Al sur del sur

Javier Chaparro

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Naranjas amargas

El contrabando de tabaco continúa siendo una lucrativa fuente de ingresos para la economía de Gibraltar, favorecida por la pasividad de sus autoridades

Una funcionaria de Aduanas, ante un alijo de tabaco procedente de Gibraltar.

Una funcionaria de Aduanas, ante un alijo de tabaco procedente de Gibraltar. / Paco Guerrero

Qué escena tan entrañable la que esta semana nos han brindado el alcalde hispalense, Antonio Muñoz, y el embajador británico en España, Hugh Elliott. “Las naranjas de Sevilla que endulzarán el paladar de Carlos de Inglaterra y Camila”, rezaba el titular de la prensa local para describir la cita, con foto del regidor y del diplomático, portando este en sus manos una fuente cerámica con cítricos recogidos en el Alcázar, de árboles con cinco siglos de existencia -de los tiempos de Carlos V e Isabel de Portugal- y que continúan hoy dando frutos. Elliott elaborará con ellos una mermelada casera, basada en una receta materna, que, dicen, se servirá en los desayunos del palacio de Buckingham. Como operación de mercadotecnia no está nada mal: Muñoz vende la excelencias de Sevilla al mundo, especialmente al anglosajón, y Elliott ofrece la imagen de un tipo entrañable al que le gusta la cocina. Quién mejor que él para representar a un país amigo y socio de España.

Fue otro tipo de recibimiento el que tuvieron los dos agentes de Aduanas heridos de gravedad en la madrugada del jueves pasado en la playa de Levante de Gibraltar, donde fueron apedreados impunemente por una caterva de salvajes. Recordemos: la embarcación auxiliar en la que ambos funcionarios perseguían a unos contrabandistas con tabaco de procedencia ilegal encalló en la arena tras quedar al pairo, a merced del temporal. Los cascos de protección que cubrían sus cabezas evitaron una tragedia mayor, pero aun así sufrieron fracturas en nariz y pómulos.

Lejos de recibir el respaldo y solidaridad del ejecutivo de la colonia, este -con el respaldo expreso del gobernador nombrado por Londres- considera que la presencia de los agentes en el Peñón fue "una violación grave" de su "soberanía y jurisdicción". Abundando en ello, el chief minister, Fabián Picardo, califica lo ocurrido, “potencialmente”, como “el incidente más grave y peligroso en muchos años" entre España y sus vecinos.

Se antoja complicado pensar en un ejercicio de cinismo mayor que el de Picardo, un consumado experto a la hora de retorcer la realidad para adecuarla a sus intereses. Con sus manifestaciones solo trata de ocultar dos hechos: que el contrabando de tabaco continúa siendo hoy una lucrativa fuente de ingresos para la economía del Peñón -el diferencial impositivo de Gibraltar respecto a España es muy alto, en torno a un 30%- y la pasividad de las autoridades llanitas a la hora de perseguir a las mafias que se dedican a esta actividad. El episodio del pasado jueves es la mejor prueba de una y otra cosa. Solo en 2020, la Agencia Tributaria certificó que el Peñón recibió por tierra, a través de España, 26,6 millones de cajetillas, cifra a la que hay que sumar otros muchos millones de cajetillas que llegan por vía marítima. Con una población de apenas 34.000 personas, hasta para Picardo es fácil deducir cuál fue el destino final de esos cigarrillos.

La Royal Police (RP) gibraltareña, además, conoce perfectamente los tres o cuatro puntos de su costa desde donde cada noche se alijan decenas de cajas de tabaco con destino a las playas de La Línea. Y también sabe en qué naves se almacena el tabaco destinado a salir ilegalmente hacia España. Bastaría con que la RP desplegase cada jornada un dispositivo policial en todos esos lugares para poner fin al contrabando. O con que dejase de avisar por radio, también a los contrabandistas, de la presencia de las patrulleras españolas a través del canal 16, abierto a todos, cuando estas navegan de noche con las luces apagadas para no ser detectadas por las bandas criminales.

"Es inconcebible que cayese sobre ellos una lluvia de piedras durante tantos minutos sin recibir apoyo y que fuera imposible detener siquiera a uno o dos miembros de esa turba"

El problema del jueves no fue que dos funcionarios de Aduanas pusieran sus pies, forzados por las circunstancias, en una playa de Gibraltar o que se vieran obligados a usar sus armas reglamentarias disparando al aire para tratar de espantar a las bestias que les arrojaban piedras; el problema fue la desprotección de la que fueron víctimas: es inconcebible que cayese sobre ellos una lluvia de piedras durante tantos minutos sin recibir apoyo -como se recoge en el vídeo difundido por este periódico- y que para la RP fuera imposible, además, detener siquiera a uno o dos miembros de esa turba.

El problema es que la UE y Reino Unido llevan año y medio de negociaciones para cerrar un tratado internacional que regule la relación de Gibraltar con sus vecinos del continente, para lograr aquello de la “prosperidad compartida”, y que el contrabando esté a la hora del día y la colaboración policial continúe en los niveles descritos. Demasiado amargor, incluso para fabricar mermeladas.

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