Tan erróneo resultaría extrapolar al cien por cien los resultados de unas elecciones autonómicas al escenario nacional como ignorar la influencia que los acontecimientos nacionales tienen en una consulta a la ciudadanía, sea cual sea su ámbito. El estrepitoso fracaso de la izquierda estatal en los comicios del pasado domingo en Galicia tiene un fuerte componente de voto de castigo a la deriva emprendida por Pedro Sánchez tras las generales del pasado 23 de julio. Si el presidente del Gobierno pensaba que la amnistía y la cesión a los separatistas catalanes le iba a salir gratis, la respuesta la tiene en el desastre de los socialistas, que pierden cinco escaños y casi cincuenta mil votos, y la irrelevancia absoluta de Sumar, el partido que promueve Yolanda Díaz, que ha quedado lejísimos del umbral mínimo para conseguir un puesto en el Parlamento. Los dos partidos que coaligados forman el Gobierno de España han visto sus propuestas rechazadas por los ciudadanos y su fracaso consolida un inmenso poder territorial para el PP, que de esta forma puede compensar y combatir desde la periferia las políticas que se pongan en marcha en la Moncloa. Aunque Galicia es un microcosmos en el que los conservadores siempre se han movido con comodidad, los resultados del domingo reflejan un panorama nuevo en el que un nacionalismo de origen radical se configura como única alternativa al poder absoluto del PP. Galicia se ha quedado sin referentes estatales en la izquierda y eso es responsabilidad exclusiva de Sánchez y sus socios. Los resultados, al margen de consideraciones puramente regionales, son una llamada de atención que, previsiblemente, se repetirá en las elecciones europeas del próximo junio. Como consecuencia de todo ello el PP queda reforzado como partido de oposición y ve avalada la dureza con la que se ha enfrentado a la amnistía y a los pactos realizados por los socialistas. El panorama político nacional sigue igual de crispado, pero con un elemento de clarificación.