Tal como lo vemos

Estas dramatizaciones apoyadas en las tradiciones culturales, forman parte de nuestra idiosincrasia

La revolucionaria apuesta de esta Semana Santa, en Algeciras, de Hermandades y Ayuntamiento ha sido un éxito. La inclusión del interior de la Plaza Alta en la carrera oficial de las procesiones ha mejorado la brillantez de los desfiles y la expectación en torno a la obligada presentación de los tronos ante la iglesia mayor de la ciudad. Se han aprovechado con inteligencia todos los recursos y minimizado los inconvenientes. Desgraciadamente, el comportamiento colectivo es manifiestamente mejorable. El paisanaje sigue ignorando su importancia; la posibilidad que tiene de hacer que la ciudad sea más habitable, de lograr la sonrisa cómplice del visitante que se encuentra una ciudad limpia y confortable, en la que impera el respeto a las procesiones y el silencio en las proximidades de las imágenes. Aun siendo grande el esfuerzo del Ayuntamiento y magnífica la labor de los empleados de limpieza, su constante intervención para evitar el mal efecto de los comportamientos incívicos, es imposible neutralizar la mala educación y la desidia de algunos viandantes que parecen incapacitados para la convivencia.

El mantenimiento de la presencia de la legión -un lustro ya- y la liturgia que rodea los actos de recepción con los que el municipio honra esa presencia, son factores añadidos, en Algeciras, a la programación de actividades, más o menos paganas, más o menos religiosas, que constituyen, en su conjunto, los contenidos de la Semana Santa entendida del modo que se entiende en estos pagos. Es fácil recurrir a la frivolidad y a la inconsistencia argumental para descalificar con interpretaciones peregrinas a la Semana Santa, pero la realidad es que estas dramatizaciones populares apoyadas en las tradiciones culturales, forman parte de nuestra idiosincrasia. Relegar la religiosidad popular al ámbito de los creyentes, cuando el hecho religioso está integrado en el modus operandi del contexto social y hasta en el lenguaje, sería forzar la realidad adaptándola a situaciones irreales.

Confieso que se me remueven los cimientos cuando veo esos bastones de mando colgados de las faldas de las imágenes, esas "alcaldesas perpetuas" o esos desfiles militares enredados en el entramado religioso, pero compruebo que a la gente no sólo no le produce rechazo sino que incluso entiende que toda esa parafernalia, ajena a la espiritualidad, forma parte de la escena en la que ésta se cultiva y desarrolla.

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