DEL DIOS TORO

La casta, ser bravo o no serlo

  • Mala noticia: el tercero de la corrida se echó y rodó muerto en plena faena. Toros bondados, sí, pero bajos de casta.

LA muerte de un toro sigue siendo un espectáculo de una fuerza conmovedora. El embroque de la estocada o la hora de la verdad. Cuando rueda un toro, el ambiente se estremece. Si es en un golpe de descabello, se percibe un clamorcito de alivio. Y también cuando acierta el puntillero. Los desaciertos de un matador con el descabello o el infortunio de un puntillero son capaces de enterrar triunfos cantados. Los pinchazos, las estocadas cortas, las medias estocadas, las estocadas hasta la bola, la colocación de la espada, la manera de ejecutar la suerte, soltando o sin soltar el engaño, por ejemplo… Todo eso es decisivo.

Los públicos quieren que el toro ruede lo antes posible y se prima la rapidez. Los toros tienen muchas maneras de rodar y doblar. En función de la colocación de la estocada y, además, en función de la casta, que es, entre otras cosas, resistencia. No se puede decir encastado del toro que no resiste o que se viene abajo. Y sí puede predicarse con propiedad todo lo contrario. El genio es la casta mala, dicen los creadores del toro moderno, que aprendieron en los laboratorios a dosificar casta y resistencia.

Discutir el asunto de las dos clases de casta no conduce a nada. Si buena o mala… ¿qué? Nada. Que lo que la gente quiere ver no es tanto una pelea como que el toro tome los engaños. ¿Cómo? Sin renegar. Hay dos clases de resistencia. Una que consiste en durar: que un toro aguante treinta muletazos después de dos puyazos, tres pares de banderillas y quién sabe cuantos lances. Y otra que no es para nada su contraria sino una variante: que el toro dure, sí, pero protestando.

Hay toros que se lo piensan, miran, miden, se arrepienten, o se paran, mugen y escarban. Casta es embestir. En eso no caben matices ni excusas. Sin excusas pero con matices se deja sentir la casta de un toro a la hora de morir, que es también la hora de la verdad. Para el toro. Los aficionados meticulosos reparan por sistema en el terreno donde rueda o dobla el toro. No sólo en la manera de hacerlo, que es el cómo, sino en el dónde. En los medios no ha caído todavía ninguno de los cincuenta toros que se llevan arrastrados en Sevilla desde el pasado día 18. Casi en los medios uno: el sobrero Terciopelo de El Ventorrillo, que fue un toro muy completo.

Ninguno de los seis jandillas de ayer va a entrar en los repartos de premios. Lo que la corrida tuvo de bondadosa lo tuvo también de falta de fondo. Por fondo de un toro se entiende su resistencia. Como la de los corredores de larga distancia, con el ritmo de cuya zancada está emparentado el tranco del toro de lidia. El tranco de un toro es su manera armónica de desplazarse. Y no basta.

El inmenso sexto jandilla -600 kilos juntos y bien repartidos- tuvo, de largo, buen tranco. Pero se rajó clamorosamente. A tablas casi al galope. Lo triste fue ver morir en el ruedo, y casi en los medios, a un tercero de corrida, compañero de lote del gigante. Morirse solo, echarse primero y rodar sin tener que ser ni apuntillado. ¿Poca casta o mala salud? ¿Las sangrías de varas?No le dieron tanto.

Un año hubo en que, en plena semana mayor de Sevilla, se les partió el corazón a dos torrestrellas en plena faena. Echarse, se echan más toros: acá, allá y acullá. Entonces se oye un "¡oooh...! de profundo desencanto.

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