Tribuna

Francisco núñez roldán

El dilema de elegir bien

España ha vuelto al pasado. Dividida y polarizada, fanatizada y cegada por enfrentamientos estériles, se hace necesaria la voz de un humanismo cívico, laico y activo para sofocar el ruido

El dilema de elegir bien

El dilema de elegir bien / rosell

En el prólogo de A sangre y fuego Chaves Nogales escribía que durante los primeros años de la guerra civil, la estupidez y la crueldad se habían extendido pavorosamente por España. Su experiencia personal era la de un hombre que “había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”. Precisamente, su juiciosa equidistancia política, que evitaba discusiones bizantinas, añadía sin ahondar en la herida: “Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española”. Sus palabras eran entonces certeras. Ahora son admonitorias. La fiebre cainita va en aumento. Volvemos a ser un país bicolor, blanco o negro. No hay más elección que esa. Y en tono imperioso alguien me conmina: hay que tomar partido. Me rebelo contra ese mandato autoritario. Quiero escoger libremente, hacer uso de mi libre albedrío.

La historia de Europa está plagada de gobernantes, políticos, filósofos, e intelectuales que quisieron y quieren “encerrar la diversidad del mundo en sus doctrinas y sistemas para imponerlas a los demás”. Así actúan los dictadores del espíritu que no respetan ningún tipo de libertad sea la de pensamiento, expresión o elección. Así actuaron tanto los inquisidores, como Calvino, Lutero, Stalin, y Hitler arrastrando con ellos a sus fanáticos militantes. Frente a ellos, S. Zweig proclama que el hombre libre no rechaza a priori ninguna creencia u opinión, respeta la de los demás y su razón no se ve empañada por prejuicio alguno. Esa es la verdadera prueba de su humanidad.

Después de una Transición modélica España ha vuelto al pasado. Dividida y polarizada, fanatizada y cegada por enfrentamientos estériles, se hace necesaria la voz de un humanismo cívico, laico y activo, para sofocar el ruido de los que apelan a la crispación y a levantar muros. Por muy trivializados que estén los medios de comunicación, por muy superabundante que sea la información disponible, es imperativo que los humanistas tengan una presencia pública activa y combativa y en todo caso independiente pues nadie puede servir a dos señores.

¿Qué espera la sociedad española de ellos? Que pasen a la acción. Es necesario y urgente pasar a la acción. Allan Bullock se preguntaba al respecto en La tradición humanista en Occidente: ¿No puede hacer el humanismo actual ninguna contribución positiva al mundo de la política, el gobierno y los negocios?”. Y se responde: la protesta es por definición la acción, la única acción posible para las personas excluidas del poder de tomar decisiones. La protesta ante los que tienen ese poder es una parte de la solución. Aprender de la historia es otra. Hemos de analizar a qué problemas tenemos que dar una respuesta concreta, útil y necesaria que dé satisfacción a las demandas sociales. No a las utópicas ni a las individuales sino a las prioritarias y esenciales para la vida: la salud, la vivienda, el empleo, la instrucción y la educación juvenil, la protección del niño frente a los abusos infantiles, la soledad de los ancianos, la creciente pobreza, el deterioro de la seguridad, los peligros y la deshumanización de las redes sociales, etc.

La historia nos enseña a buscar en el pasado las soluciones políticas para el presente. Porque nos enfrentamos a problemas políticos ya conocidos: la falta de confianza en los políticos y en la política como el arte del buen gobierno, las tendencias cesaristas y autócratas de algunos gobernantes que solo ambicionan el poder y la insatisfacción de las necesidades de la sociedad. Los humanistas florentinos del siglo XV defensores a ultranza de la República como forma ideal del estado frente a la tiranía representada históricamente por César y en su tiempo por los Visconti, confiaban ingenuamente en el parapeto de su constitución. Bajo la candorosa premisa de que la garantía constitucional de la libertad y la igualdad mantendrían la esperanza de una Comuna inmortal, no detectaron la llegada de los Médicis al poder y al principado. Paradójicamente el aval de otros humanistas la hicieron posible. La prosperidad económica de la ciudad, la seguridad y la eficacia de los nuevos gobernantes acabaron por arruinar la República.

La historia como la fortuna es cambiante. Volviendo a la lectura de Bullock, contra el sentimiento de impotencia que nos presiona, la tradición humanista no garantiza que los hombres escojan bien, pero hemos de saber que todavía se puede escoger.

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