿no estamos hablando más de un funcionario del aplauso que de un artista?

Un asunto de despachos, más que de enfemería
A todo esto, hay un subtexto que huele más a despacho que a enfermería. Talavante, apoderado por Simón Casas, había aceptado inicialmente torear en Algeciras solo si el sustituto del joven Marco Pérez —baja confirmada desde hacía días— era Tomás Rufo. No por capricho, sino por estrategia: Rufo está apoderado por Rafael García Garrido, empresario de Las Ventas y socio de Casas en la gestión de la Monumental madrileña. Una especie de familia taurina que se cuida a sí misma. Pero la empresa local, Espectáculos Carmelo García, optó por otro criterio: eligió a David de Miranda, triunfador reciente en la Feria de Sevilla, y además, por una cifra cercana al mínimo exigido (18.000 euros).
El movimiento no gustó a Talavante, que —casualmente— empezó a resentirse de la vieja dolencia y terminó ausentándose. La jugada, sin embargo, ha dejado heridos: no solo fue una descortesía hacia De Miranda, sino también hacia el otro espada del cartel, Borja Jiménez, que según fuentes del entorno, no ha encajado bien el desplante.
Alejandro Talavante ha sido, sin duda, uno de los toreros más talentosos de su generación. Pero el talento, cuando se administra con ese cálculo, se convierte en estrategia. Y la estrategia, cuando se viste de dolencia, duele más que cualquier golpe de asta. A fin de cuentas, como dice el parte médico, la condensación era “mal definida”. Y quizás eso, en el fondo, lo explique todo.
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