Crónica personal
Pilar Cernuda
Una sentencia destinada a Conde-Pumpido
Morante sale a hombros de la plaza de toros de Las Ventas y Madrid se rinde ante un torero de raíz. De aquéllos que entraban igual de bien con el capote que con la muleta y a la hora de matar rematan a la primera.
Morante sabe componer la figura. Cita al toro con dominio y le invita a participar en la danza torera entre el hombre y el animal. Se saludan, se conocen, se entregan y se temen; sabiendo que el uno depende del otro y que ambos están participando en el baile de la vida. En ese reto que se nos plantea cada día y que debemos superar con audacia y valentía. Porque en la vida hay que tener valentía para afrontar los obstáculos y superarlos o bien “torearlos” para conseguir solventarlos.
En el ruedo, en la plaza de la vida, se pone de relieve el miedo a la muerte. El hombre siente su soledad ante el astado, ese obstáculo que amenaza su integridad y debe hacerse con la situación para autoconvencerse de que la voluntad humana está por encima de cualquier obstáculo que amedrante su libertad. Así Morante responde con su decisión de asumir el reto, desde el dominio de la situación, con una estrategia bien definida, retando a la suerte y sometiendo la voluntad del toro, para hacer que prevalezca el hombre y su condición, dominando cualquier alternativa.
El pueblo conoce bien estos retos y por eso sacó al torero por la Puerta Grande de Las Ventas y caminó así por la Gran Vía. Luego el diestro salió al balcón del hotel Wellington, como un emperador victorioso frente a su pueblo. Será que los toros siguen siendo una afición manifiesta de los madrileños y del resto de españoles, pese a quien pese y aunque se haya anulado el premio nacional a la tauromaquia por parte del ministerio de Cultura, que parece empeñarse una y otra vez en no ver todo lo que puede y debe abarcar la cultura y sus muchas manifestaciones.
La realidad es la que es y la historia siempre desempeña un papel estelar en los libros que la escriben e ignorar o pretender borrar hechos que han ido marcando la historia, parece ser un hecho banal y que por su propio poco peso y poca consistencia viene cayendo en picado. Y cuando vemos que lo que dicen los tratados de tauromaquia se cumplen y es posible hacer belleza de un reto y de un baile mortal, cuyo único escenario es la arena del ruedo que pone dos únicos personajes frente a frente: el hombre y el toro, para mirarse y trenzar la osadía de ver quien puedo salir victorioso.
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